Si hay un asunto en el que hay que darle crédito a Donald Trump es el manejo que le ha dado al conflicto palestino-israelí exhibiendo a la vez prudencia y osadía y al hacer del Medio Oriente su primer viaje al exterior, el neoyorquino demuestra que aspira a cumplir con su promesa de campaña de lograr un “gran acuerdo” entre Israel y los palestinos.
Los temas de la negociación siguen siendo los mismos que han hecho imposible llegar a una acuerdo en el pasado por lo tanto ¿qué ha cambiado para que ahora si se pueda avanzar en un proceso de paz?
La ostentosa recepción de la que fue objeto Trump en Arabia Saudita, sus reuniones con los monarcas del golfo y con líderes de varios países musulmanes, revelan un nuevo entorno regional cimentado sobre una renovada alianza entre Riad y Washington, tras los turbulentos años de desconfianza con la administración Obama, un fuerte discurso anti iraní, multimillonarias compras de armamento y una mezcla entre temor, prevención y esperanza frente a un misterioso presidente Trump. En este escenario se ha creado una fuerte conjunción de intereses entre Israel y los países árabes que han sufrido de manera directa el intervencionismo y la agresión iraníes, a través de proxis y de fomentar la guerra sectaria entre sunitas y shiitas.
Los hasta ahora tenues, pero cambios después de todo, en la postura de Estados Unidos en el apocalipsis sirio, vistos con buenos ojos por las monarquías árabes, con una mayor disposición de enfrentar a las tropas de Assad y sus aliados, como ya ha ocurrido y el apoyo americano a los kurdos contra las pretensiones de Turquía, abren un nuevo capítulo en la guerra en Siria la que definirá en buena parte el futuro de la región.
Hasta ahora ni Trump ni sus enviados especiales han presentado un plan para reanudar el proceso de paz entre Israel y los palestinos, pantano en el que se han hundido sus antecesores. Para evitar que ocurra lo mismo en esta temprana etapa y aprovechar la nueva geopolítica regional es imprescindible que los países árabes encabezados por Arabia Saudita se involucren, presionando a Abbas para que se comprometa sin mayores dilaciones con la paz, prevenga la incitación contra Israel y eviten que Hamás desde Gaza inicie una aventura bélica contra el Estado Judío, que serviría únicamente los intereses de Irán. Israel por su lado debe adoptar medidas que generen confianza, acelerar la reconstrucción de Gaza, fortalecer la economía en Cisjordania y restringir la construcción en los asentamientos únicamente a aquellos, que en el marco de un acuerdo sobre la base de dos estados, es claro que quedarán dentro de Israel. De a pasitos se podría llegar al gran objetivo.
Trump puso nuevamente de moda la palabra “paz”. El desafió es colosal pero si lo logra pasará a la historia independiente de lo que le ocurra en Washington.
Si hay un asunto en el que hay que darle crédito a Donald Trump es el manejo que le ha dado al conflicto palestino-israelí exhibiendo a la vez prudencia y osadía y al hacer del Medio Oriente su primer viaje al exterior, el neoyorquino demuestra que aspira a cumplir con su promesa de campaña de lograr un “gran acuerdo” entre Israel y los palestinos.
Los temas de la negociación siguen siendo los mismos que han hecho imposible llegar a una acuerdo en el pasado por lo tanto ¿qué ha cambiado para que ahora si se pueda avanzar en un proceso de paz?
La ostentosa recepción de la que fue objeto Trump en Arabia Saudita, sus reuniones con los monarcas del golfo y con líderes de varios países musulmanes, revelan un nuevo entorno regional cimentado sobre una renovada alianza entre Riad y Washington, tras los turbulentos años de desconfianza con la administración Obama, un fuerte discurso anti iraní, multimillonarias compras de armamento y una mezcla entre temor, prevención y esperanza frente a un misterioso presidente Trump. En este escenario se ha creado una fuerte conjunción de intereses entre Israel y los países árabes que han sufrido de manera directa el intervencionismo y la agresión iraníes, a través de proxis y de fomentar la guerra sectaria entre sunitas y shiitas.
Los hasta ahora tenues, pero cambios después de todo, en la postura de Estados Unidos en el apocalipsis sirio, vistos con buenos ojos por las monarquías árabes, con una mayor disposición de enfrentar a las tropas de Assad y sus aliados, como ya ha ocurrido y el apoyo americano a los kurdos contra las pretensiones de Turquía, abren un nuevo capítulo en la guerra en Siria la que definirá en buena parte el futuro de la región.
Hasta ahora ni Trump ni sus enviados especiales han presentado un plan para reanudar el proceso de paz entre Israel y los palestinos, pantano en el que se han hundido sus antecesores. Para evitar que ocurra lo mismo en esta temprana etapa y aprovechar la nueva geopolítica regional es imprescindible que los países árabes encabezados por Arabia Saudita se involucren, presionando a Abbas para que se comprometa sin mayores dilaciones con la paz, prevenga la incitación contra Israel y eviten que Hamás desde Gaza inicie una aventura bélica contra el Estado Judío, que serviría únicamente los intereses de Irán. Israel por su lado debe adoptar medidas que generen confianza, acelerar la reconstrucción de Gaza, fortalecer la economía en Cisjordania y restringir la construcción en los asentamientos únicamente a aquellos, que en el marco de un acuerdo sobre la base de dos estados, es claro que quedarán dentro de Israel. De a pasitos se podría llegar al gran objetivo.
Trump puso nuevamente de moda la palabra “paz”. El desafió es colosal pero si lo logra pasará a la historia independiente de lo que le ocurra en Washington.