Tengo amigos en todo el espectro ideológico, con quienes converso con frecuencia sobre los problemas y las soluciones de Colombia. Leo y escucho con atención las diversas posiciones frente a la coyuntura económica, social y política. Como es apenas natural —y conveniente— en una democracia, hay análisis y opiniones muy diferentes. Pero también existen coincidencias importantes, sobre todo en los objetivos a lograr: por ejemplo, superación de la pobreza, generación de empleo, mejora en la calidad de la educación y la salud, erradicación de la violencia y de la corrupción.
Entonces, ¿por qué estamos tan nocivamente polarizados? ¿Por qué no somos capaces de ponernos de acuerdo en al menos algunas pocas metas comunes claves y los métodos para alcanzarlas?
Mi respuesta es que no sabemos, o no queremos, dialogar. Necesitamos con urgencia conversaciones serenas, respetuosas, profundas, sin prejuicios, con mente abierta, pragmáticas. Conversaciones cuyo norte sea el bienestar de toda la sociedad, sin excepción alguna. Conversaciones en las que “todos ponen y todos ganan”.
Lo primero que sugiero para que dichas conversaciones sean fructíferas es eliminar de una vez por todas las mentiras, las calumnias y los insultos en los debates. Seguramente algunos me tacharán de ingenuo porque lograr eso parece misión imposible. Pero insisto en que es indispensable hacerlo, porque de lo contrario seguiremos en esta acelerada espiral descendente que tanto daño le está haciendo al país —en especial a los ciudadanos menos favorecidos—.
Creo en el poder del diálogo tal como lo describe de forma magistral el gran escritor argentino Jorge Luis Borges:
“Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o del otro es un error; sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se le ve como un juego en el cual alguien gana o alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación, y poco importa que la verdad salga de uno o de la boca del otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga la razón o que la tenga usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o de qué nombre, es lo de menos”.
Invito a los colombianos a que conversemos de esta manera, por el bien de todos y pensando en la nación que queremos y podemos dejarles a nuestros hijos.
* Profesor de liderazgo, Universidad Externado.
Tengo amigos en todo el espectro ideológico, con quienes converso con frecuencia sobre los problemas y las soluciones de Colombia. Leo y escucho con atención las diversas posiciones frente a la coyuntura económica, social y política. Como es apenas natural —y conveniente— en una democracia, hay análisis y opiniones muy diferentes. Pero también existen coincidencias importantes, sobre todo en los objetivos a lograr: por ejemplo, superación de la pobreza, generación de empleo, mejora en la calidad de la educación y la salud, erradicación de la violencia y de la corrupción.
Entonces, ¿por qué estamos tan nocivamente polarizados? ¿Por qué no somos capaces de ponernos de acuerdo en al menos algunas pocas metas comunes claves y los métodos para alcanzarlas?
Mi respuesta es que no sabemos, o no queremos, dialogar. Necesitamos con urgencia conversaciones serenas, respetuosas, profundas, sin prejuicios, con mente abierta, pragmáticas. Conversaciones cuyo norte sea el bienestar de toda la sociedad, sin excepción alguna. Conversaciones en las que “todos ponen y todos ganan”.
Lo primero que sugiero para que dichas conversaciones sean fructíferas es eliminar de una vez por todas las mentiras, las calumnias y los insultos en los debates. Seguramente algunos me tacharán de ingenuo porque lograr eso parece misión imposible. Pero insisto en que es indispensable hacerlo, porque de lo contrario seguiremos en esta acelerada espiral descendente que tanto daño le está haciendo al país —en especial a los ciudadanos menos favorecidos—.
Creo en el poder del diálogo tal como lo describe de forma magistral el gran escritor argentino Jorge Luis Borges:
“Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o del otro es un error; sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se le ve como un juego en el cual alguien gana o alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación, y poco importa que la verdad salga de uno o de la boca del otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga la razón o que la tenga usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o de qué nombre, es lo de menos”.
Invito a los colombianos a que conversemos de esta manera, por el bien de todos y pensando en la nación que queremos y podemos dejarles a nuestros hijos.
* Profesor de liderazgo, Universidad Externado.