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La construcción de la salida del conflicto de una organización guerrillera como el Eln no es sencilla. Pero no debe ser imposible. Las guerras se acaban. Los procesos políticos corresponden a una época y los ritmos de los cambios obligan a ajustar los audífonos para saber escuchar. Está más que diagnosticado que nuestra tragedia tiene profundas raíces y que para desenterrarlas hay que remover esa tierra vieja, ya estéril, renovarla y echarle abono y nutrientes que permitan que florezca una nueva historia.
El escenario nacional derivado del Acuerdo para la Terminación del Conflicto con las Farc llegó a esas raíces y, con la remoción de unos de los más anquilosados troncos de la violencia, dio paso a una dimensión distinta de la lucha armada. Quedó claro que una conquista política con un ejército para la “liberación nacional” no se va a conseguir mediante la exhibición de los fusiles. Gustavo Petro representa hoy el posconflicto, más allá de la valoración de lo que es o será capaz de hacer en su gobierno. Hubo un salto cualitativo en la democracia y en el reconocimiento de una nación periférica que por primera vez accede a tener voz y protagonismo. ¿Eso quién lo puede negar?
Ese era mi punto central cuando afirmé que el Eln no puede ser eterno. Han tenido 60 años de crecimiento en todos los ámbitos de su naturaleza “rebelde y política”. Su proceso de comprensión de la lucha armada ha sido largo y profundo. Ha resistido el terreno de la confrontación con los paramilitares, ha enfrentado en el campo de batalla a la fuerza pública, ha realizado secuestros a civiles y a militares, ha cogobernado en alcaldías y gobernaciones, ha sacado tajada de contratos, se ha lucrado del Estado y de las empresas privadas, ha hecho atentados a la infraestructura, ha renacido de las cenizas reclutando y formado cuadros para armar más frentes rurales y unidades urbanas, ha pasado la frontera y hasta ha pensado que la Revolución Bolivariana los involucraba.
Miremos el campo político de los intentos por la paz. Ha sido reconocido por todos los gobiernos como un interlocutor válido, ha tenido cobijo de la sociedad civil, ha trabajado en sentar bases en organizaciones y sindicatos, ha convocado a la nación a hacer de la paz una construcción colectiva, ha tenido interlocución con la comunidad internacional, se sentó con Fidel Castro, con Hugo Chávez, ha acordado algunas agendas de negociación tras décadas de diálogos, se ha empeñado en procesos humanitarios, ha liberado secuestrados, ha pedido perdón por atrocidades. El Eln lo ha hecho todo.
Este acumulado de experiencias es como un río de aguas que bajan con los destrozos, en una avalancha que tendrá que encontrar algún día una desembocadura. A mi juicio, el momento de abrir la compuerta tiene que ser ahora.
El dolor incesante de la guerra es de lado y lado, dice Antonio García. Y claro, es igual la tragedia de las familias de los guerrilleros que se mueren como N.N. que la de los soldados que murieron la semana pasada en el Catatumbo. Nadie lo pone en duda. Es verdad, también, que el Estado ha sido menor al desafío de comprender y diseñar una ruta certera en esas negociaciones. He sido partícipe y testigo de estos desaciertos y de la desidia para tomar decisiones que interpreten una ruta de negociación sincera y definitiva. Y podríamos tener un resultado en rojo ante lo planteado desde los gobiernos para conseguir la paz. Todos los balances se pueden hacer una y otra vez.
Bien difícil lo tiene Petro para gobernar en medio de la violencia desatada. Bien difícil es que logre encaminar un acuerdo nacional en medio del desgobierno y el descrédito. Flaco favor para la ampliación de la democracia y la inclusión le hace una guerrilla que pide reconocimiento político, si no va a hacer política. Encaminar la mesa de negociaciones hacia el final definitivo de su lucha armada les daría una ruta, un punto de llegada, una conquista alcanzada. Colombia seguirá en construcción después de este acuerdo y de los que haya que lograr. La historia sigue su rumbo.
Me sostengo, Antonio García: ya tiene el camino recorrido, ya ha sido una eternidad esta guerra. No me gusta la música de despecho, pero la música popular se convierte en un patrimonio cultural y de la identidad. También podría haber titulado “Todo tiene su final”, que es de Héctor Lavoe. Y dice: “nada dura para siempre, tenemos que recordar que no existe eternidad”. El Eln lo ha hecho todo, menos la paz. Hágala.