El nombre de un presidente de la República abre muchas puertas o, bueno, todas las que quieran ser abiertas.
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El nombre de un presidente de la República abre muchas puertas o, bueno, todas las que quieran ser abiertas.
Decir que uno “viene en nombre del presidente”, o que “este favor lo pide el presidente”, o insinuar que al presidente le vendría bien esto o aquello lleva a que quien sea el receptor del mensaje tome decisiones, voltee la mirada hacia un lado u otro, mueva las fichas, emprenda proyectos y ponga la firma. Es un nombre mágico y los subalternos lo saben. Invocan al mandatario y así ejercen el poder.
A nombre del presidente hablan sus funcionarios, sus ministros, sus embajadores, incluso su familia, la cercana y, claro, la ampliada, porque, eso sí, los lazos de sangre se estrechan mucho cuando se tiene a un presidente en el árbol genealógico. Hablan en su nombre para resaltar políticas públicas y obras realizadas o prometidas, para inspirar a otros con los atributos de su personalidad o de sus bondades. De una forma u otra, el Estado presidencialista permite que realmente el huésped de la Casa de Nariño sea por cuatro años el nombre más poderoso del país.
Pues bien, esto que no es nada nuevo bajo el sol tiene muchas más implicaciones cuando los que hablan a nombre del presidente hacen negocios y muchísimas más cuando esos negocios se hacen para beneficio personal o para enriquecerse con dineros públicos y cuando aprovechan el cuarto de hora que sus mentes corruptas han justificado para “vivir el momento”. Qué desgarrador es saber que está pasando una vez más.
Sin recato, personas se están ofreciendo a compañías internacionales, nacionales, locales y públicas para “facilitar” gestiones a cambio de comisiones millonarias. Lo cual, en principio, si se es un particular y esa es una actividad comercial legal, se podría llamar lobby, se podría llamar relaciones públicas, se podría llamar de cualquier forma, porque así es que funcionan las cosas.
Los casos narrados por personas que han recibido estos ofrecimientos y que los han ejecutado, porque siempre hay gente que paga, confirman que la llave que abre la puerta es presentarse a nombre del presidente para sugerir a contratistas, adjudicarles los contratos, cobrarles por ellos, quedarse con plata de los mismos, engañar al Estado, acumular unos ceros más en sus finanzas, reírse sin recato y burlarse de la gente que espera que su vida mejore para comer tres veces al día o tener un inodoro, y todo el resto de asuntos que podrían llamarse populistas para repudiar la corrupción y que pueden ser lugares comunes, pero no son mentira. El nuestro es un Estado saqueado y el Petro senador o presidente lo ha sabido siempre, lo ha denunciado y lo ha repudiado. Él seguramente no sabe cuántas veces en su nombre se roba. Y las veces que lo intuyó, que lo ha sabido, ha actuado.
Sacó a María Isabel Urrutia, la política-deportista ejemplar, que parece que tuvo un bolígrafo rápido y furioso en sus últimos días en el Ministerio del Deporte. Por algún ruido molesto, quizá, pidió la renuncia al exministro de Transporte Guillermo Reyes, cuya ropa de marca exhibida dejaba ver que su billetera iba rauda y veloz por los aires en un avión privado de emergencia, en emergencia. El exvice de Defensa, el general Ricardo Díaz, retirado de las gloriosas FF. MM., allí en ese Ministerio en el que se firman y se firman y se firman los contratos más jugosos del Estado (quizás igual que en la Registraduría en año electoral), parece que no tiene las ideas en orden para explicar la adquisición de unos carros, maravillosos deben ser, como todos los “juguetes” que se compran para la guerra. ¿Cuántos generales con bastante platica tenemos en el país?
¿Y ahora los pasaportes se van para Alemania? Con la premisa de que toda la vida los ha hecho la misma empresa, que es verdad, porque es la única que los puede hacer en el país, revisan los pliegos de la licitación, de afán, al parecer para que “otras empresas” sugeridas en lengua catalana, que por cierto se oye bastante ahora en Colombia, se cuelen en el proceso. Una gestión sin duda para el cambio y una jugosa comisión.
Muchos corruptos caen, está cayendo Mario Castaño, por ejemplo, pero muchos otros no. Me da pena incurrir en esa frecuente y mala costumbre de todos los opinadores de darle consejos al presidente, paso la vergüenza de usar el mismo recurso facilón, pero no queda de otra: presidente, ocúpese con dedicación de este asunto, ataje a los gestores inquietos que andan por ahí usando su nombre, y en su nombre, eso sí, sáquelos de su camino e impida a toda costa que la corrupción marque su gobierno. Usted no puede permitírselo.