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Un juez de ascendencia afro, el magistrado Gerson Chaverra Castro, hoy preside la Corte Suprema de Justicia. Hijo de una maestra de escuela y un mecánico, Chaverra nació en el municipio de Bajo Baudó en el Chocó. Con credenciales académicas impecables, el magistrado Chaverra nunca ha ocultado su ideología conservadora. Al otro lado del charco, la cabeza del Partido Conservador del Reino Unido es Kemi Badenoch, una mujer negra hija de emigrantes nigerianos. Kemi, que con coraje y decisión le ha plantado la cara al wokeismo, tiene serias posibilidades de convertirse en la próxima líder del Gobierno. Crítica del multiculturalismo, Kemi promete “recablear, reiniciar y reprogramar” el Estado británico y ha demostrado ser una transformadora que defiende la economía de libre mercado, los impuestos no confiscatorios y una intervención del Estado limitada.
Uno espera que los casos del magistrado Chaverra y de Kemi Bedenoch pongan punto final a la peregrina tesis de que un negro no puede ser conservador. En Colombia, país en que prácticamente la totalidad de la población es “café con leche” (indistintamente de que en algunos se note menos el café, y en otros más la leche), y en el que el 23,9 % de la población se define como de derecha y un 41 % adicional se define como de centro, argumentar que el color de la piel se debe asociar con una ideología, aparte de ridículo, es violatorio de la Constitución.
Hace unos años, Carlos Granés, en su columna en El Espectador, señalaba: “Las redes ardieron porque un editor holandés y otro catalán contrataron a escritores blancos para traducir la obra de una poeta negra. La indignación se justificaba, decían, porque un blanco no puede entender la experiencia negra, mucho menos traducirla (…) Hoy en día las identidades se han convertido en campanas neumáticas, aisladas e incomunicadas, porque ya nadie puede ponerse en los zapatos del otro. Es más, hacerlo es cometer la peor incorrección. Sólo se puede hablar en nombre propio y no como individuo, claro, sino como miembro de una raza o de una identidad”. La extrema izquierda, cada vez menos liberal y más intolerante, fue decisiva en la derrota de Kamala Harris. Por más que les pique a los progresistas identitarios, como lo afirmó el profesor Wasserman: “La elección de Trump no la decidieron hombres blancos, sino latinos, negros, jóvenes y mujeres”.
A los aspirantes a dictadores les encantan las políticas identitarias porque les permiten en el tiempo controlar determinados grupos según el origen, color de piel o tendencia sexual, haciendo caso omiso de que estas discriminaciones terminan siendo el caldo de cultivo de múltiples conflictos sociales. En las democracias liberales es esencial que las leyes garanticen los mismos derechos, libertades y deberes para todos los ciudadanos, independientemente de sus características identitarias. Mantener que las personas se reducen a una identidad determinada por la raza, el sexo, el género o la orientación sexual, más que una equivocación, bordea la perfidia y en muchos casos la maldad.
Apostilla: Por culpa de unos miserables avivatos que, bajo supuesta necesidad de asilo, aprovecharon la eliminación de la visa al Reino Unido para quedarse allá, a millares de colombianos se les va a dificultar conocer a Inglaterra.