Haga de cuenta, amigo lector, un país donde hay un “pastelero” y un “progre”. El “pastelero” representa a los millones de empresarios, tanto formales como informales, que han ido forjando durante los últimos dos siglos el país que tenemos. El “progre” representa a los millones de izquierdistas que, más que crear riqueza, lo que buscan es repartirla. El “pastelero” sabe elaborar un ponqué, al igual que todos los que le suministran los ingredientes saben cómo hacerlos y suministrarlos. En Colombia, gracias al “pastelero”, hemos tenido la fortuna de que el ponqué ha crecido casi todos los años, no al ritmo que nos hubiera gustado, pero sí sacando de la pobreza a decenas de millones de compatriotas. Y si bien el “pastelero” y sus proveedores podrían ser más productivos, muchas veces quien no contribuye a aumentar esa productividad es el mismo Estado, en ocasiones con impuestos confiscatorios, otras con infraestructura sin ejecutar o mal ejecutada, y generalmente con regulaciones superfluas y obsoletas.
El “progre”, por el contrario, no tiene la menor idea —y poco le importa— de cómo hacer un ponqué y mucho menos cómo proveer sus ingredientes. La especialidad del “progre” es su reconocida destreza en repartir el ponqué, advirtiendo que cuando él llegue al poder lo hará de manera igualitaria. El “progre” vocifera que Colombia es un país singularmente desigual y que él y su gente lo que buscan es hacerlo más igual. El votante de izquierda muchas veces sucumbe ante esas promesas porque no entiende, como los ratones cuando repetidamente caen en la trampa del queso como carnada, por qué el queso es gratis. El “progre” en el poder solo logra dos cosas: la primera es repartir las tajadas más grandes entre su familia, sus copartidarios y la clase política que lo rodea; y la segunda, que el ponqué, año tras año, disminuya de tamaño. En Venezuela, entre el 2014 y el 2019, se experimentó una debacle similar a la de un país en guerra y el PIB, o sea el ponqué, se contrajo en un 65 %.
Como Maduro, Velasco Alvarado en el Perú y los hermanos Castro, una vez en el poder, el “progre” le dará una patada al “pastelero”. No entendiendo el “progre” cómo se hace un ponqué y mucho menos sus ingredientes, le es muy sencillo patear al “pastelero”. El “progre” tampoco tiene la menor idea de cómo se mezclan la harina, los huevos, el azúcar, la leche y la vainilla o chocolate. Lo que el “progre” nunca asimilará es que las vacas no dan leche: hay que criarlas, alimentarlas y ordeñarlas. Igualmente pasa con las gallinas y los huevos. Para tener harina es necesario bastante más que la arbitraria adjudicación de un pedazo de tierra. El “progre” en realidad se limita material e intelectualmente a ser un repartidor y esta es la razón por la cual las economías —en las que ellos asumen el poder y sacan a sombrerazos al “pastelero”— terminan año tras año teniendo que repartir y comer un ponqué más chiquito y menos apetitoso. No hay que mirar más allá de los países socialistas en donde el ponqué todos los años es de menor tamaño.
En Colombia hay más de tres millones de empresarios, o sea “pasteleros”. Las huestes de los “progres” se han encargado de patearnos, incluyendo varios medios e incontables ONG. Es hora de que los empresarios demos la cara y con orgullo defendamos y comuniquemos nuestros honroso y vital papel dentro de una sociedad libre y demócrata.
Haga de cuenta, amigo lector, un país donde hay un “pastelero” y un “progre”. El “pastelero” representa a los millones de empresarios, tanto formales como informales, que han ido forjando durante los últimos dos siglos el país que tenemos. El “progre” representa a los millones de izquierdistas que, más que crear riqueza, lo que buscan es repartirla. El “pastelero” sabe elaborar un ponqué, al igual que todos los que le suministran los ingredientes saben cómo hacerlos y suministrarlos. En Colombia, gracias al “pastelero”, hemos tenido la fortuna de que el ponqué ha crecido casi todos los años, no al ritmo que nos hubiera gustado, pero sí sacando de la pobreza a decenas de millones de compatriotas. Y si bien el “pastelero” y sus proveedores podrían ser más productivos, muchas veces quien no contribuye a aumentar esa productividad es el mismo Estado, en ocasiones con impuestos confiscatorios, otras con infraestructura sin ejecutar o mal ejecutada, y generalmente con regulaciones superfluas y obsoletas.
El “progre”, por el contrario, no tiene la menor idea —y poco le importa— de cómo hacer un ponqué y mucho menos cómo proveer sus ingredientes. La especialidad del “progre” es su reconocida destreza en repartir el ponqué, advirtiendo que cuando él llegue al poder lo hará de manera igualitaria. El “progre” vocifera que Colombia es un país singularmente desigual y que él y su gente lo que buscan es hacerlo más igual. El votante de izquierda muchas veces sucumbe ante esas promesas porque no entiende, como los ratones cuando repetidamente caen en la trampa del queso como carnada, por qué el queso es gratis. El “progre” en el poder solo logra dos cosas: la primera es repartir las tajadas más grandes entre su familia, sus copartidarios y la clase política que lo rodea; y la segunda, que el ponqué, año tras año, disminuya de tamaño. En Venezuela, entre el 2014 y el 2019, se experimentó una debacle similar a la de un país en guerra y el PIB, o sea el ponqué, se contrajo en un 65 %.
Como Maduro, Velasco Alvarado en el Perú y los hermanos Castro, una vez en el poder, el “progre” le dará una patada al “pastelero”. No entendiendo el “progre” cómo se hace un ponqué y mucho menos sus ingredientes, le es muy sencillo patear al “pastelero”. El “progre” tampoco tiene la menor idea de cómo se mezclan la harina, los huevos, el azúcar, la leche y la vainilla o chocolate. Lo que el “progre” nunca asimilará es que las vacas no dan leche: hay que criarlas, alimentarlas y ordeñarlas. Igualmente pasa con las gallinas y los huevos. Para tener harina es necesario bastante más que la arbitraria adjudicación de un pedazo de tierra. El “progre” en realidad se limita material e intelectualmente a ser un repartidor y esta es la razón por la cual las economías —en las que ellos asumen el poder y sacan a sombrerazos al “pastelero”— terminan año tras año teniendo que repartir y comer un ponqué más chiquito y menos apetitoso. No hay que mirar más allá de los países socialistas en donde el ponqué todos los años es de menor tamaño.
En Colombia hay más de tres millones de empresarios, o sea “pasteleros”. Las huestes de los “progres” se han encargado de patearnos, incluyendo varios medios e incontables ONG. Es hora de que los empresarios demos la cara y con orgullo defendamos y comuniquemos nuestros honroso y vital papel dentro de una sociedad libre y demócrata.