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Una amplia y creciente variedad de arreglos institucionales espontáneos desafía dogmas y doctrinas. En Francia, por ejemplo, jóvenes inversionistas hacen política forestal y ambiental mientras algunas mujeres se hacen carpinteras en organizaciones sin hombres.
Lo que parecía un paseo de senderistas por las montañas de Drôme, departamento al este del Ródano, era en realidad la culminación de un largo proceso con el que una joven, Blanche, logró negociar un precio de 1.000 euros por hectárea de bosque y convencer sobre la viabilidad de su proyecto forestal sostenible. Pudo reunir fondos para comprar 33 hectáreas próximas a una extensión de 400 adquiridas hace cuatro años por la ASPAS (Asociación Para la Protección de Animales Salvajes). Antiguo terreno de caza, ahora es la mayor reserva de vida salvaje en Francia con tres objetivos básicos. Uno, prohibir en sus bosques cualquier actividad humana distinta de “paseos contemplativos, amorosos y curiosos”. Dos, defender especies normalmente marginadas de la fauna salvaje por “insignificantes, engorrosas o en conflicto con actividades humanas”. Tres, ofrecer asesoría jurídica para hacer respetar y fortalecer el derecho ambiental.
La ASPAS se presenta como una asociación “100% independiente, activa y eficaz”. En invierno y en verano la vigilancia de los predios está a cargo de decenas de voluntarios a los que Blanche entrena. Con los aportes de inversionistas privados y de sus 13.000 miembros, la ASPAS compra terrenos para dejarlos evolucionar libremente o devolverlos a su estado natural. Blanche trabajaba en el sector turístico de montaña, entorno en el que creció. La principal motivación para su nueva militancia surgió al nacer su hija: quiso darle la posibilidad de vivir un ambiente similar al que ella disfrutó de niña.
Aunque los cazadores ya no entran a muchos bosques, la presión continúa. Han adiestrado perros para que saquen las presas y sean abatidas afuera. No es la única amenaza que enfrentan los nuevos guardabosques privados. En el último siglo y medio el área forestal francesa se duplicó. Pero la biodiversidad se redujo de manera sustancial. El consumo mundial de madera ha aumentado considerablemente y la explotación forestal se volvió un negocio muy rentable. Bancos, compañías de seguros y fondos de pensiones son dueños de la mitad de los bosques franceses. Hace una década la tecnología de las taladoras forestales cambió hacia máquinas multitask que tumban, cortan y sirven de aserradero móvil capaz de desmenuzar un árbol en menos de un minuto. Además, multiplicaron los cortes a ras e incluso arrancan raíces apreciadas como leña. Fue contra esta industrialización de las tareas forestales que el activismo optó por comprar parcelas de bosques para protegerlas. Así, “para devolver a la naturaleza sus derechos o explotarla de manera durable”, activistas imaginativos buscan “reconquistar, hectárea por hectárea, esos ecosistemas esenciales para el futuro”. No siempre la inversión privada es egoísta e insaciable.
Nathalie Naulet es una ingeniera forestal que trabajó 10 años en la Oficina Nacional de Bosques francesa. Dejó su cómodo y bien remunerado empleo vitalicio “porque no estaba de acuerdo con lo que pasaba allí”. En particular, la indignó la falta de medidas contra el daño causado por la tecnología depredadora de la tala. Una oficina pública, incluso con educada burocracia francesa, puede no priorizar el bien común. “Con el confinamiento llegaron devoradoras como esas de todas partes. La gente estaba en sus casas, no se movía… Es una práctica hiperviolenta con el bosque: suelo, árboles, toda la biodiversidad”. El resultado son terrenos casi estériles. Como ciudadana Nathalie también protege el bosque comprando parcelas. Además, promueve actividades respetuosas de la naturaleza. Asesoró la adquisición de una hectárea y media a un grupo de mujeres entre las que se destaca Fanny Colin quien abrió en la región una escuela de carpintería exclusivamente femenina, no sólo para aprender los fundamentos del oficio sino para “utilizar maderas locales, duras o blandas, curvas o rectas, cortas o largas”. Adaptar el trabajo a los bosques locales, no al revés. Nathalie las entrena. Entre otras habilidades, les enseña a distinguir los árboles que se deben preservar de aquellos que se pueden cortar para sacar una viga. Lo que queda por debajo del suelo tras la tala es crucial.
El nombre del centro de formación de Fanny no podría ser más provocador: École des Renardes (Escuela de Zorras). Su promotora explica la lógica del “sólo para mujeres”. Ignorando el feminismo tradicional, anota: “Desde que trabajo por cuenta propia, casi solo lo hago con mujeres… Antes, no pensaba que trabajar en un entorno de un solo sexo fuera la solución. Luego me di cuenta de que la igualdad no pasa por la ausencia de diferencias, sino por la aceptación de su existencia. Debemos tener en cuenta estas diferencias para crear un ambiente de trabajo que se adapte a nosotras”. En ciertas actividades, la igualdad puede ser imposible si se juntan unas con otros.