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Pueden decir lo que quieran, pero no son más que muestras de mezquindad. Lo pueden disfrazar de prudencia, pertinencia o precaución, pero negarle, en la reforma laboral, a campesinos, obreros o vigilantes sustentos dignos, a los jóvenes futuros posible y al resto de ciudadanos horizontes esperanzadores raya en la ruindad y en lo moralmente despreciable.
Considerar que es “nocivo” que el trabajador tenga recargo nocturno o en festivos, como dice el presidente de Fenalco, hoy enfocado en hacer oposición, habla más de una mirada politizada que profundiza la lucha de clases que de una posición sensata para afrontar el problema.
Argumentar que es menester mantener normas que pervierten la formalidad para no aumentar la informalidad no solo es un contrasentido, sino un entronque egoísta en el que no diferencian pequeñas empresas o establecimientos del resto, que quieren seguir pasando de agache. Tan inhumano como los que aducen que es mejor invertir en tecnología para sustituir mano de obra humana. Peor aún la tozudez de empresas de vigilancia que no aceptan nada porque cualquier modificación impacta todo “el servicio”.
Nada parece servirles, salvo garantizar ganancias frente a la pauperización del 56 % de colombianos que tratan de sobrevivir en la informalidad y en la precarización de los contratos que cada día reflejan menos la tal formalidad.
Del mismo nivel de mezquindad, en plena COP16, querer aplazar para otras generaciones debates de conservación de biodiversidad en nombre de un incomprensible modelo económico. O de quienes todos los días celebran que no llueva para que sigamos sufriendo por agua; que haya algún racionamiento por mantenimiento en una planta gasificadora de Cartagena; y que algunos profetas del desastre ya anuncien escasez de energía eléctrica en dos años si no se toman medidas.
Son de los mismos que no reconocen signos favorables en la economía y en lo social, y siguen rogando para que en estos 20 meses se les cumpla su profecía del desastre, sin importar quién tenga que pagar.