Si no se modifica la demanda, la transición quedará coja
Perfectamente reemplazables en el tiempo por energías limpias y renovables, cuyo costo ya empieza a ser considerablemente más barato, los hidrocarburos tienen sus días contados. Dicho lo anterior, es obvio que la transición no puede ni va a ocurrir de un día para otro: reemplazar los hidrocarburos va a tomar varios lustros. Toda transición energética, y por ende el impacto que pueda tener en el cambio climático, se debe mirar desde dos ángulos: la generación de energía, o sea la oferta; y las necesidades de energía, o sea la demanda. En Colombia hemos tenido, en el caso de la energía eléctrica, una matriz en esencia limpia que, con los incentivos adecuados, puede llegar a ser totalmente renovable en el 2035.
Uno de los mayores mitos que nos han tratado de inculcar a los colombianos es que dejando de explorar y explotar hidrocarburos, aparte de una enorme contribución al clima, estamos haciendo prácticamente lo único necesario para la transición. ¡Grave error! Por el contrario, la contribución de no extraer hidrocarburos es negligente y, mientras no disminuyamos de manera dramática la demanda de hidrocarburos -muy especialmente en el sector transporte, industrial, comercial y residencial-, la transición quedará coja. Al tener a corto plazo que empezar a importar hidrocarburos (transportado en buques u oleoductos en que necesariamente se incurre en riesgos de derrames y accidentes), lo que estamos haciendo es contribuir a la degradación del planeta. Hernando Zuleta, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, estima que dejar de producir petróleo significaría para Colombia una reducción de exportaciones de cerca del 40 % y una contracción del PIB cercana al 3,5 %. Adicionalmente está el componente tributario que para los expertos puede tener graves consecuencias. De acuerdo con las estimaciones de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas (ACP), “entre 2027 y 2035 el fisco colombiano dejaría de percibir $40 billones, equivalentes a dos reformas tributarias, por cuenta de los menores ingresos en impuestos como el de renta, el pago de regalías, derechos económicos, entre otros tributos”.
En relación con la transición energética, en donde el país ha fallado de manera grave es por el lado de la demanda. Para Francisco José Lloreda, expresidente de la ACP, “la actividad de exploración en Colombia solo aporta 1 % de los gases de efecto invernadero, entonces por ahí no es. ¿Dónde están los desafíos? En el parque automotor. Mientras no transformemos el parque automotor, vamos a continuar con una matriz energética en la cual 45 % de la energía del país son combustibles líquidos para el transporte”. El editorial del diario Portafolio del pasado lunes retrata con claridad el panorama que nos espera: “Tras dos años del gobierno Petro y su postura de no promover la nueva exploración, las inversiones, las reservas y otros indicadores vitales de esa industria reflejan una tendencia de declive que debería alarmar a todos los colombianos. (…) Las consecuencias negativas de esa postura antipetróleo, en términos fiscales, de inversión, de reservas y de producción, no han hecho más que acumularse en estos dos años del gobierno. Los efectos de esta situación son desastrosos”.
Perfectamente reemplazables en el tiempo por energías limpias y renovables, cuyo costo ya empieza a ser considerablemente más barato, los hidrocarburos tienen sus días contados. Dicho lo anterior, es obvio que la transición no puede ni va a ocurrir de un día para otro: reemplazar los hidrocarburos va a tomar varios lustros. Toda transición energética, y por ende el impacto que pueda tener en el cambio climático, se debe mirar desde dos ángulos: la generación de energía, o sea la oferta; y las necesidades de energía, o sea la demanda. En Colombia hemos tenido, en el caso de la energía eléctrica, una matriz en esencia limpia que, con los incentivos adecuados, puede llegar a ser totalmente renovable en el 2035.
Uno de los mayores mitos que nos han tratado de inculcar a los colombianos es que dejando de explorar y explotar hidrocarburos, aparte de una enorme contribución al clima, estamos haciendo prácticamente lo único necesario para la transición. ¡Grave error! Por el contrario, la contribución de no extraer hidrocarburos es negligente y, mientras no disminuyamos de manera dramática la demanda de hidrocarburos -muy especialmente en el sector transporte, industrial, comercial y residencial-, la transición quedará coja. Al tener a corto plazo que empezar a importar hidrocarburos (transportado en buques u oleoductos en que necesariamente se incurre en riesgos de derrames y accidentes), lo que estamos haciendo es contribuir a la degradación del planeta. Hernando Zuleta, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, estima que dejar de producir petróleo significaría para Colombia una reducción de exportaciones de cerca del 40 % y una contracción del PIB cercana al 3,5 %. Adicionalmente está el componente tributario que para los expertos puede tener graves consecuencias. De acuerdo con las estimaciones de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas (ACP), “entre 2027 y 2035 el fisco colombiano dejaría de percibir $40 billones, equivalentes a dos reformas tributarias, por cuenta de los menores ingresos en impuestos como el de renta, el pago de regalías, derechos económicos, entre otros tributos”.
En relación con la transición energética, en donde el país ha fallado de manera grave es por el lado de la demanda. Para Francisco José Lloreda, expresidente de la ACP, “la actividad de exploración en Colombia solo aporta 1 % de los gases de efecto invernadero, entonces por ahí no es. ¿Dónde están los desafíos? En el parque automotor. Mientras no transformemos el parque automotor, vamos a continuar con una matriz energética en la cual 45 % de la energía del país son combustibles líquidos para el transporte”. El editorial del diario Portafolio del pasado lunes retrata con claridad el panorama que nos espera: “Tras dos años del gobierno Petro y su postura de no promover la nueva exploración, las inversiones, las reservas y otros indicadores vitales de esa industria reflejan una tendencia de declive que debería alarmar a todos los colombianos. (…) Las consecuencias negativas de esa postura antipetróleo, en términos fiscales, de inversión, de reservas y de producción, no han hecho más que acumularse en estos dos años del gobierno. Los efectos de esta situación son desastrosos”.