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¡Por fin!, me dije una mañana cuando leí el titular de prensa que decía —y sigue diciendo— que este 9 de junio se inicia la obra Mulaló-Loboguerrero. Me invadió una justificable alegría al saber que luego de tantos años de ires y venires, de vueltas y revueltas, por fin esta carretera vital para el tráfico desde y hacia el primer puerto sobre el Pacífico colombiano será una alternativa que ahorrará más de una hora de viaje, 50 km de recorrido y una gran cantidad de combustible. Es decir, ¡bingo!
Resulta increíble que después de 20 años de luchar porque se haga esta carreterita —en comparación con las carreterotas que se viven inaugurando, por ejemplo, en Cundinamarca, Meta, la costa Atlántica y los Santanderes— ya haya luz verde para cristalizar tal esperanza que mejorará ostensiblemente un tramo actualmente tortuoso e insuficiente para el tráfico creciente que hoy soporta, pese a la doble calzada.
Según entendí, el contrato no se echó para atrás. Me refiero al litigio entre la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) y el Concesionario Nueva Vía al Mar (Covimar), quienes se mostraron los dientes mutuamente tras la demanda de Covimar a la ANI para declarar la terminación anticipada del contrato. El tribunal de arbitramento falló a favor de la ANI para continuar con el proyecto y problema solucionado.
Ya me veía abogando por acelerar las obras y haciendo marchas y plantones para urgir el avance de la construcción. Más aún, soñaba con estar vivo para su inauguración —cosa poco probable por lo uno y por lo otro— hasta que desperté a la cruda y cruel realidad.
Sí, pero no. Todas las condiciones están dadas para que el 9 de junio arranque la construcción. Sí, pero... y ahí está el pero: es posible que alguna de las partes interponga recursos legales, con o sin razón, y hasta ahí nos llegaría la fiesta.
No seamos profetas del desastre. Mantengamos el optimismo. Encomendémonos al creador. Hagámosle novena al Milagroso de Buga, pero el riesgo que hay es alto. Y perdón por ser tan aguafiestas.