Los servicios de inteligencia españoles malgastaron ingentes fondos para satisfacer los caprichos de un macho alfa insaciable.
Narcis Serra es un político socialista español, alcalde de Barcelona y ministro de Defensa de Felipe González entre 1982 y 1991. Hace un par de semanas admitió en una entrevista haber autorizado que el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) contribuyera a “ocultar los devaneos” del entonces rey Juan Carlos I. Reconoció que con fondos públicos se alquilaban casas para que Su Majestad tuviera citas clandestinas con sus amantes.
“No me arrepiento” dijo con desparpajo. “Cuando se tienen responsabilidades altas, hay muchas decisiones difíciles y en aquel momento, sobre todo después del 23F -intento fallido de Golpe de Estado de Febrero 23 de 1981- yo creía que había que ayudar a apuntalar totalmente la figura del Rey”.
La alcahuetería real no fue un gasto despreciable para el CESID. Mantenerle nidos de amor al entonces monarca era un propósito costoso, por calidad y cantidad. En 2017 la revista colombiana Semana titulaba “Juan Carlos I de España habría tenido más de 5.000 amantes”.
En asuntos de cuernos, los medios anglosajones son menos condescendientes que los hispanos. “Juan Carlos I ha estado siempre obsesionado con las faldas. Le gustan tanto las mujeres como el poder, el dinero y el deporte” anota la serie “Salvar al Rey” lanzada recientemente por HBO. Después de muchos años y varios documentales o reportajes que tapaban su escándalos o “los cubrían con una capa de campechanidad y espíritu de transición” esta producción incluye audios inéditos grabados por una de las ex amantes más descaradas del monarca, Bárbara Rey.
Esta mujer fue una atractiva presentadora, cantante y vedette. Bastante cotizada dentro en el cine del destape, empezó su carrera en 1977 apoyando la candidatura de Adolfo Suárez para la primera presidencia de la democracia. Hacía parte de la farándula reclutada por el hermano menor del político que lucía una camiseta con el lema “Vota Centro”. Suárez se la presentó al Rey quien de inmediato se encaprichó con ella. “Tanto se veían, que los servicios secretos, el Cesid, alquilaron un chalet para sus encuentros”.
Pronto la inteligencia española tuvo que pagar bastante más que un arriendo para los encuentros amorosos. Consciente del calibre de su affaire, Bárbara cobró 25 millones de pesetas (150.000 €) para “frenar la publicación de unas fotos de Juan Carlos tocándole un pecho”. Luego apareció material más sensible, como videos de alcoba y audios en los que el Rey denigraba de gente importante. Convertida en amenaza, se volvió costumbre silenciarla con efectivo. “La parienta va mal de dinero y pide más” comunicó alguna vez Su Majestad para satisfacer su chantaje. Se calcula que en 1997 le dieron 100 millones de pesetas (600.000 €) y muchas más en cómodas mensualidades. La vedette obtuvo además un contrato con TVE -la televisión oficial- en horario triple A.
No todas las amantes de Juan Carlos I fueron arpías de ese calibre. Una de las más duraderas y desconocidas fue la fotógrafa Queca Campillo con quien mantuvo una relación de tres décadas hasta que ella murió. La vio por primera vez en un evento político en el que “quedé impresionada cuando ví que en todas las fotos el Rey miraba a mi cámara”. Empezaron una relación, “difícil porque no teníamos dónde citarnos… Nos veíamos en una furgoneta que él tenía en un camino cerca de la Zarzuela”. Tales incomodidades serían luego superadas gracias a los servicios de inteligencia.
La reportera nunca pretendió la exclusividad de su amante, sabía que tenía muchas rivales. No le importaba siempre que no buscaran aprovecharse de él. Fue Queta quien desde el principio desconfió de Corinna Larsen, la empresaria Alemana de origen danés que el Rey conoció como organizadora de una cacería, y con la que “quedó deslumbrado y se enamoró como un colegial”. Por ella estuvo a punto de divorciarse pero se arrepintió. “Nunca me sentí tan casada antes como me sentí con el Rey de España. En mi corazón, él era mi marido… Me llamaba al menos 10 veces al día. Enviaba flores y cartas. Cientos de cartas”, explica Larsen en medio de su actual batalla legal contra Juan Carlos ante la justicia británica. En su demanda también cuenta que su amado aparecía en casa con bolsas de dinero, regalos de sus amigos.
La indemnización por daños que pretende Larsen es a causa del acoso sufrido del Rey emérito y de personas en su nombre, como un ex director del Centro Nacional de Inteligencia, para recuperar unos 65 millones de euros transferidos a la empresaria en 2012. Entre las amistades del enamoradizo monarca que lo ayudaron a mantener sin tropiezos sus aventuras parecen confundirse jeques petroleros con sabuesos convencidos de que una de las labores de los servicios inteligencia es la alcahuetería. Exactamente eso pensaba también el monarca.
