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Vivimos unos tiempos de caos en el mundo entero, guerras, invasiones, ataques indiscriminados, migraciones masivas, dictaduras, destrucción y somos todos espectadores impotentes. El mundo está en una etapa de destrucción y los políticos y gobernantes están empeñados en acabarse mutuamente, en acabar con la decencia como método de relacionarse.
Hoy vemos un mundo hecho pedazos, y no solo por las guerras de Gaza y Ucrania. Veamos el horror de la crisis humanitaria en Sudan o en el Sahel y en América Latina, donde varias dictaduras tienen a la gente en situaciones deplorables y a los países sumidos en una crisis humanitaria, económica y social.
El tema de las migraciones no se queda atrás: imágenes dantescas de miles de personas que van de un lugar a otro, dejando una vida atrás sin ningún futuro cierto, sin solución. Y de los nuevos “migrantes climáticos” ni hablar.
Estas guerras y situaciones suceden en vivo y en directo, las redes sociales logran que cualquier persona en cualquier parte sepa lo que está pasando en Gaza, en Beirut, en Kiev. Esto nos hace ser impotentes testigos de la devastación producida por tanta barbarie. La frustración crece en la medida que vemos que nadie puede hacer nada, nadie puede detener este horror. Por el contrario, los países salen a apoyar la locura y los protagonistas a justificarlo sin ningún temor.
No vemos quién puede persuadir o influir en los que indiscriminadamente están matando y exterminando a unas poblaciones indefensas, niños, jóvenes que no tienen la culpa de estar en medio de estas guerras irracionales, que mueren o que simplemente no tendrán un futuro.
También se está definiendo el devenir de tantas personas, de judíos, palestinos, árabes, ucranianos y rusos. Pasarán décadas hasta que pueda llegarse a un entendimiento o a una convivencia nuevamente. Varias generaciones son las que quedarán inmersas en esta locura colectiva que tristemente nos tocó vivir. Esta destrucción que vemos, producida por odios que vienen del pasado, genera resentimiento y más odio.
La diplomacia como camino para evitar las guerras se acabó; más bien lo que oímos en los micrófonos son justificaciones o llamados a nuevos ataques.
Cómo es posible, por ejemplo, que Israel declare al secretario general de Naciones Unidas persona non grata porque no reaccionó al ataque de Irán de la manera como ellos querían, y que, además, ningún país reaccione de manera contundente frente a este anuncio.
Naciones Unidas, nos guste o no, funcione bien o no, es la única organización global por medio de la cual hay un canal de diálogo entre países. Por medio de ella se deberían aplacar tensiones: es la única organización que está en todas las regiones del mundo y en todos los países con situaciones complicadas, mediando entre fuerzas que no se entienden.
La ONU surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial como camino de entendimiento para evitar volver a vivir la barbarie de las dos grandes guerras del siglo XX, pero hoy está tan impotente como lo estamos los ciudadanos. Quedó atrapada en el veto de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que lo son por la realidad de 1945, que no es la realidad de hoy.
¿Qué pasaría si se acabara la ONU? Seguramente hay muchos que quieren que eso pase para que prime la ley del más fuerte. ¿Las grandes potencias prefieren el unilateralismo? ¿Será eso lo que estamos enfrentando?
Cuando vemos las imágenes de Oriente Medio o Ucrania seguro pensamos que es el fin del multilateralismo y que los desafíos globales no tienen respuestas colectivas que puedan ayudar a aliviar las crisis.
Pero si no es el diálogo pacifico entre todos, el multilateralismo, ¿cuál es la solución para encauzar la convivencia global sin matarnos unos a otros?