La cumbre a la que no llegaron los presidentes
María Ángela Holguín
El fracaso de la Cumbre Iberoamericana la semana pasada en Cuenca, Ecuador, refleja claramente la desunión en la que estamos los países latinoamericanos. Esta cumbre que reúne a los países de habla hispana y portuguesa de América Latina y la península ibérica era la más representativa para la región. Cada dos años era el encuentro de 19 países latinoamericanos con España y Portugal.
La semana pasada en Ecuador a esta convocatoria no llegó sino el rey de España, el presidente portugués, el primer ministro de Andorra y, de los 19 presidentes de América Latina, solo estuvo el anfitrión. Un desastre para los organizadores y un desaire grande para los que sí llegaron a la reunión. Antes la cumbre iberoamericana era una cita obligada para los latinos; en muy pocas ocasiones se ausentaban los presidentes y era un momento para hablar de los problemas de la región y enfocarse en temas centrales para su desarrollo. En Cuenca no se logró ni siquiera una declaración política, Argentina bloqueó el consenso y México, Venezuela y Nicaragua no enviaron representantes.
Es evidente la falta de coordinación para escoger la fecha: en el lapso de dos semanas se llevaron a cabo tres cumbres, con la diferencia de que a las otras si llegaron los invitados. Brasil realizó la cumbre del G20 y Perú la cumbre de APEC, la Asociación de Cooperación Económica de Países del Pacifico.
Esta ausencia de presidentes demuestra sin duda la poca convocatoria del presidente Noboa, pero también la polarización de la región, la descalificación y desconfianza entre los presidentes.
Refleja también el poco interés de trabajar coordinadamente en temas que son importantes para la población y para el desarrollo de los países. La situación política de Venezuela y Nicaragua inició la división de la región que fue acabando con los mecanismos regionales de concertación y diálogo. Ahora se ha profundizado porque todo el que no piense igual se descalifica. Los gobiernos solo trabajan con países “amigos ideológicamente” y con los demás se está en permanente confrontación, no hay una construcción a largo plazo y no se resuelven los problemas comunes.
Un claro ejemplo es la ausencia de coordinación en la lucha contra el crimen organizado, principal problema que tienen hoy todos los países de la región, sin excepción. Las organizaciones criminales operan como multinacionales del crimen y se requiere de manera urgente una acción conjunta coordinada con Estados Unidos y la Unión Europea. Esto no lo resuelve cada país individualmente. No es haciendo cárceles que se acaba esta tragedia que tenemos hoy en toda la región: las medidas tienen que ser de largo plazo. Este será tema obligado con la administración Trump, junto con la migración y el narcotráfico. Es obligatorio tener posiciones comunes, y trazar un camino conjunto.
Las malas relaciones entre algunos países igualmente generaron ausencias que se daban por descontadas. México ha generado una tensión desmedida con España, al pedirle al rey que se excuse por la conquista española, y tiene rotas las relaciones con Ecuador por la toma de su embajada por parte del gobierno ecuatoriano. Argentina, que su presidente se unió a la extrema derecha española para atacar al presidente Sánchez, tampoco estaría presente en Cuenca. Con este panorama, México no volverá a una cumbre iberoamericana y tampoco lograremos una América Latina integrada mientras tengamos gobernantes para quienes el insulto es su manera de conseguir apoyos.
El valor de esta cumbre es que se enfoca en la región, en la juventud, en su educación, en la cultura, en la cohesión social. No hay otra reunión donde América Latina sea el foco de atención y de cooperación. De ahí la importancia de no dejar perder este escenario donde España y Portugal se la han jugado en la Unión Europea para apoyar los intereses de América Latina.
El fracaso de la Cumbre Iberoamericana la semana pasada en Cuenca, Ecuador, refleja claramente la desunión en la que estamos los países latinoamericanos. Esta cumbre que reúne a los países de habla hispana y portuguesa de América Latina y la península ibérica era la más representativa para la región. Cada dos años era el encuentro de 19 países latinoamericanos con España y Portugal.
La semana pasada en Ecuador a esta convocatoria no llegó sino el rey de España, el presidente portugués, el primer ministro de Andorra y, de los 19 presidentes de América Latina, solo estuvo el anfitrión. Un desastre para los organizadores y un desaire grande para los que sí llegaron a la reunión. Antes la cumbre iberoamericana era una cita obligada para los latinos; en muy pocas ocasiones se ausentaban los presidentes y era un momento para hablar de los problemas de la región y enfocarse en temas centrales para su desarrollo. En Cuenca no se logró ni siquiera una declaración política, Argentina bloqueó el consenso y México, Venezuela y Nicaragua no enviaron representantes.
Es evidente la falta de coordinación para escoger la fecha: en el lapso de dos semanas se llevaron a cabo tres cumbres, con la diferencia de que a las otras si llegaron los invitados. Brasil realizó la cumbre del G20 y Perú la cumbre de APEC, la Asociación de Cooperación Económica de Países del Pacifico.
Esta ausencia de presidentes demuestra sin duda la poca convocatoria del presidente Noboa, pero también la polarización de la región, la descalificación y desconfianza entre los presidentes.
Refleja también el poco interés de trabajar coordinadamente en temas que son importantes para la población y para el desarrollo de los países. La situación política de Venezuela y Nicaragua inició la división de la región que fue acabando con los mecanismos regionales de concertación y diálogo. Ahora se ha profundizado porque todo el que no piense igual se descalifica. Los gobiernos solo trabajan con países “amigos ideológicamente” y con los demás se está en permanente confrontación, no hay una construcción a largo plazo y no se resuelven los problemas comunes.
Un claro ejemplo es la ausencia de coordinación en la lucha contra el crimen organizado, principal problema que tienen hoy todos los países de la región, sin excepción. Las organizaciones criminales operan como multinacionales del crimen y se requiere de manera urgente una acción conjunta coordinada con Estados Unidos y la Unión Europea. Esto no lo resuelve cada país individualmente. No es haciendo cárceles que se acaba esta tragedia que tenemos hoy en toda la región: las medidas tienen que ser de largo plazo. Este será tema obligado con la administración Trump, junto con la migración y el narcotráfico. Es obligatorio tener posiciones comunes, y trazar un camino conjunto.
Las malas relaciones entre algunos países igualmente generaron ausencias que se daban por descontadas. México ha generado una tensión desmedida con España, al pedirle al rey que se excuse por la conquista española, y tiene rotas las relaciones con Ecuador por la toma de su embajada por parte del gobierno ecuatoriano. Argentina, que su presidente se unió a la extrema derecha española para atacar al presidente Sánchez, tampoco estaría presente en Cuenca. Con este panorama, México no volverá a una cumbre iberoamericana y tampoco lograremos una América Latina integrada mientras tengamos gobernantes para quienes el insulto es su manera de conseguir apoyos.
El valor de esta cumbre es que se enfoca en la región, en la juventud, en su educación, en la cultura, en la cohesión social. No hay otra reunión donde América Latina sea el foco de atención y de cooperación. De ahí la importancia de no dejar perder este escenario donde España y Portugal se la han jugado en la Unión Europea para apoyar los intereses de América Latina.