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A primera vista, podría un observador imparcial simpatizar con las protestas que se han extendido a numerosas universidades en Estados Unidos, especialmente las más renombradas como Columbia, Yale, Harvard y otras, en aparente movilización espontánea de estudiantes a “favor de Palestina”. Después de todo, ¿quién no se solidarizaría con el movimiento estudiantil, cuya historia alrededor del planeta es rica en logros sociales, políticos y democráticos?
Sin embargo, acercándose uno a las consignas que vociferan los participantes, los avisos y vallas, la indumentaria que visten y la violenta actitud contra propios y extraños, la realidad es muy diferente. Se trata de manifestaciones bien orquestadas y financiadas en las que centenares de estudiantes y muchos otros que nos lo son, se han tomado edificios, han construido campamentos, han bloqueado entradas, vandalizado monumentos y demás acciones “pacíficas” en supuesta “solidaridad con Gaza”.
En ningún momento, los participantes en las protestas llaman a la convivencia pacífica entre Israel y los palestinos, ni a que haya dos Estados conviviendo uno al lado del otro, ni rechazan el terrorismo, ni llaman a la liberación de los secuestrados, ni buscan caminos a una paz duradera entre los dos pueblos.
Por el contrario, se trata de manifestaciones abiertamente antisemitas cuyos líderes por años han promovido el antisemitismo puro y duro. Los manifestantes llaman a la destrucción de Israel, niegan el derecho de los judíos a su autodeterminación nacional, atacan sin tregua a los estudiantes y profesores judíos y les impiden la entrada al campus, incluso a aquellos que por años han promovido la paz entre los dos pueblos, apoyan a Hamás y no rechazan las violaciones ni vejámenes a mujeres judías, como tampoco el asesinato de hombres mujeres y niños judíos.
Obviamente, no se le puede atribuir a todos los que protestan actitudes antisemitas. Muchos están ahí Bona Fide manifestando contra los horrores de la guerra en Gaza y la lamentable muerte de civiles palestinos, pero los que llevan la voz cantante son las organizaciones líderes que desde hace años tienen una oscura agenda de odio.
Las cabezas de la movilización celebran la masacre y atrocidades de Hamás del pasado 7 de octubre como el comienzo de la “liberación de Palestina”, como un día sublime en la historia de los pueblos, como un evento épico digno de ser repetido una y otra vez, con más muertos y más destrucción. En los céspedes universitarios ocupados retumban los gritos de batalla: “muerte a los judíos”, muerte a los sionistas”, “muerte a Israel”, al igual que eufemismos para decir los mismos: “la ocupación de Palestina 76 años” o “Palestina libre desde el río hasta el mar”.
No ocultan su enamoramiento nihilista con organizaciones islamistas genocidas como Hamás y Hezbolá, no rechazan el asesinato sistemático de mujeres y niñas por parte de los Ayatolas gobernantes en Teherán. Claman por una intifada, que para los que no recuerdan, se trató de decenas de ataques suicidas por parte de jóvenes palestinos adoctrinados por Hamás y otras organizaciones contra civiles israelíes, que dejaron a comienzos de este siglo más de mil víctimas mortales y dieron al traste con los acuerdos de paz de Oslo.
Estas manifestaciones lejos de servirle a la causa palestina han desenmascarado, sí que qué hacía falta, los siniestros designios de sus organizadores, un discurso de odio contra los judíos y el Estado Judío, un llamado a borrar del mapa al único Estado Judío del planeta, un desdén por los valores de las sociedades libres y un rechazo sin ambages a la paz entre los dos pueblos.
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