La semana pasada me invitaron a una charla con rectores de colegios para hablar sobre la manera como la pandemia está cambiando la enseñanza, sus contenidos y sus métodos. Me quedé pensando en lo que a mí me habría gustado que me enseñaran en el colegio.
Me habría gustado que me hablaran más de Darwin, de su viaje en el Beagle, de su curiosidad y de su modestia, de su teoría de la selección natural y del origen común de todo lo viviente. Que me mostraran el “calendario cósmico”, de Carl Sagan, que es una metáfora del tiempo, con el big bang en el primer segundo del año y con toda la historia moderna (400 años) en el último segundo del 31 de diciembre. Que me ayudaran a descubrir verdades por mis propios medios, a través de experimentos, en lugar de pedirme que me aprendiera esas verdades de memoria. Que me enseñaran más de historia de Colombia, con todo lo furioso y lo sublime que hay en ella. Que me ayudaran a escribir mejor, con buenos consejos para decir las cosas de manera más clara y más inteligente. Que me indicaran cuáles son las falacias argumentativas más comunes y cómo evitarlas. Que me enseñaran matemáticas con la gracia y el misterio que tienen. Que me contaran sobre la historia de la ciencia, con más referencias al siglo XVII, que es el siglo de Galileo y de Francis Bacon, y no solo al siglo anterior, que es el del Renacimiento, o al posterior, que es el de la Ilustración; pero en cualquier caso, que me hablaran más de todo eso. Que me adiestraran para escribir, aprendiendo a corregir y no simplemente pasando ideas de la mente al papel. Que me explicaran que los seres humanos estamos predispuestos genéticamente, con una mezcla de impulsos nobles y mezquinos, pero sin que la genética nos marque necesariamente el destino. Que me hablaran más de arte y de literatura. Que me revelaran los secretos básicos del cerebro, para entender que somos seres emocionales (más que racionales) y que con mucha frecuencia lo que creemos verdadero es una simple adaptación de lo que deseamos. Que me mostraran cómo la colaboración puede ser más rentable que el egoísmo. Que me dijeran lo mucho que los hombres nos parecemos a los simios machos, en la manera como nos excedemos en el ataque a los enemigos, recurrimos a la violencia, dominamos a las hembras y nos embelesamos con el poder; todo ello, sabiendo que la cultura y el sentido moral nos pueden liberar de esas semejanzas. Que me entrenaran para pensar a partir de problemas, no solo de teorías. Que me explicaran cómo funciona la sociedad de consumo. Que me pusieran a leer los secretos de la felicidad que hay en Epicuro, Montaigne, Erasmo y Hume. Que me enseñaran a disfrutar del silencio. Que me dijeran que los animales que tienen un sistema nervioso complejo sufren como nosotros y por eso merecen nuestra compasión. Que me contaran más historias de la mitología griega y menos de la historia sagrada. Que me dieran una mejor educación sentimental, para gozar del cuerpo y sus placeres, sin diablos agazapados, ni infiernos amenazantes. Que me enseñaran a pegar botones. Que me hablaran más de las virtudes y menos de los mandamientos. Que me enseñaran a juzgar a los demás con prudencia, sin caer en el moralismo ni en el cinismo. Que me inculcaran el gusto por los oficios manuales y por vivir en paz con la naturaleza y con mi propio destino.
Los niños de hoy no tienen que esperar a ser viejos como yo para aprender esas cosas.
La semana pasada me invitaron a una charla con rectores de colegios para hablar sobre la manera como la pandemia está cambiando la enseñanza, sus contenidos y sus métodos. Me quedé pensando en lo que a mí me habría gustado que me enseñaran en el colegio.
Me habría gustado que me hablaran más de Darwin, de su viaje en el Beagle, de su curiosidad y de su modestia, de su teoría de la selección natural y del origen común de todo lo viviente. Que me mostraran el “calendario cósmico”, de Carl Sagan, que es una metáfora del tiempo, con el big bang en el primer segundo del año y con toda la historia moderna (400 años) en el último segundo del 31 de diciembre. Que me ayudaran a descubrir verdades por mis propios medios, a través de experimentos, en lugar de pedirme que me aprendiera esas verdades de memoria. Que me enseñaran más de historia de Colombia, con todo lo furioso y lo sublime que hay en ella. Que me ayudaran a escribir mejor, con buenos consejos para decir las cosas de manera más clara y más inteligente. Que me indicaran cuáles son las falacias argumentativas más comunes y cómo evitarlas. Que me enseñaran matemáticas con la gracia y el misterio que tienen. Que me contaran sobre la historia de la ciencia, con más referencias al siglo XVII, que es el siglo de Galileo y de Francis Bacon, y no solo al siglo anterior, que es el del Renacimiento, o al posterior, que es el de la Ilustración; pero en cualquier caso, que me hablaran más de todo eso. Que me adiestraran para escribir, aprendiendo a corregir y no simplemente pasando ideas de la mente al papel. Que me explicaran que los seres humanos estamos predispuestos genéticamente, con una mezcla de impulsos nobles y mezquinos, pero sin que la genética nos marque necesariamente el destino. Que me hablaran más de arte y de literatura. Que me revelaran los secretos básicos del cerebro, para entender que somos seres emocionales (más que racionales) y que con mucha frecuencia lo que creemos verdadero es una simple adaptación de lo que deseamos. Que me mostraran cómo la colaboración puede ser más rentable que el egoísmo. Que me dijeran lo mucho que los hombres nos parecemos a los simios machos, en la manera como nos excedemos en el ataque a los enemigos, recurrimos a la violencia, dominamos a las hembras y nos embelesamos con el poder; todo ello, sabiendo que la cultura y el sentido moral nos pueden liberar de esas semejanzas. Que me entrenaran para pensar a partir de problemas, no solo de teorías. Que me explicaran cómo funciona la sociedad de consumo. Que me pusieran a leer los secretos de la felicidad que hay en Epicuro, Montaigne, Erasmo y Hume. Que me enseñaran a disfrutar del silencio. Que me dijeran que los animales que tienen un sistema nervioso complejo sufren como nosotros y por eso merecen nuestra compasión. Que me contaran más historias de la mitología griega y menos de la historia sagrada. Que me dieran una mejor educación sentimental, para gozar del cuerpo y sus placeres, sin diablos agazapados, ni infiernos amenazantes. Que me enseñaran a pegar botones. Que me hablaran más de las virtudes y menos de los mandamientos. Que me enseñaran a juzgar a los demás con prudencia, sin caer en el moralismo ni en el cinismo. Que me inculcaran el gusto por los oficios manuales y por vivir en paz con la naturaleza y con mi propio destino.
Los niños de hoy no tienen que esperar a ser viejos como yo para aprender esas cosas.