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La posición que adoptará Colombia el próximo 10 de enero frente al nuevo Gobierno de Maduro en Venezuela es la pregunta recurrente en estos días. El gobierno no ha sido claro si reconocerá o no a Maduro como presidente.
El canciller Luis Gilberto Murillo, en una reciente entrevista, dijo “yo prefiero que Colombia no asista a la posesión de Maduro (...) porque sin actas no puede haber reconocimiento”. Por otro lado, el nuevo vocero de las relaciones con Venezuela, el vicecanciller Jorge Rojas ha dicho que Colombia sí asistirá y que estará presente el embajador. ¿Entonces a quién creerle?
Complejo el argumento del canciller porque actas sí hay. Las actas no solo las ha mostrado la oposición venezolana, las mostró el Centro Carter, las entregó en el Consejo Permanente de la OEA y, como único observador avalado por el gobierno de ese país, fue claro en decir que hubo fraude.
En una encuesta de Cifras y conceptos de noviembre, ante la pregunta de si está de acuerdo que el gobierno colombiano reconozca a Nicolas Maduro como presidente de Venezuela, el 90 % respondió que está en desacuerdo, el 7 % de acuerdo, y 3 % no respondió. Es decir, la voz de la gran mayoría de los colombianos le dice al gobierno que no reconozca a Maduro.
El gobierno busca mantener la relación con Venezuela por varias razones. En primer lugar, el tema comercial, que ha sido el principal argumento desde que se restablecieron las relaciones, ha quedado lejos de las expectativas iniciales. Hasta el 30 de noviembre, el comercio bilateral alcanzó los mil millones de dólares, muy por debajo de los diez mil millones que se habían proyectado. Además, el ELN mantiene una fuerte presencia en ambos lados de la frontera, con el respaldo implícito de Maduro. Una ruptura de relaciones complicaría la seguridad fronteriza para Colombia y afectaría la mediación de Maduro con el ELN y la Segunda Marquetalia. Igualmente, para Petro, las relaciones con Venezuela tienen un componente personal y político, dado su vínculo ideológico y las relaciones que mantuvo con el gobierno de Chávez en el pasado.
En las anteriores elecciones en Venezuela, en mayo del 2018, el Gobierno colombiano no reconoció a Maduro como presidente. Siendo yo canciller, retiramos al embajador en abril del 2017 y desde ese entonces no tuvimos relaciones con el gobierno venezolano. Mantuvimos un encargado de negocios para apoyar a los colombianos residentes en Venezuela.
Brasil, con pronunciamientos fuertes del gobierno de Lula sobre el proceso electoral y a la no presentación de las actas, hizo que Petro buscara otro aliado en este espinoso tema del reconocimiento. El presidente estuvo hace poco reunido con la presidenta de México. Indudablemente, el tener una misma posición frente a Venezuela fue parte de la conversación. La presidenta Claudia Sheinbaum le explicó, con seguridad, la Doctrina Estrada, que es guía para la toma de decisiones en la política exterior de México desde 1930 sin ningún cambio en casi 100 años. México mantiene un principio de derecho internacional sobre el reconocimiento a gobiernos o a regímenes políticos. La Doctrina Estrada estableció que el Estado mexicano no debe intervenir en asuntos internos de otros países: interpretan que reconocer o no a gobiernos o regímenes no les corresponde. Así, México se salva de reconocer a regímenes que generan polémica.
Gracias a esta doctrina, la presidenta Sheinbaum no tiene el dilema que tiene el presidente Colombiano. La crítica la tendrá Petro, de la mayoría del país, cuando su embajador esté sentado en la posesión de Maduro. No se necesita la presencia de Petro para reconocerlo, dado que si el Embajador está presente en el acto de posesión será suficiente para que Colombia reconozca al gobierno ilegítimo de Maduro.
Con este panorama, no sería raro que Petro decida que la esencia de la Doctrina Estrada es lo que le conviene para justificar su decisión, con la cual no reconoce pero mantiene el embajador, siguen las relaciones comerciales y sale de la crítica del 10 de enero. Y, de esta forma, quedará atrapado avalando una dictadura cada vez más brutal.