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La 'cabalmatonería'

María Elvira Samper
24 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
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No obstante su destacada trayectoria académica y profesional, María Fernanda Cabal, representante a la Cámara por el Centro Democrático, ha escogido una forma de llamar la atención que no es, propiamente, la de las propuestas constructivas o la argumentación inteligente, sino la de las malas maneras, la agresividad y la insensibilidad ante el dolor ajeno.

Hizo su debut a raíz de la muerte de García Márquez, cuando, sin consideración alguna por los sentimientos de la familia del Nobel, difundió un virulento trino en el que lo condenaba al infierno. La lluvia de críticas que recibió por ese y otro medios, cayó en el vacío. La semana pasada añadió a su hoja de vida otro capítulo de estolidez y matoneo. El blanco de sus ataques fue Ángela María Giraldo, hermana de uno de los 11 diputados del Valle asesinados por las Farc en 2007, y quien hizo parte de la primera comisión de víctimas que viajó a La Habana.

Bastó una foto en la que Ángela María esboza una sonrisa cuando saluda a un hombre —difícil de identificar porque da la espalda a la cámara—, para que Cabal asumiera que se trataba de un miembro de las Farc y la difundiera por su cuenta de Twitter, acompañada de mensajes impregnados de vitriolo: “Esta víctima saluda a las Farc muy contenta... ¿Síndrome de Estocolmo? (…) ¿Esa que saluda con una gran sonrisa a las Farc es representante de las víctimas?”.

Como buen soldado de la cruzada uribista, la representante Cabal tiene argumentos para oponerse al proceso de paz, que no comparto pero respeto y, además —sobra decirlo—, el derecho de expresar sus opiniones con libertad. La opinión es libre, pero debe ser responsable y creo que la suya no lo fue. Su posición política no le da la autoridad moral para cuestionar la representatividad o no de una víctima, o para criticar a quienes, como Ángela María Giraldo y tantas otras personas afectadas directamente por el conflicto armado, están dispuestas al perdón en aras de la reconciliación. Con razón, Giraldo dice que las víctimas merecen respeto por el trabajo que están haciendo y que esperan que “los líderes políticos tengan más conciencia del alcance de sus palabras” (El País, agosto 20).

Y no se trata de que la congresista se calle, sino que mida su impacto y las consecuencias que pueden tener, pues su responsabilidad como figura pública es mayor que la del ciudadano de a pie, y más aun en un país polarizado y signado por la violencia, donde opiniones temerarias —y desinformadas— como las que expresó, pueden tener desenlaces fatales. Por eso, y como consecuencia de sus trinos, Ángela María fue amenazada y tildada de guerrillera y narcoterrorista, y hoy tiene que moverse en carro blindado y con escolta. Soberbia e insensible, la representante reitera y justifica sus polémicas opiniones con el argumento de que es “políticamente incorrecta”, que a ella nadie la calla. No se le pide silencio —ni más faltaba—, sino responsabilidad.

¿Qué sabe la congresista Cabal del dolor que ha vivido Ángela María? ¿Descalifica también a Constanza Turbay, a quien las Farc le asesinaron a su mamá y a dos hermanos, y quien luego de un largo y doloroso proceso sintió que podía perdonar? Nadie tiene el derecho de poner en duda la dignidad de quien perdona, como tampoco a quien no puede o no quiere perdonar. El perdón es una decisión individual, íntima, existencial, un gesto moral de no dejarse invadir por la venganza y el odio, que no supone olvidar, ni renunciar a la justicia, que es diferente al perdón jurídico y al judicial. Las personas que perdonan merecen respeto, no matonería.

 

 

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