Debiéramos sentir vergüenza de tener un país con el grado de desigualdad que exhibimos y que nos ubica entre los más desequilibrados en cuanto a la redistribución del ingreso nacional. Una vez más, conviene recordar al calificado padre Lebret, científico social y también religioso francés que en los años 50 del siglo XX estuvo en Bogotá, se reunió con la alta burguesía en el Teatro Colón, planteó su sentir sobre la pobreza tan extendida y además pidió que se hiciera algo para contrarrestar los efectos de la dinámica económica. ¿Qué pasó? Tildado de comunista, a Lebret por poco lo sacan del país a patadas en el tafanario.
Ahora, el ministro Ocampo, de quien no se puede decir que tenga veleidades izquierdosas, solicita que se evite crear pánico frente a la reforma tributaria recientemente aprobada. Esa ley, inspirada en la necesidad de corregir en lo posible los abusos de un sistema voraz como el vigente, se traducirá en la ampliación del mercado nacional, lo que a mediano y largo plazo habrá de favorecer el aparato productivo, ya que más gente tendrá capacidad para comprar lo del desayuno y darse otros “lujos” relacionados con sus necesidades básicas.
Pero los jerarcas del sistema dominante no sienten piedad siquiera por los millones de connacionales que aguantan hambre; por el contrario, salen a desatar alarmas en vez de sintonizarse, así sea parcialmente, con el espíritu que anima al Gobierno de Gustavo Petro. En tal sentido, no ignoramos el principio de contradicción, que nos enseña un chino de la China llamado Mao Tse-tung, tan contundente cuando da ejemplos nítidos sobre este postulado. Mao concibe la contradicción como “necesaria” e inherente a la naturaleza (día-noche), la química (asociación-disociación), la física (acción-reacción) y otros órdenes de la realidad.
De modo que no somos ingenuos. Pero cuando decimos lo que decimos aquí lo hacemos pensando en que, en situaciones tan catastróficas como la colombiana, el presente estado de cosas debiera convocar a la totalidad de los ciudadanos, tomando como propia por cada uno la urgencia de mesurar el grado de las brechas que se muestran sin pudor.
Da vaina oír a ciertos dirigentes gremiales cuando hablan como si viviéramos en el país de Alicia. Y esto deja ver que, como en otros ámbitos de la sociedad, nuestra cultura se alimenta del individualismo que caracteriza al sistema económico, más insaciable desde la instauración del neoliberalismo como expresión capitalista. Uno se pregunta por cuánto tiempo más estaremos condenados a sufrir esta falta de solidaridad y de decencia, en contradicción con la moral religiosa que pregonan con ostentación la mayoría de aquellos que cuestionamos. Ahí entendemos por qué, sin que lo digan, solapados, esos personajes no soportan al papa Francisco cuando se pronuncia sobre el amor y la justicia.
Hay que abonarle al ministro de Hacienda que, sin pertenecer a la corriente ideológica del presidente, esté acompañándolo y pueda entender que es posible poner el conocimiento “del lado de la gente”.
Tris más. El martes 8 de noviembre, en Bogotá, el taxi de placas KYQ-152 me obligó a quedarme dos cuadras antes de mi destino, a pesar de mi cojera temporal. Todo porque, por su culpa, tuvo que dar una vuelta innecesaria y me negué a pagarle $2.000 más de lo que vale la carrera si se hace bien.
* Sociólogo, Universidad Nacional.
Debiéramos sentir vergüenza de tener un país con el grado de desigualdad que exhibimos y que nos ubica entre los más desequilibrados en cuanto a la redistribución del ingreso nacional. Una vez más, conviene recordar al calificado padre Lebret, científico social y también religioso francés que en los años 50 del siglo XX estuvo en Bogotá, se reunió con la alta burguesía en el Teatro Colón, planteó su sentir sobre la pobreza tan extendida y además pidió que se hiciera algo para contrarrestar los efectos de la dinámica económica. ¿Qué pasó? Tildado de comunista, a Lebret por poco lo sacan del país a patadas en el tafanario.
Ahora, el ministro Ocampo, de quien no se puede decir que tenga veleidades izquierdosas, solicita que se evite crear pánico frente a la reforma tributaria recientemente aprobada. Esa ley, inspirada en la necesidad de corregir en lo posible los abusos de un sistema voraz como el vigente, se traducirá en la ampliación del mercado nacional, lo que a mediano y largo plazo habrá de favorecer el aparato productivo, ya que más gente tendrá capacidad para comprar lo del desayuno y darse otros “lujos” relacionados con sus necesidades básicas.
Pero los jerarcas del sistema dominante no sienten piedad siquiera por los millones de connacionales que aguantan hambre; por el contrario, salen a desatar alarmas en vez de sintonizarse, así sea parcialmente, con el espíritu que anima al Gobierno de Gustavo Petro. En tal sentido, no ignoramos el principio de contradicción, que nos enseña un chino de la China llamado Mao Tse-tung, tan contundente cuando da ejemplos nítidos sobre este postulado. Mao concibe la contradicción como “necesaria” e inherente a la naturaleza (día-noche), la química (asociación-disociación), la física (acción-reacción) y otros órdenes de la realidad.
De modo que no somos ingenuos. Pero cuando decimos lo que decimos aquí lo hacemos pensando en que, en situaciones tan catastróficas como la colombiana, el presente estado de cosas debiera convocar a la totalidad de los ciudadanos, tomando como propia por cada uno la urgencia de mesurar el grado de las brechas que se muestran sin pudor.
Da vaina oír a ciertos dirigentes gremiales cuando hablan como si viviéramos en el país de Alicia. Y esto deja ver que, como en otros ámbitos de la sociedad, nuestra cultura se alimenta del individualismo que caracteriza al sistema económico, más insaciable desde la instauración del neoliberalismo como expresión capitalista. Uno se pregunta por cuánto tiempo más estaremos condenados a sufrir esta falta de solidaridad y de decencia, en contradicción con la moral religiosa que pregonan con ostentación la mayoría de aquellos que cuestionamos. Ahí entendemos por qué, sin que lo digan, solapados, esos personajes no soportan al papa Francisco cuando se pronuncia sobre el amor y la justicia.
Hay que abonarle al ministro de Hacienda que, sin pertenecer a la corriente ideológica del presidente, esté acompañándolo y pueda entender que es posible poner el conocimiento “del lado de la gente”.
Tris más. El martes 8 de noviembre, en Bogotá, el taxi de placas KYQ-152 me obligó a quedarme dos cuadras antes de mi destino, a pesar de mi cojera temporal. Todo porque, por su culpa, tuvo que dar una vuelta innecesaria y me negué a pagarle $2.000 más de lo que vale la carrera si se hace bien.
* Sociólogo, Universidad Nacional.