Desde que le enseñé a mi prima a jugar tenis, no para de jugar en sus descansos del colegio. El otro día sin culpa quebró una ventana e intentó utilizar la economía para justificarse: “Profe, yo lo que hice fue darles trabajo a los de mantenimiento, a la tienda de vidrios y hasta al pintor; mi error pudo ser malo para la escuela, pero bueno para la economía”.
Lo que decía parecía tener sentido, pero el análisis era completamente erróneo. Frédéric Bastiat, economista del siglo XIX, le llamaba a eso “la falacia de la ventana quebrada”. Le conté a mi prima de Bastiat y sus enseñanzas: destruir algo no es bueno para la economía, porque si bien el vendedor de vidrios se gana un dinero, el colegio tiene menos para gastar en otras cosas. El vidriero se vuelve un poco más rico, pero la persona que produce el balón, el tablero o el libro que se hubieran comprado con esa plata, en caso de que no hubiera habido accidente, ahora tiene menos trabajo.
Quebrar la ventana no ha estimulado para nada la economía, simplemente ha transferido riqueza de un grupo (vendedores de los libros, tableros o balones que se hubieran comprado) a otro grupo (vendedores de vidrios, instaladores, etc.), pero a su paso también ha destruido riqueza, pues ahora se necesitan materiales, tiempo, trabajo y dinero para tener la misma cantidad de ventanas que había en el colegio.
Por fortuna mi prima entendió esa falacia a los diez años, pues aún hay adultos en política (en especial Armando Benedetti) que insisten en que ellos crean bienestar “ofreciendo puestos públicos”. Pero en realidad lo que hacen es una transferencia; destruyen con impuestos los empleos creadores de riqueza del sector privado, para “emplear” casi de forma caritativa a burócratas de su elección en el sector público. Por supuesto no contratan a los más emprendedores o inteligentes, como lo “hace” el sector privado. A quienes suelen contratar es a los cuñados, novias o hermanos de sus amigos políticos para pagar o empeñar favores.
Si los empleos públicos fueran la solución a la pobreza, deberíamos emplear un ejército de personas para que caven huecos y los vuelvan a tapar. Gracias a Dios esa solución mi prima no se la cree; ella entendió muy rápido que el bienestar viene de la abundancia de riqueza y no de la abundancia del trabajo, y para eso no se necesitan burócratas sino empresarios.
En la economía lo que importa es el bienestar de toda la gente, no sólo la de grupos especiales. Bastiat nos enseñó a mi prima y a mí que las políticas públicas deben tener como prioridad la creación de riqueza, no de empleo. De que cuando populistas como Petro dicen que el agro crea más empleo que el petróleo están perdiendo el punto: el empleo por sí sólo no genera bienestar, la generación de riqueza sí.
Desde que le enseñé a mi prima a jugar tenis, no para de jugar en sus descansos del colegio. El otro día sin culpa quebró una ventana e intentó utilizar la economía para justificarse: “Profe, yo lo que hice fue darles trabajo a los de mantenimiento, a la tienda de vidrios y hasta al pintor; mi error pudo ser malo para la escuela, pero bueno para la economía”.
Lo que decía parecía tener sentido, pero el análisis era completamente erróneo. Frédéric Bastiat, economista del siglo XIX, le llamaba a eso “la falacia de la ventana quebrada”. Le conté a mi prima de Bastiat y sus enseñanzas: destruir algo no es bueno para la economía, porque si bien el vendedor de vidrios se gana un dinero, el colegio tiene menos para gastar en otras cosas. El vidriero se vuelve un poco más rico, pero la persona que produce el balón, el tablero o el libro que se hubieran comprado con esa plata, en caso de que no hubiera habido accidente, ahora tiene menos trabajo.
Quebrar la ventana no ha estimulado para nada la economía, simplemente ha transferido riqueza de un grupo (vendedores de los libros, tableros o balones que se hubieran comprado) a otro grupo (vendedores de vidrios, instaladores, etc.), pero a su paso también ha destruido riqueza, pues ahora se necesitan materiales, tiempo, trabajo y dinero para tener la misma cantidad de ventanas que había en el colegio.
Por fortuna mi prima entendió esa falacia a los diez años, pues aún hay adultos en política (en especial Armando Benedetti) que insisten en que ellos crean bienestar “ofreciendo puestos públicos”. Pero en realidad lo que hacen es una transferencia; destruyen con impuestos los empleos creadores de riqueza del sector privado, para “emplear” casi de forma caritativa a burócratas de su elección en el sector público. Por supuesto no contratan a los más emprendedores o inteligentes, como lo “hace” el sector privado. A quienes suelen contratar es a los cuñados, novias o hermanos de sus amigos políticos para pagar o empeñar favores.
Si los empleos públicos fueran la solución a la pobreza, deberíamos emplear un ejército de personas para que caven huecos y los vuelvan a tapar. Gracias a Dios esa solución mi prima no se la cree; ella entendió muy rápido que el bienestar viene de la abundancia de riqueza y no de la abundancia del trabajo, y para eso no se necesitan burócratas sino empresarios.
En la economía lo que importa es el bienestar de toda la gente, no sólo la de grupos especiales. Bastiat nos enseñó a mi prima y a mí que las políticas públicas deben tener como prioridad la creación de riqueza, no de empleo. De que cuando populistas como Petro dicen que el agro crea más empleo que el petróleo están perdiendo el punto: el empleo por sí sólo no genera bienestar, la generación de riqueza sí.