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“Los que pretenden abolir la alienación del hombre, cambiando la estructura jurídica de la economía, recuerdan al que resolvió el problema de su infortunio conyugal vendiendo el sofá del adulterio”. Nicolás Gómez Dávila.
Friedrich Hayek, austriaco ganador del Nobel de Economía, describía “la fatal arrogancia” de las personas que creen saber mucho mejor que el mercado lo que a la sociedad le conviene producir y lo que le conviene consumir: “Son esas personas convencidas de que están dotadas por los dioses o por los conocimientos difusos obtenidos de sus ideologías para guiar a sus conciudadanos hacia la tierra prometida, aunque tengan que hacerlo a latigazos y con el auxilio de perros guardianes, porque parece que no hay otra forma de mover a los rebaños en busca de destinos no solicitados”. La tesis central de Hayek es que todo movimiento que busque “justicia social” —incluyendo todas las formas de colectivismo— conducirá primero a socavar la legalidad de una sociedad y eventualmente a una tiranía, debiéndose desconfiar de aquella persistente manía obsesiva de planificar lo que no debe ser planificado.
Para el austriaco, es el proceso de mercado, un ámbito de intercambios voluntarios, el que puede organizar de manera más eficiente la información dispersa en la sociedad: “Es en el mercado donde se forman aquellas importantes señales que son los precios, donde se lleva a cabo la competencia continua e imperfecta que a través de un proceso de destrucción creativa se va innovando y las sociedades gradualmente progresan”.
Todo parece indicar que el objetivo principal del Gobierno es, en palabras de Jorge Humberto Botero, “someter, subordinar, dominar a la sociedad civil para que el Estado sea, en un sentido aterrador, ‘soberano’”. En términos similares a los de Hayek, el fallecido Carlos Alberto Montaner afirmaba que la principal característica de los gobiernos populistas de izquierda es mantener que la solución económica de los pueblos latinoamericanos reside en Estados fuertes que guíen a las sociedades hasta un destino superior de desarrollo y felicidad colectivos.
Los maestros, en un tema tan crucial como es la salud, afirman que cientos de sus afiliados no solo no han visto colmadas sus expectativas, sino que el servicio prestado es de pésima calidad. El ministro de Salud dejó entrever la cruda realidad: “El sistema de salud que propone Gustavo Petro para los profesores no existe, no es viable, pero debemos seguir órdenes”. Ante esta confesión del ministro Jaramillo, debemos tener claro que en el desayuno se sabe cómo será el almuerzo. Lo que nos espera a los colombianos, en caso de aprobarse el sistema de salud del Gobierno, es algo más que catastrófico. A Jaramillo, ignorante de las serias y cada vez más apremiantes limitaciones de caja del Gobierno, solo se le ocurre señalar: “Que venga el ministro de Hacienda y ponga el culo”.
Apostilla. A los congresistas, en cuyas manos está la aprobación o desaprobación de los proyectos estatistas, es oportuno recordarles que tres de cada cinco colombianos desaprueban la gestión del Gobierno, mientras que solo uno de cada tres la aprueba. Desconocer el sentir de los ciudadanos les puede llegar a costar caro.