Las tertulias de economía que tengo con mi prima menor se han vuelto más necesarias por la crisis de Venezuela. Para mi prima era normal escuchar críticas al comercio internacional de populistas tanto de izquierda como de derecha, desde Jorge Robledo hasta Donald Trump. Por eso se sorprendió cuando vio a Maduro decir en televisión que Venezuela estaba en crisis por culpa del “bloqueo económico”.
-¿Cómo es eso?–, me preguntó. -¿No que el comercio era malo porque destruía empleos?
Yo no sabía ni por dónde empezar.
Mi prima sabía que el socialismo, las expropiaciones y la dictadura eran lo que tenía ese país en ruinas. Por eso hablamos del comercio internacional y sus bondades, un tema no tan conocido para la persona común.
-Mira, prima, el proteccionismo es cuando un gobierno prohíbe la entrada de productos de otro país para proteger el trabajo de los que lo producen localmente.
- Qué buena idea, ¿no?–, decía convencida.
-La verdad no. El problema es que, al proteger los empleos del pasado, entorpecemos la creación de los empleos del futuro.
-¿Entonces, por qué los protegen?–, preguntaba intrigada.
-Política, prima. Como eso beneficia a un grupo concentrado de personas, es muy tentador para políticos que buscan votos.
Para mis profesores de economía, una afirmación así debía ser demostrada matemáticamente y soportada con los estudios científicos relevantes. En este caso no es muy difícil hacerlo, pues restringir el comercio es reducir la oferta. Cualquier estudiante de primer semestre de economía puede representarlo gráficamente y ver de manera clara que el área de los costos es, por definición, mayor que la de los beneficios. Así se concluye inmediatamente que el proteccionismo no es ni eficiente, ni deseable para una sociedad.
También abundan los estudios académicos, pero yo no tengo el lujo de citar estudios y gráficas en una conversación con mi prima de diez años; ¡en minutos estaría dormida! Por eso es mejor explicar cuidadosamente que sí, algunos productores ganan del proteccionismo (y usan parte de esa plata para financiar políticos), pero el resto de la población pierde.
Se lo expliqué así: “Si tú les prohíbes a los chilenos vender uvas porque pueden producirlas a mejor precio que los colombianos, lo que terminas haciendo es obligar a todos a pagar un alimento más caro para sostener a unos pocos. Por eso, cuando en 1906 el gobierno británico intentó poner aranceles proteccionistas, la gente les llamó el 'impuesto al estómago'. Un crimen moral; como las personas pobres se gastan un porcentaje mayor de su sueldo en comida, el 'impuesto' es totalmente regresivo”.
Igual que con el IVA a la canasta familiar, mi prima y yo tampoco estamos de acuerdo con que se encarezcan artificialmente los alimentos. Subir el costo de un producto básico es el equivalente a reducir el salario real del quienes tienen que comprarlo. Lo curioso es que hay quienes se oponen al aumento de precio por el IVA, pero no por el proteccionismo, cuando el efecto es el mismo.
Fréderic Bastiat decía que “el Estado era una gran ficción mediante la cual todos tratan de vivir a expensas de los demás” y con mucha razón: ¿cómo le explicaría uno a mi prima que los políticos son quienes deben decidir por los mensajeros, los obreros y al resto de trabajadores cómo comprar su mercado, en qué temporada y de qué país?
¿Con qué principio moral se les puede obligar a usar su sueldo para mantener unos pocos y subsidiarles la permanencia en una industria que ya no es eficiente?
Las tertulias de economía que tengo con mi prima menor se han vuelto más necesarias por la crisis de Venezuela. Para mi prima era normal escuchar críticas al comercio internacional de populistas tanto de izquierda como de derecha, desde Jorge Robledo hasta Donald Trump. Por eso se sorprendió cuando vio a Maduro decir en televisión que Venezuela estaba en crisis por culpa del “bloqueo económico”.
-¿Cómo es eso?–, me preguntó. -¿No que el comercio era malo porque destruía empleos?
Yo no sabía ni por dónde empezar.
Mi prima sabía que el socialismo, las expropiaciones y la dictadura eran lo que tenía ese país en ruinas. Por eso hablamos del comercio internacional y sus bondades, un tema no tan conocido para la persona común.
-Mira, prima, el proteccionismo es cuando un gobierno prohíbe la entrada de productos de otro país para proteger el trabajo de los que lo producen localmente.
- Qué buena idea, ¿no?–, decía convencida.
-La verdad no. El problema es que, al proteger los empleos del pasado, entorpecemos la creación de los empleos del futuro.
-¿Entonces, por qué los protegen?–, preguntaba intrigada.
-Política, prima. Como eso beneficia a un grupo concentrado de personas, es muy tentador para políticos que buscan votos.
Para mis profesores de economía, una afirmación así debía ser demostrada matemáticamente y soportada con los estudios científicos relevantes. En este caso no es muy difícil hacerlo, pues restringir el comercio es reducir la oferta. Cualquier estudiante de primer semestre de economía puede representarlo gráficamente y ver de manera clara que el área de los costos es, por definición, mayor que la de los beneficios. Así se concluye inmediatamente que el proteccionismo no es ni eficiente, ni deseable para una sociedad.
También abundan los estudios académicos, pero yo no tengo el lujo de citar estudios y gráficas en una conversación con mi prima de diez años; ¡en minutos estaría dormida! Por eso es mejor explicar cuidadosamente que sí, algunos productores ganan del proteccionismo (y usan parte de esa plata para financiar políticos), pero el resto de la población pierde.
Se lo expliqué así: “Si tú les prohíbes a los chilenos vender uvas porque pueden producirlas a mejor precio que los colombianos, lo que terminas haciendo es obligar a todos a pagar un alimento más caro para sostener a unos pocos. Por eso, cuando en 1906 el gobierno británico intentó poner aranceles proteccionistas, la gente les llamó el 'impuesto al estómago'. Un crimen moral; como las personas pobres se gastan un porcentaje mayor de su sueldo en comida, el 'impuesto' es totalmente regresivo”.
Igual que con el IVA a la canasta familiar, mi prima y yo tampoco estamos de acuerdo con que se encarezcan artificialmente los alimentos. Subir el costo de un producto básico es el equivalente a reducir el salario real del quienes tienen que comprarlo. Lo curioso es que hay quienes se oponen al aumento de precio por el IVA, pero no por el proteccionismo, cuando el efecto es el mismo.
Fréderic Bastiat decía que “el Estado era una gran ficción mediante la cual todos tratan de vivir a expensas de los demás” y con mucha razón: ¿cómo le explicaría uno a mi prima que los políticos son quienes deben decidir por los mensajeros, los obreros y al resto de trabajadores cómo comprar su mercado, en qué temporada y de qué país?
¿Con qué principio moral se les puede obligar a usar su sueldo para mantener unos pocos y subsidiarles la permanencia en una industria que ya no es eficiente?