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Mientras el Fondo Soberano de inversión de Noruega, accionista de Tesla, buscaba pedir en asamblea de socios que la exitosa compañía de carros eléctricos reconociera los derechos de asociación y negociación colectiva de sus trabajadores, en Colombia la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes hundía el capítulo que reforzaba esos derechos para nuestros trabajadores.
Como dijo la ministra Gloria Inés Ramírez, nadie les está pidiendo a los políticos hacer una revolución con la reforma laboral, sino reemplazar un entramado legal obsoleto por uno de la era del trabajo digital y el reconocimiento de derechos. Como ella explicó en el debate, la ley de Colombia está atrasada en los derechos sindicales y la negociación colectiva con una normatividad de la primera mitad del siglo pasado.
El pedido del Fondo de Noruega respondió a la presión de muchos nórdicos empeñados en impedir que el fabricante de carros y su ultraderechista líder, Elon Musk, se brincaran las protecciones laborales que rigen en sus países. Los mecánicos que les prestan servicio a los teslas en Suecia están en huelga desde octubre pasado, precisamente porque Musk se niega a aceptar una negociación colectiva con ellos. En solidaridad, trabajadores suecos de puertos y correos, limpiadores y pintores de brocha gorda están negándose a prestarle servicio alguno a Tesla.
No es sorprendente que representantes colombianos agrupados en la oposición se nieguen a ampliar las libertades sindicales en un país donde hasta hace muy poco los paramilitares (con y sin empresarios aliados) les decretaban pena de muerte a los sindicalistas solo por serlo. Según la Escuela Nacional Sindical, entre 1971 y 2020 fueron asesinados en este país 3.270 sindicalistas, mataron a casi 500 líderes laborales, otros 2.000 fueron forzados al exilio y 10.000 más sufrieron actos de violencia. Colombia: campeón mundial de la violencia contra sus trabajadores organizados.
Puede que haya habido líderes sindicales guerrilleros, corruptos o abusadores de los privilegios que les da la legislación colombiana, pero eso no justifica negarles a tantos trabajadores tan mal pagos en industrias boyantes mayores garantías para organizarse y negociar mejores condiciones.
La tragedia es que los congresistas godos (no importa de qué partido sean) aún no accedan siquiera a modernizar los derechos laborales de muchos trabajadores. Es el caso de los sobreexplotados repartidores de las plataformas digitales en las ciudades o de los jornaleros del campo. En cambio, están prestos a subirse a la nueva ola de capitalismo salvaje, con personajes como Musk a la cabeza, con un sueldo y unas bonificaciones recién confirmados de US$45.000 millones al año. En su mundo ideal los ricos concentran todo sin pudor, sin cederles a los trabajadores ni siquiera el derecho a la negociación colectiva.
La sociedad del futuro que proyectan Musk, Trump y los extremistas de derecha europeos es una donde la concentración de la riqueza es orgullosa y desfachatada, la falta de solidaridad es la norma de los pudientes y para pobres y migrantes solo hay odio y represión. En estas tierras nuestras, donde nunca conseguimos el grado de bienestar de esos países, ya despliegan sus alas los imitadores como Milei, que pregona que la libertad avanza mientras reprime a manifestantes y frena la alimentación para los comedores escolares populares.
Ese ideal de sociedad es opuesto a aquella más igualitaria y justa que lograron los países nórdicos y que, a pesar de los reveses de los socialdemócratas, muchos de sus ciudadanos aún luchan por mantener. Para nuestro infortunio, ese futuro que amenaza con arrasar conquistas laborales y democráticas se parece demasiado a nuestra Colombia actual, tan retrógrada y desigual que aún teme hasta que los trabajadores se organicen.