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Entre las muchas cosas buenas que va a dejar la COP16 que se realizará en Cali el mes entrante, la recuperación del Parque Natural de Los Farallones será algo tan trascendental como también un logro que parecía casi imposible de ser una realidad. Este verdadero paraíso ecológico se convirtió en un lugar inexpugnable en sus miles de hectáreas en las que se han venido cultivando y procesando infinitas cantidades de coca y marihuana, extrayéndose oro en grandes proporciones y siendo, además, refugio de guerrilleros.
Y todo lo anterior, atentando contra el hábitat natural, arrasando la flora y la fauna silvestres, algunas de ellas en vía de extinción, derribando árboles centenarios y desequilibrando un ecosistema de manera impune y criminal. Las pocas o muchas intervenciones del Estado para nada han servido y el problema se salió de madre hace mucho tiempo por carencia de voluntad política, presupuesto y mano dura contra las organizaciones delincuenciales que han gozado de una inexplicable impunidad. Esto les permitió llegar a extremos como utilizar maquinaria pesada amarilla, que llegó hasta esas cumbres por arte de birlibirloque y nadie vio nada porque compraron a los controles y chantajearon o le dieron trabajo a los lugareños.
Y no olvidemos el envenenamiento de las aguas de los arroyos y las quebradas con el letal mercurio que ya ha cobrado varias vidas. Y, si seguimos, la lista sería interminable.
Pues bien, se acabó la guachafita porque el Estado se la metió toda y ya se desmembraron las tres empresas depredadoras y hay operativos muy serios e imparables para que este santuario sea por fin un templo sagrado de la conservación ambiental. ¿Será verdad tanta belleza?