El fantasma ha cambiado de sábana

Mauricio Botero Caicedo
12 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.
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El manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels se inicia con la siguiente frase: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma”. Pero hoy, con distinta sábana, el fantasma que recorre el mundo no es el del marxismo (una religión pseudocientífica, tan arcaica como obsoleta), sino la llamada economía colaborativa que, según estimaciones, moverá miles de miles de millones de dólares antes del año 2025. Este nuevo fantasma, un sistema económico en el que se comparten e intercambian bienes y servicios a través de plataformas digitales, es sencillo: de los tres factores que intervienen en la producción de cualquier bien (materiales, trabajo e ideas), las ideas son lo más importante. Uber es el mayor transportador del mundo sin tener carros, Airbnb es el gigante hotelero sin tener ni una sola habitación, Amazon y Alibaba son los mayores comercializadores del mundo, Google lidera las búsquedas, la publicidad y el aprendizaje automatizado y Facebook controla gran parte del mercado de las noticias y la información. El mensaje de Marx y Engels hoy sería considerado “correo basura”.

El fenómeno de la cuarta revolución industrial lo resume el economista Xavier Sala y Martín en su libro La economía en colores: “Si pulverizáis vuestro iPhone y separáis el polvo de los materiales en diferentes montoncitos, veréis que el montón más grande es el del litio que se utiliza en la batería (unos 30 gramos). El segundo más grande está formado por los 27 gramos de plástico, seguido de los 20 gramos de vidrio, los 16 gramos de cobre, los 15 de cromo, los 14 de aluminio y así iremos descendiendo. De hecho, hasta encontraréis 0,034 gramos de oro y 0,00034 gramos de platino...”. El caso es que si lleváramos estos montones de materiales al mercado, obtendríamos por ellos unos dos euros. ¡Sí, solo valen dos euros! Porque, por sí mismos, los montoncitos de polvo son absolutamente inútiles. Por lo tanto, el coste del iPhone, entre materiales y mano de obra, es de unos cinco euros. Pero el precio de venta de estos aparatos sube a más de 600 euros. ¿Dónde va a parar todo este dinero? Lo que está claro es que no va ni a los vendedores de las materias primas ni a los trabajadores que los han construido. La mayor parte de estos 600 euros va a las personas y a las empresas que han aportado las ideas. Porque, de los tres factores que intervienen en la producción de teléfonos (materiales, trabajo e ideas), las ideas son lo más importante.

¿Cuándo, se pregunta uno, es que los izquierdistas van a entender que no son las materias primas ni la mano de obra lo importante? En la cuarta generación industrial lo importante son las ideas. En este sentido, la visita del presidente Duque a California y Seattle para buscar el apoyo de los gigantes de la tecnología no puede ser más oportuna.

Apostilla: anotaba Winston Churchill que “(l)a democracia es el sistema político en el cual, cuando alguien llama a la puerta de la calle a las seis de la mañana, se sabe que es el lechero”. En los próximos meses la Corte Constitucional debe fallar si las superintendencias —sin previa orden judicial— tienen o no la facultad de reemplazar al lechero y presentarse en plan Gestapo a exigir descargos, desconociendo los principios esenciales de privacidad consagrados en la Constitución. La misma Fiscalía requiere previa orden judicial.

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