Hay similitudes entre las desequilibradas y abusivas relaciones de pareja en las maras o pandillas juveniles centroamericanas y las que se observaban en las Farc, la guerrilla más vieja del mundo.
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Hay similitudes entre las desequilibradas y abusivas relaciones de pareja en las maras o pandillas juveniles centroamericanas y las que se observaban en las Farc, la guerrilla más vieja del mundo.
En las maras, el trencito es un salvaje rito de iniciación para las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. Los futuros pandilleros aguantan una golpiza mientras las mujeres “tienen que brindar servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda”.
Minoritarias en la pandilla, las jóvenes pasan a ser propiedad colectiva sin problemas de rivalidad entre machos posesivos. Los mareros aceptan que ese arreglo es parte de “la vida loca”. Después buscarán una “chavala decente” para tener hijos. El porvenir de las pasajeras del trencito es más complicado. Con frecuencia terminan ejerciendo el oficio.
No se sabe de expandilleras que denuncien ante las autoridades los atropellos de sus compinches de aventuras, parranda y delincuencia. La violencia sexual es no sólo ignorada sino incluso aceptada: un académico progresista no tuvo reparo en señalar que la pandilla libera sexualmente a las mujeres jóvenes.
Marta tenía once años cuando en Barrancabermeja unos hombres la subieron a la fuerza a un camión con otros cincuenta menores de edad. Al llegar al campamento de las Farc los alinearon para empezar el adoctrinamiento. A los dos o tres días “un comandante me sacó del grupo y me llevó a un cambuche donde me violó, me golpeó y posteriormente me amarró. Allí duré una semana”. Su caso no es excepcional. “Era la regla y no la excepción… la cuota que las mujeres teníamos que pagar para estar en este grupo guerrillero”. El mismo rito de iniciación de las maras, pero individual y no explícito.
Sorprendentemente, en Colombia también hubo aval académico para esa salvajada. “Las Farc son un paso para la liberalización y la madurez femenina. Se rompe con los estereotipos tradicionales de lo femenino y lo masculino”, proclama una tesis universitaria, aunque los testimonios la contradigan. Las campesinas “llegaban y como había muchos más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy, llegó carne fresca. Sin experiencia, los muchachos les caían y las muchachas se dejaban llevar” relata otra exfariana.
A un comandante que manejaba mucha plata en efectivo “se le arrimaban las chinas porque él les daba regalos”. A Rigo “le gustaban las monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda…”.
La rotación de parejas es constante. “El sexo es lo único feliz que había en mi vida”, cuenta una desmovilizada. “Pasaba el calor de las noches pero cuando amanecía terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro. A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”.
La aparente liberalidad era reprochada por los mismos compañeros. Según un exfariano “la mujer pierde su feminidad… ellas empiezan en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama… Hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les dan ropa interior o un champú, en fin …”. Por eso en la instrucción les advertían “ustedes confundieron Farc-Ep con Bar-Ep”.
“Ahora Lozada tiene otra mujer, una chica de 16 años, de tetas enormes. Esta muchacha tira con todo el mundo y es muy tonta” escribió Tanja Nijmeijer en su diario. El sexo casual está reglamentado: “para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo, pero hay que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”.
Al reinsertarse, como los pandilleros centroamericanos, los guerrilleros se buscan una mujer “decente” para tener hijos. Una antropóloga que entrevistó desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener ningún interés por una excombatiente como pareja.
Además, cual mafiosos, los guerrilleros han sido asiduos clientes de burdeles desde antes de vincularse. Una mujer del Epl recuerda que era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, o sea a las jóvenes campesinas. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes”.
Otro síntoma de fuerte demanda por sexo pago es la alta incidencia de enfermedades venéreas que, sin duda, en un entorno al que ellas entraban vírgenes y tenían prohibido relacionarse con civiles, fueron importadas por guerrilleros descuidados con el preservativo. Todo esto se calló por la paz.
Aunque pocas reinsertadas han reportado ser violadas en la guerrilla, siendo niñas cuando las reclutaron, queda la inquietud de si el camión en el que subieron a Marta no era en realidad un trencito camuflado.