Malas noticias para los pesimistas de siempre, para aquellos que a cada solución le ven un problema, para los profetas del desastre, para quienes no creen ni en ellos mismos: la ciudad de Cali, tantas veces vapuleada y injustamente criticada, la capital de todo lo malo que sucede en este país y en otros supuestamente más civilizados, está lista para la COP16 —que comienza en 10 días— para lucirse y dejar muy en alto el nombre de Colombia.
No en vano se prevé la presencia de representantes de 196 países firmantes del Convenio sobre la Diversidad Biológica, con delegaciones que incluyen incluso algunos jefes de Estado. Además, participarán un universo de personas expertas en biodiversidad y cambio climático, entre ellas, autoridades mundiales en la materia, representantes de entidades que trabajan por el medio ambiente, científicos, profesores universitarios y aquellos que están seriamente preocupados por el destino de este mundo, que se enfrenta a la crisis de sus recursos naturales.
Más de 15 mil participantes colmarán la totalidad de la oferta hotelera, que ya registra una ocupación del 90 %. Aunque se dice que ya no hay cama para tanta gente, las ciudades circunvecinas se presentan como un plan B, con atractivas tarifas para que nadie se quede por fuera de la vitrina más importante en la historia de esta región. Cali no es solo salsa, deporte y “juepage”, sino un albergue de más de 200 áreas protegidas, 11 parques nacionales naturales, 1.300 especies de fauna y cerca de 14 mil especies de plantas, especialmente en nuestro litoral Pacífico, un auténtico bocatto di cardinale para los millones de terrícolas que, con razón, están preocupados por el futuro del planeta.
Cali se está preparando para la fiesta de su vida: el enlucimiento de sus fachadas, la pavimentación de kilómetros de vías, la señalización de las calles y, sobre todo, la actitud hospitalaria de sus habitantes, están reviviendo ese civismo que nos caracterizó hace 30 años.