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Hace poco le oí decir a Jorge Orlando Melo que para resolver los problemas del país había que empezar por lo más elemental de la educación: por cambiar la manera como conversamos, discutimos y resolvemos nuestras diferencias. Si hacemos eso, tal vez podamos empezar a solucionar los problemas grandes.
Jorge Orlando tiene razón y se me ocurre incluso que hay que ir más lejos y mejorar la manera como hablamos y como les enseñamos a los niños a hablar. La lengua refleja las relaciones sociales y viceversa. Pensando en eso creo que deberíamos, entre otras cosas, fomentar el uso del modo condicional o, para decirlo técnicamente, el uso del condicional simple del indicativo. Es decir, usar con más frecuencia palabras como “podría”, “debería”, “estaría”, “querría”, en lugar de decir “puedo”, “debo”, “está”, “quiero”.
¿Matices anodinos, me dirán algunos? No lo creo. Cuando el condicional se elimina de la lengua, los niños (y los adultos en los que se convierten luego) tienden a ver una realidad simplificada; en blanco y negro: todo es o no es, se debe o no se debe, ocurre o no ocurre. Un lenguaje disminuido y escueto solo deja ver una realidad social disminuida y escueta. El mundo se observa como una fatalidad o como un destino. El modo condicional, en cambio, ayuda a ver matices, complejidades, variaciones, probabilidades, imprevistos. La realidad cambia con el tiempo, con el espacio y con las personas, y eso se describe mejor usando verbos condicionales y afirmaciones hipotéticas del tipo, “si ocurre A, puede ocurrir B”.
Si le enseñamos a nuestros niños a usar más el condicional, tal vez tendremos (en un par de décadas) adultos con mentes más abiertas, menos inclinados al dogmatismo, con intelectos más sofisticados, más dispuestos a oír, a investigar y a dudar. (Ah, ¡la duda!; ojalá los colombianos dudáramos más y no tuviéramos todo tan claro). Y tal vez tendremos científicos sociales más sofisticados y preparados para ver las complejidades de la sociedad.
El uso del condicional no solo ayuda a ver las complejidades de la realidad social; también fomenta la cortesía, que es algo así como el ritual del respeto: cuando le pido algo a una persona preguntándole si me lo podría dar (en lugar de pedirle que me lo dé) estoy reconociendo su autonomía, que es una manera de honrarlo. Recuerdo la ofuscación de mi padre cuando yo era un niño y le tocaba responder al teléfono, con un compañerito de mi colegio al otro lado de la línea que preguntaba: “¿Está Mauricio?”. “Será que les cuesta mucho decir: me podría pasar a Mauricio, por favor”, decía él. Muchos años después vi cómo el uso del condicional en otros países y en otras lenguas es, si uno no quiere pasar por inculto o por grosero, de uso imperativo. En algunos ámbitos sociales de América Latina, en cambio, el uso del condicional es desconocido. En varias ocasiones me ha ocurrido que cuando le pregunto a alguien si me podría hacer un favor, la respuesta es “¿cómo así podría?”.
Me dirán ustedes que estoy hilando demasiado delgado y que los cambios en el lenguaje y en las formas de la cortesía no son como varitas mágicas. Puede ser, pero son rituales que, como decía John Locke, recrean virtudes sociales (como el respeto y la tolerancia) y cuando esas virtudes se adoptan en la vida cotidiana de millones de personas, pueden producir cambios sociales significativos. Puede que esto no sea una varita mágica, pero puede ser una gran fábrica social en donde se produce el cemento cultural que cohesiona las relaciones entre la gente. Tal vez en eso piensa Melo cuando habla de la educación elemental.