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La última película del caleño Andi Baiz, que puede verse en Prime Video, es de una crudeza tal que uno pensaría que se trata de un filme más de ficción y que, como en esas producciones, la fantasía supera la realidad, pero no.
Es un relato que gira en torno a la vida miserable y desgarrada de algo que sigue sucediendo en nuestra frontera con Venezuela: el negocio del contrabando de gasolina, que se compra casi que regalada en el vecino país y se vende aquí por precios tan elevados que resulta un excelente negocio.
Y a eso le apuestan los llamados pimpineros, utilizando trochas y atajos en un desierto hostil y desolado por el que transitan de día y de noche en destartalados vehículos atestados de galones, desafiando una autoridad que hasta resulta cómplice de este lucrativo delito.
Empero y como es de esperarse, pimpinear no tiene leyes distintas a la violencia, y todo se cobra y se paga con sangre en una degradación que conmueve y entristece. Y sí, la película es sombría y devastadora. Las escenas de violencia y de balas más nos recuerdan las películas del lejano Oeste, con la diferencia de que esto está sucediendo en este momento sin que haya control alguno porque, cuando lo que impera es la ley del más fuerte, poco o nada puede hacerse.
De allí que Pimpinero es una denuncia estremecedora de algo que casi nadie sabe de su existencia. En ello radica su importancia ante –repito– un entorno corrupto que no se atreven a acabar debido al “todos ganan” que todo lo compra y todo lo tapa.
Baiz se ha ido consagrando como un director que se le ha medido a series como Narcos y la misma Griselda y otros filmes crudos y crueles como Satanás, La cara oculta y Roa, entre otros. En ellos, logra la “humanización de los criminales”. Y en esta, Pimpinero, sangre y gasolina son aún más demostrativas del caos y violencia que vivimos en este mundo.