Después de cierta fecha de julio próximo, al relleno de Doña Juana no se le podrá agregar ni un fragmento de pesadilla. No será posible legalmente porque, lo entendemos así, ya está determinado que se debe estrenar una nueva solución para las basuras; habrá que establecer un sitio de acopio donde no huela, porque Bogotá no puede continuar soltándole pestilencia a otros sectores de la capital, siempre de estrato medio-bajo.
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Después de cierta fecha de julio próximo, al relleno de Doña Juana no se le podrá agregar ni un fragmento de pesadilla. No será posible legalmente porque, lo entendemos así, ya está determinado que se debe estrenar una nueva solución para las basuras; habrá que establecer un sitio de acopio donde no huela, porque Bogotá no puede continuar soltándole pestilencia a otros sectores de la capital, siempre de estrato medio-bajo.
Aquí es necesario hacer un parangón entre basuras y metro. ¿Para qué? Veamos. Siendo Gustavo Petro el Alcalde Mayor del Distrito, dejó aprobado en varias instancias un proyecto que su sucesor, el mezquino Enrique Peñalosa Londoño, no echó a andar porque no quería que el exguerrillero se llevara el mérito histórico de cerrar unos 80 años de intentos bloqueados por la acción de los privilegiados cacaos de los buses, entre ellos Silvino Sánchez, hace alrededor de 70 años, y más tarde Julio César Cortés.
Pues bien, le resultó la avivatada a Peñalosa de imponer un nuevo estudio, hoy materializado en un 40 %, del que esperamos que, ojalá –mil veces ojalá–, no se convierta en arrojadero nocturno de excrementos y úrea en sus soportes porque al señor Enrique no le gustó que fuera subterráneo, bajo el argumento acomodado de que salía muy costoso (¡claro!, pero más durable y paisajísticamente más conveniente). Muchos de sus colaboradores cercanos fueron callados testigos de la jugarreta y sus no disimulados juegos de intereses. De todos modos, en el mundo ya no quedará una ciudad tan populosa como Bogotá sin este medio.
Ahora veamos el chicharrón de las basuras. Queremos preguntarle al señor alcalde Galán en qué se está pensando para el tratamiento de los residuos sólidos después de julio. Es deseable, como lo decimos al principio, que no se piense en otro relleno. Sería el colmo, cuando la tecnología de hoy ofrece soluciones basadas en el reciclaje. Además –y esto es muy importante–, una solución inteligente debiera enfocarse en la atención, por lo menos, del área metropolitana del Distrito Capital. Miremos hacia Europa; miremos a las ciudades que ya construye China bajo el concepto de autosostenimiento, asunto que el mundo deberá afrontar poco a poco.
De momento, a partir de lo posible en la actualidad, sabemos que la sociedad ya cuenta con equipos que convierten los desechos en abonos, bloques para construcción, muebles, elementos químicos aprovechables y muchos objetos que se pueden conseguir en el proceso.
Es muy conveniente que la ciudadanía se entere de lo que ocurra, para que no se le sorprenda con alguna idea eventualmente más enfocada hacia los intereses privados que hacia el bienestar de la sociedad, justo ahora, cuando se deben aprovechar los ecos inmediatos de la COP16, que puso a Colombia en un escenario de defensa de la Tierra y de algún grado de recuperación de lo que se ha perdido por la ignorancia de muchos y la acción interesada de otros, pendientes de su bolsillo y no de la conservación del planeta. Todo esto y mucho más está concatenado: ambiente, prosperidad, clima, agua, aire, tecnología, salud, industria.
Tris más. Asuntos de formalidad no deben desconocer que el “vicario” Gerardo Valencia Cano (Santo Domingo, Antioquia, 1917-1972) fue el primer obispo negro del país, pastor de bondad y sencillez conmovedoras. Se insiste en decir que el primero es Winston Mosquera Moreno (1967-). La vieja feligresía de Buenaventura recuerda con cariño y respeto a monseñor Valencia.
*Sociólogo, Universidad Nacional.