En días pasados, el periódico La Nación de Argentina publicó una curiosa noticia: el presidente Javier Milei, cuando habló ante la asamblea general de Naciones Unidas, tomó un fragmento de un discurso de Josiah Bartlet, el ficticio presidente de Estados Unidos protagonista de la serie The West Wing.
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En días pasados, el periódico La Nación de Argentina publicó una curiosa noticia: el presidente Javier Milei, cuando habló ante la asamblea general de Naciones Unidas, tomó un fragmento de un discurso de Josiah Bartlet, el ficticio presidente de Estados Unidos protagonista de la serie The West Wing.
“Creemos en la libertad de expresión para todos; creemos en la libertad de culto para todos; creemos en la libertad de comercio para todos y creemos en los gobiernos limitados, todos ellos”. La parte en itálicas es añadido de Milei. La original, que había dicho ahí el personaje que inventó Aaron Sorkin en su serie de la vuelta del siglo, es que creía en la libertad de aprender. Era difícil para Milei incluir esa frase mientras recorta el presupuesto para la educación pública y aumenta el gasto militar y pide partidas reservadas para la inteligencia estatal.
¿Para qué usa Milei palabras de un personaje de ficción con quien tiene muy poco en común? Bartlet es el líder socialdemócrata clásico que cree en los derechos individuales y el papel del Estado en la protección de los más vulnerables. Milei ha hecho un recorte brutal a los ingresos de los jubilados y en sus primeros meses de gobierno empujó a cinco millones de personas a la pobreza.
Es el efecto Trump. Después de que el expresidente y hoy candidato presidencial estadounidense inaugurara para el mundo el liderazgo al estilo reality show, lo han seguido muchos otros líderes que, como Milei, comulgan con su banalidad y eficacia para vender lo contrario de lo que son.
Como escribió James Poniewozik en el New York Times, “hay que recordar que Donald Trump no es una persona, es un personaje de TV”. Y con eso quiso decir que quien resultó elegido no fue el Trump de carne y hueso, sin atributo, ni importancia particular. Quien subió al poder fue el personaje de reality que él había creado en la serie El Aprendiz. “Él sabía lo que la TV quería”, dice Poniewozik, y cuenta que Trump le dijo al Washington Post que él sabía lo que tenía que decir para “mantener la lucecita roja prendida” (el bombillo de la cámara de TV).
Argumenta el periodista que lo que busca la TV y las redes sociales es la versión exagerada de la vida: violencia, mentira, trucos… y quien mejor hace todo ello, gana. Gana seguidores, gana fans, gana votantes. Y construye un mundo ficticio que entretiene y aparenta grandes beneficios para todos, pero no es real.
Bukele, de El Salvador, es otro gran histrión. Ha fabricado una ficción que hace que la gente lo aplauda en América Latina, como quien encontró la solución a nuestros problemas. Detrás de cámaras, sin embargo, personas inocentes sufren la prisión sin haber tenido aún juicio, y la policía mata primero y pregunta después. Ordenó el arresto de su secretario de seguridad, Alejandro Muyshondt, quien luego fue a dar a un hospital con todas las señales de haber sido brutalmente torturado. Infobae reportó que Muyshondt, experto en ciberseguridad, llegó al gobierno atraído por la ficción de Bukele y se encontró con la realidad de corrupción en cárceles e infiltraciones del narcotráfico. Denunció ante el partido y salió muerto.
Es la política de la extrema derecha que pregona “nuevas ideas” y “libertades que avanzan”. Se nutre de la confusión que fluye por internet, la fácil manipulación informativa y la posverdad. Se hincha en hombros de líderes que proyectan lo más bizarro y extremo de sus caracteres para ‘mantener la lucecita de las cámaras prendidas’, los obsesiona su popularidad y hasta impostan a personajes de series y roban sus discursos para que su ficción parezca más real.