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¿En la guerra y el amor todo vale?

María Antonieta Solórzano
09 de agosto de 2008 - 05:48 a. m.

Notar que la mentira y el engaño son prácticas cotidianas, tanto en la vida familiar y escolar como en el ámbito de lo público y oficial, nos sorprende e indigna. 

 

Pero este estupor —quizás entendible— resulta inusitado. Cabe preguntarnos: ¿por qué nos extraña tanto que la picardía y la astucia sean nuestro pan de cada día, si nos hemos educado creyendo que todo error merece un castigo y que cuando actuamos, privilegiamos la imagen a la autenticidad y a la verdad?

Aún antes de la época cuando los humanos creían que la tierra era plana, se pensaba que con el castigo se podía cambiar la conducta de los hombres: encerrar, amarrar, golpear,   regañar y humillar son prácticas pedagógicas. Y, desde luego, que con eso se logra una transformación. Bajo el efecto del castigo, las personas son otras.

El cambio importante es aprender que si uno se equivoca es mejor tratar de evitar el castigo que asumir la consecuencia. Con ello, se pierde la confianza en que se puede recibir compresión y apoyo para recoger los frutos negativas del error. El miedo se convierte en el regulador de las relaciones humanas, y los padres y educadores, en figuras ambivalentes: buenas y malas, amorosas y duras, anheladas y temidas. En últimas, la responsabilidad se desvanece.

Entonces, por ejemplo, el niño que no hizo la tarea, el que no logró sacar buenas notas en un examen o el que se atrevió a mostrar los errores de sus figuras de autoridad, pueden recibir un “castigo ejemplar” y convertirse en alguien que finge una enfermedad para no ir colegio, copia un examen o se vuelve cómplice de los errores y mentiras de sus mayores. Finalmente, mentir se convierte en una estrategia de supervivencia.

Las consecuencias que para la vida en comunidad y el desarrollo social tiene el entrenamiento en “mentir como estrategia para sobrevivir” son infinitas. La sabiduría popular lo normaliza con el legendario lema: “En la guerra y el amor todo se vale”. Así, desde el Caballo de Troya hasta la infidelidad, desde usar los dineros oficiales para el enriquecimiento personal hasta el abuso sexual en los estamentos religiosos, terminan haciendo parte de lo cuestionado pero aceptable. 

Las falsas imágenes y el oropel instauran en los sitios de poder a muchos seres humanos que no se lo merecen. Y, al contrario, muchos de quienes han optado por mantenerse dentro del amor y la verdad, se ven relegados y despreciados como si fueran “perdedores”. 

Ya en los colegios nada puede ser más grave para un niño o una niña que ser vistos como “nerdos” o “ñoños”. En las escuelas nadie debe ser dedicado al estudio o incapaz de mentir. Se cree que “a ése le debe pasar algo muy serio”. Los populares y los frescos dignos de admiración son los que pueden transgredir las reglas, quienes, incluso, logran mantener a raya y bajo control a los “dueños del castigo”.

Con el correr del tiempo y como se vive de manera diferente a lo que se predica, los coherentes tendrán menos oportunidades de triunfar, mientras que aquellos que vía el castigo hicieron el tránsito del error a la maldad, estarán compitiendo por el dudoso honor de ser los dueños del mundo.

¿Qué futuro les espera a nuestros hijos si somos capaces de corregir el error con amor y vivir de acuerdo con lo que predicamos?

 

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