En serio, ¿se necesitan toneladas de papel, saliva, ocho debates y 3 gobiernos más para terminar de implementar los acuerdos del proceso de paz con las FARC? En serio, ¿hay que ponerle freno a una urgente, aunque aún escasa, reforma pensional, por trámites de forma? ¿Y qué si la plenaria del Senado en su mayoría estuvo de acuerdo con el articulado aprobado en Cámara? ¿Pesa más el formalismo, con caspa y mal aliento, para hacerle honores a una Constitución que se delata por anquilosada y no estar a la altura de los retos nacionales para mediados de este siglo nuevo? En serio, ¿necesitaremos de, por lo menos, un gobierno más, en caso de estar sintonizado, para aprobar la piel de zapa en que va quedando convertida la reforma a la salud, ahora que todos sabemos que sí es necesaria? En serio, ¿debemos esperar otro siglo, para adelantar, mejorar y profundizar una reforma agraria, base de todo acuerdo nacional, y que ha fracasado por vías técnicas y políticas, y que tuvo sus atisbos con la ley 200 en 1936? En serio, ¿tenemos que seguir presentando y aprobando pedazos y remedos de reformas tributarias al compás de urgencias de momento, flujos de caja, posibilidades de mermelada y conveniencias de cacaos y mandamases?
Pero, sobre todo, ¿tenemos que seguir aplazando una reforma política de fondo y quedar sometidos a la vergüenza rediviva por las perversas mañas que impone la corrupción como única forma de lidiar con discusiones, imperfecciones, atajos, tajadas y otros eufemismos para los delitos contra el erario?
Ese ceremonial de discutidera, disfrazado de democracia, en su inmensa mayoría asentada en la megalomanía (si no lo hago yo, no lo hace nadie) de los mal llamados padres de la patria, nos jalona al siglo pasado. Está bien, que no sea el fast track, pero tampoco esa soporífera siesta macondiana esperando a que llegue una carta o “a que baje el sol”.
No habrá posibilidades de cambio mientras continuemos con esta idolatría por lo que fue, rituales mohosos, constituciones envejecidas y paternóster trasnochados con apellidos roñosos que siguen vigentes, gritando impunes y en cuerpo ajeno, para recordarnos que no nos merecemos un cupito en el mundo actual.
En serio, ¿se necesitan toneladas de papel, saliva, ocho debates y 3 gobiernos más para terminar de implementar los acuerdos del proceso de paz con las FARC? En serio, ¿hay que ponerle freno a una urgente, aunque aún escasa, reforma pensional, por trámites de forma? ¿Y qué si la plenaria del Senado en su mayoría estuvo de acuerdo con el articulado aprobado en Cámara? ¿Pesa más el formalismo, con caspa y mal aliento, para hacerle honores a una Constitución que se delata por anquilosada y no estar a la altura de los retos nacionales para mediados de este siglo nuevo? En serio, ¿necesitaremos de, por lo menos, un gobierno más, en caso de estar sintonizado, para aprobar la piel de zapa en que va quedando convertida la reforma a la salud, ahora que todos sabemos que sí es necesaria? En serio, ¿debemos esperar otro siglo, para adelantar, mejorar y profundizar una reforma agraria, base de todo acuerdo nacional, y que ha fracasado por vías técnicas y políticas, y que tuvo sus atisbos con la ley 200 en 1936? En serio, ¿tenemos que seguir presentando y aprobando pedazos y remedos de reformas tributarias al compás de urgencias de momento, flujos de caja, posibilidades de mermelada y conveniencias de cacaos y mandamases?
Pero, sobre todo, ¿tenemos que seguir aplazando una reforma política de fondo y quedar sometidos a la vergüenza rediviva por las perversas mañas que impone la corrupción como única forma de lidiar con discusiones, imperfecciones, atajos, tajadas y otros eufemismos para los delitos contra el erario?
Ese ceremonial de discutidera, disfrazado de democracia, en su inmensa mayoría asentada en la megalomanía (si no lo hago yo, no lo hace nadie) de los mal llamados padres de la patria, nos jalona al siglo pasado. Está bien, que no sea el fast track, pero tampoco esa soporífera siesta macondiana esperando a que llegue una carta o “a que baje el sol”.
No habrá posibilidades de cambio mientras continuemos con esta idolatría por lo que fue, rituales mohosos, constituciones envejecidas y paternóster trasnochados con apellidos roñosos que siguen vigentes, gritando impunes y en cuerpo ajeno, para recordarnos que no nos merecemos un cupito en el mundo actual.