Con el título “Sincerín, un corregimiento abandonado, como tantos otros de Bolívar”, el lunes pasado se publicó en Las 2 Orillas un interesante artículo de Cel Arroyo. En dicho escrito, Arroyo relata la decadencia de un corregimiento en el municipio de Arjona, que en su día fue un emporio de riqueza: “Nos adentramos en sus calles polvorientas, con charcos y huecos por doquier sin observar por ningún lado el poderío del que fue el centro del comercio azucarero de Colombia en la primera mitad del siglo XIX (Ingenio Central de Colombia). Esta hacienda colonial española dominaba los comercios del interior y es que, por aquel entonces, en Sincerín se producían la friolera de 20 toneladas de azúcar, levadura y alcohol diario que distribuían a través del canal del dique por toda Colombia, en estas tierras dichosas por la caña «que da miel sin necesidad de abejas», como la llamaban los persas alrededor del siglo V. a C… Además, el ingenio tenía su propia moneda que aceptaban en los lugares de alrededor... Un pueblo que supo administrar sus riquezas en pro de la comunidad, dejando mejores infraestructuras para las generaciones venideras. Pero no, la sensación final de Sincerín es de un corregimiento, como tantos otros de Bolívar, abandonado, olvidado por el Estado que parece no recordar que las vías no solamente conducen de un centro poblado a otro y que el desarrollo económico y social no sólo viene de la mano del cemento”.
El auge del azúcar en el Valle del Cauca se debió a la mayor productividad y contenido de sacarosa en la caña. Pero hoy en día la industria azucarera en el valle geográfico del río Cauca se ve amenazada por una extraña amalgama de indígenas, izquierdistas y ecofanáticos —indiferentes a que esta región corra la misma suerte de Sincerín— y que exigen que se levante hasta la última mata de caña: algunas comunidades del pueblo nasa del norte del Cauca, organizadas en cabildos indígenas, afirman que están en lucha contra la Conquista desde 1538: “En los últimos 46 años hemos andado con una plataforma de lucha que nos llevó a recuperar la tierra y ampliar el territorio. Hoy, cuando más que nunca en la historia el modelo económico se ha hecho poderoso y esclaviza el planeta, decidimos pasar a la ofensiva entrando directamente en fincas del capitalismo a cortar el monocultivo de caña y sembrar comida para liberar la Madre Tierra… la mitad de la tierra que hoy poseemos es de conservación, y por tal motivo no tenemos dónde sembrar comida”.
Detrás de las declaraciones de los indígenas nasa se esconden cuatro “mitos urbanos”: el primer mito —que todo historiador serio niega— es que esas tierras le han pertenecido a la comunidad nasa; el segundo es que la política indígena es producir comida: al contrario, lo que hacen es picar y dejar descansar la tierra. El tercer mito es que no tienen dónde sembrar comida: de las 612.959 ha que hoy en día poseen los indígenas, 382.025 son aptas para actividades agropecuarias. Pero además poseen 161.175 ha. que son áreas erosionadas que podrían ser acondicionadas para hacerlas productivas. Las tierras aptas de los indígenas son un área mayor que el valle geográfico del río Cauca (238.204 ha). El cuarto mito es que la mitad de la tierra que poseen los indígenas es de conservación cuando el área ambiental (reserva forestal, páramos y parques) en poder de ellos sólo son 69.759 ha. Difundir mitos es lo que más contribuye a olvidar la historia.
Con el título “Sincerín, un corregimiento abandonado, como tantos otros de Bolívar”, el lunes pasado se publicó en Las 2 Orillas un interesante artículo de Cel Arroyo. En dicho escrito, Arroyo relata la decadencia de un corregimiento en el municipio de Arjona, que en su día fue un emporio de riqueza: “Nos adentramos en sus calles polvorientas, con charcos y huecos por doquier sin observar por ningún lado el poderío del que fue el centro del comercio azucarero de Colombia en la primera mitad del siglo XIX (Ingenio Central de Colombia). Esta hacienda colonial española dominaba los comercios del interior y es que, por aquel entonces, en Sincerín se producían la friolera de 20 toneladas de azúcar, levadura y alcohol diario que distribuían a través del canal del dique por toda Colombia, en estas tierras dichosas por la caña «que da miel sin necesidad de abejas», como la llamaban los persas alrededor del siglo V. a C… Además, el ingenio tenía su propia moneda que aceptaban en los lugares de alrededor... Un pueblo que supo administrar sus riquezas en pro de la comunidad, dejando mejores infraestructuras para las generaciones venideras. Pero no, la sensación final de Sincerín es de un corregimiento, como tantos otros de Bolívar, abandonado, olvidado por el Estado que parece no recordar que las vías no solamente conducen de un centro poblado a otro y que el desarrollo económico y social no sólo viene de la mano del cemento”.
El auge del azúcar en el Valle del Cauca se debió a la mayor productividad y contenido de sacarosa en la caña. Pero hoy en día la industria azucarera en el valle geográfico del río Cauca se ve amenazada por una extraña amalgama de indígenas, izquierdistas y ecofanáticos —indiferentes a que esta región corra la misma suerte de Sincerín— y que exigen que se levante hasta la última mata de caña: algunas comunidades del pueblo nasa del norte del Cauca, organizadas en cabildos indígenas, afirman que están en lucha contra la Conquista desde 1538: “En los últimos 46 años hemos andado con una plataforma de lucha que nos llevó a recuperar la tierra y ampliar el territorio. Hoy, cuando más que nunca en la historia el modelo económico se ha hecho poderoso y esclaviza el planeta, decidimos pasar a la ofensiva entrando directamente en fincas del capitalismo a cortar el monocultivo de caña y sembrar comida para liberar la Madre Tierra… la mitad de la tierra que hoy poseemos es de conservación, y por tal motivo no tenemos dónde sembrar comida”.
Detrás de las declaraciones de los indígenas nasa se esconden cuatro “mitos urbanos”: el primer mito —que todo historiador serio niega— es que esas tierras le han pertenecido a la comunidad nasa; el segundo es que la política indígena es producir comida: al contrario, lo que hacen es picar y dejar descansar la tierra. El tercer mito es que no tienen dónde sembrar comida: de las 612.959 ha que hoy en día poseen los indígenas, 382.025 son aptas para actividades agropecuarias. Pero además poseen 161.175 ha. que son áreas erosionadas que podrían ser acondicionadas para hacerlas productivas. Las tierras aptas de los indígenas son un área mayor que el valle geográfico del río Cauca (238.204 ha). El cuarto mito es que la mitad de la tierra que poseen los indígenas es de conservación cuando el área ambiental (reserva forestal, páramos y parques) en poder de ellos sólo son 69.759 ha. Difundir mitos es lo que más contribuye a olvidar la historia.