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De acuerdo con la acertada definición del columnista de El Mundo Iñaki Ellakuría, hoy estamos viviendo la consagración del islamowokismo, que es la emergente coalición de intereses entre la nueva izquierda y el islamismo de siempre, para acabar con la democracia occidental: “Los nietos y biznietos de los judíos que huyeron de Europa a América para evitar los habituales pogromos o la cámara de gas están sufriendo en los campus universitarios el mismo odio antisemita que justificó viejas masacres… revolucionarios de iPhone, ninguno de ellos utiliza el término –acuñado en 1944 para definir las atrocidades nazis– para referirse a la indiscriminada matanza de civiles ucranianos, pero sí lo hacen para golpear a Israel. Un intencionado distingo que se explica por su infecto antisemitismo”. El islamowokismo en esencia afirma que los judíos, al tener presumiblemente el control absoluto de todo, son y siempre serán vistos como opresores. Para David Bernstein, autor del ensayo Antisemitismo woke, la cuestión es que cuando en la identidad de un bando pones la característica de opresor y en la identidad del otro pones la característica de oprimido, Israel siempre será y actuará como opresor, mientras que Hamás y los palestinos siempre serán vistos como oprimidos, víctimas de los opresores. Este discurso maniqueo -al reducir la realidad solo a dos categorías, los opresores y los oprimidos- es el lenguaje ideal de los manipuladores que prometen soluciones fáciles para ganar adeptos. El contemplar que la eliminación de Israel y el pueblo judío redunda en el sosiego y la armonía de los palestinos y de los musulmanes es de una sandez inconcebible. Es el ejemplo de la estupidez colectiva de que hablaba el alemán Bonhoeffer y el italiano Cipolla (citados por Alfredo Rangel en reciente artículo).
El escritor Enrique Rubio, autor del libro Religión woke: el despertar de supremacismo identitario (Marcos Ondarra desde The Objective), arguye que “cuando una religión laica desarrolla todo su potencial destructivo nacen monstruos como el nazismo, el comunismo o el wokismo… es, grosso modo, como si “el nazismo y el comunismo hubieran tenido un hijo en una parroquia protestante y lo hubieran llevado a un colegio posmodernista”. El islamowokismo por supuesto hace abstracción del asesinato de más de 1.200 personas y la toma de 253 rehenes por parte del grupo terrorista Hamás. Este acto de lesa humanidad no es tenido en cuenta por los estudiantes y gobiernos islamowokistas, que poco entienden que su miserable lema “del río al mar” lo que implica es el genocidio del valiente pueblo judío.
Apostilla 1: El eufemismo -malabarismo idiomático- es tan vil como cobarde. Llamar al secuestro “retención económica”, como lo hace el ELN, define tanto el carácter ruin de los terroristas, como su pusilanimidad.
Apostilla 2: Hay que ser un redomado imbécil para creer que Olmedo López y Sneyder Pinilla no eran instrumentos, sino que actuaban por su propia iniciativa. La Ungrd, con casi $1 billón de presupuesto y libertad de contratar a su antojo, se ha convertido para este Gobierno en lo que PDVSA era para los chavistas. El hedor de esta trama de corrupción ya se está expandiendo por las estrellas del universo.