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Kibutz Beri, Israel. Las motos entraron a las 6 a.m. del sábado 7 de octubre, cada una con dos terroristas armados de fusiles AK47 y lanzagranadas. Sin mayores contratiempos liquidaron al puñado de guardias encargados de la seguridad, llegaron a las casas, una por una, y asesinaron a sangre fría a sus residentes, muchos en sus camas, hombres, mujeres, niños y bebés, y luego procedieron a destruir las casas y a huir a Gaza con secuestrados y algunos cuerpos de asesinados para exhibirlos a la multitud que vitoreaba. Al final de ese sábado que cambió la historia, 130 residentes de Beri fueron masacrados, el 10 % del total, dos docenas fueron secuestrados, 120 de las 350 casas destruidas, además de los 367 jóvenes asesinados con sevicia en el festival de música Supernova que se realizaba en los terrenos del kibutz.
El mismo escenario dantesco se repitió en las poblaciones cercanas a las cuales llegaron los terroristas de Hamás a “liberar a Palestina” con esos mismos métodos: masacrar, violar, vejar y destruir para inmediatamente celebrar en Gaza su gesta heroica, que ese nefasto 7/10 dejó 1.200 muertos, 252 secuestrados, destrucción y la clara advertencia por parte de Hamás de que “habrá muchos más 7 de octubre”, pues el genocidio judío y la destrucción de Israel son su razón de ser, instituida en su carta fundacional.
Estamos en Beri ayudando con la cosecha de mandarinas, miles, que crecen en los pequeños arbustos, cada uno con decenas de frutas, dulces, perfectas. También la de limones, frutos que eran recolectados por trabajadores palestinos que venían de la zona de Hebrón y que hoy, gracias a Hamás, están sin trabajo. Los residentes de estos kibutz han apoyado desde siempre la causa palestina y la paz de dos Estados. Miles de gazatíes trabajaban acá todos los días, centenares de niños y adultos palestinos recibieron tratamiento médico en Israel gracias a sus residentes, varios de los cuales fueron descuartizados por quienes por tantos años ayudaron.
Israel no quiso esta guerra, Hamás la empezó. Si no hubiera ocurrido el 7/10 no habría guerra en Gaza, ni muertos, ni destrucción, ni presidentes desatados en sus trinos. Tampoco quiere Israel la guerra que podría sobrevenir en el norte, pues desde su frontera con Líbano, Hezbollah, respondiendo a sus titiriteros de Teherán, ha atacado sin cesar a Israel desde ese mismo 7 de octubre “en solidaridad con Gaza”, sin consideración alguna por los libaneses. Israel libra una guerra existencial en varios frentes, orquestada desde Irán.
Tras seis meses la guerra sigue, 134 secuestrados israelíes permanecen en cautiverio cínicamente utilizados por Hamás para sus designios. La división palestina entre Hamás y Fatah, que acusó a los primeros de haber creado el 7/10 una “nueva naqba (catástrofe)”, se ahonda cada vez más y no hay claridad sobre el control de Gaza el día después, más allá de la certeza de que no será Hamás, tampoco Israel.
En Israel, una robusta democracia parlamentaria, crecen las protestas clamando por nuevas elecciones, tras el traumático 7/10 y sus consecuencias, internas y externas.
Ha emergido con fuerza “la solución de dos Estados”, pregonada por las grandes potencias y los países árabes liderados por Arabia Saudita, por lo menos para dejarla viva en el imaginario para el futuro, pues no hay otra.
En Beri, entretanto, ha comenzado la reconstrucción, pero sus evacuados residentes regresarán únicamente si tienen certeza de que no caerán cohetes sobre el kibutz, ni que exista el peligro de otro 7/10.
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