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La Real Academia Española presentó la semana pasada la actualización 23.7 del principal diccionario de nuestra lengua. La novedad que quizá más ha llamado la atención es la introducción de sinónimos y antónimos: 260 188 y 20 091, en total, respectivamente.
Como cada año, vuelve a ser evidente la relación entre la lengua y los procesos sociales. De nuevo: el hecho de que las palabras entren en el diccionario no quiere decir que se hayan «creado», sino que, por existir, se documentan. La introducción del término «perreo» («baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón…») y de la acepción «tóxico/a» para referirse a una persona pueden ilustrar bien lo anterior.
Por áreas, la gastronomía vuelve a tener un papel relevante con la introducción de «retrogusto» («... conjunto de sensaciones gustativas que quedan después de haber probado un alimento o una bebida») y «viudo», para referirse a ese tipo de preparación, entre otros.
Una vez más, abundan los extranjerismos (a los que me referí en la columna anterior). Se incluyen varios relacionados con la tecnología, por ejemplo, «big data», «cookie» o «banner»; además de voces cotidianas como «bracket» (en referencia al aparato de ortodoncia) y «crack» («persona que destaca extraordinariamente en algo»), por mencionar un par. Por ser extranjerismos, deben ir marcados entre comillas o con cursiva. En el ámbito deportivo, también hay que resaltar la adición de «VAR» («videoarbitraje»).
Entre otras incorporaciones, que ameritan un acercamiento más detallado en una próxima columna, están las relacionadas con el género: si bien es destacable que se documenten formas como «binario/a», «identidad sexual» o «identidad de género», las acepciones podrían resultar inexactas, reduccionistas, contradictorias y hasta violentas para las personas a las que hacen referencia.