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Los servicios de inteligencia españoles malgastaron ingentes fondos para satisfacer los caprichos de un macho alfa insaciable.
Narcis Serra es un político socialista español, alcalde de Barcelona y ministro de Defensa de Felipe González entre 1982 y 1991. Hace un par de semanas admitió en una entrevista haber autorizado que el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) contribuyera a “ocultar los devaneos” del entonces rey Juan Carlos I. Reconoció que con fondos públicos se alquilaban casas para que Su Majestad tuviera citas clandestinas con sus amantes.
“No me arrepiento” dijo con desparpajo. “Cuando se tienen responsabilidades altas, hay muchas decisiones difíciles y en aquel momento, sobre todo después del 23F -intento fallido de Golpe de Estado de Febrero 23 de 1981- yo creía que había que ayudar a apuntalar totalmente la figura del Rey”.
La alcahuetería real no fue un gasto despreciable para el CESID. Mantenerle nidos de amor al entonces monarca era un propósito costoso, por calidad y cantidad. En 2017 la revista colombiana Semana titulaba “Juan Carlos I de España habría tenido más de 5.000 amantes”.
En asuntos de cuernos, los medios anglosajones son menos condescendientes que los hispanos. “Juan Carlos I ha estado siempre obsesionado con las faldas. Le gustan tanto las mujeres como el poder, el dinero y el deporte” anota la serie “Salvar al Rey” lanzada recientemente por HBO. Después de muchos años y varios documentales o reportajes que tapaban su escándalos o “los cubrían con una capa de campechanidad y espíritu de transición” esta producción incluye audios inéditos grabados por una de las ex amantes más descaradas del monarca, Bárbara Rey.
Esta mujer fue una atractiva presentadora, cantante y vedette. Bastante cotizada dentro en el cine del destape, empezó su carrera en 1977 apoyando la candidatura de Adolfo Suárez para la primera presidencia de la democracia. Hacía parte de la farándula reclutada por el hermano menor del político que lucía una camiseta con el lema “Vota Centro”. Suárez se la presentó al Rey quien de inmediato se encaprichó con ella. “Tanto se veían, que los servicios secretos, el Cesid, alquilaron un chalet para sus encuentros”.
Pronto la inteligencia española tuvo que pagar bastante más que un arriendo para los encuentros amorosos. Consciente del calibre de su affaire, Bárbara cobró 25 millones de pesetas (150.000 €) para “frenar la publicación de unas fotos de Juan Carlos tocándole un pecho”. Luego apareció material más sensible, como videos de alcoba y audios en los que el Rey denigraba de gente importante. Convertida en amenaza, se volvió costumbre silenciarla con efectivo. “La parienta va mal de dinero y pide más” comunicó alguna vez Su Majestad para satisfacer su chantaje. Se calcula que en 1997 le dieron 100 millones de pesetas (600.000 €) y muchas más en cómodas mensualidades. La vedette obtuvo además un contrato con TVE -la televisión oficial- en horario triple A.
No todas las amantes de Juan Carlos I fueron arpías de ese calibre. Una de las más duraderas y desconocidas fue la fotógrafa Queca Campillo con quien mantuvo una relación de tres décadas hasta que ella murió. La vio por primera vez en un evento político en el que “quedé impresionada cuando ví que en todas las fotos el Rey miraba a mi cámara”. Empezaron una relación, “difícil porque no teníamos dónde citarnos… Nos veíamos en una furgoneta que él tenía en un camino cerca de la Zarzuela”. Tales incomodidades serían luego superadas gracias a los servicios de inteligencia.
La reportera nunca pretendió la exclusividad de su amante, sabía que tenía muchas rivales. No le importaba siempre que no buscaran aprovecharse de él. Fue Queta quien desde el principio desconfió de Corinna Larsen, la empresaria Alemana de origen danés que el Rey conoció como organizadora de una cacería, y con la que “quedó deslumbrado y se enamoró como un colegial”. Por ella estuvo a punto de divorciarse pero se arrepintió. “Nunca me sentí tan casada antes como me sentí con el Rey de España. En mi corazón, él era mi marido… Me llamaba al menos 10 veces al día. Enviaba flores y cartas. Cientos de cartas”, explica Larsen en medio de su actual batalla legal contra Juan Carlos ante la justicia británica. En su demanda también cuenta que su amado aparecía en casa con bolsas de dinero, regalos de sus amigos.
La indemnización por daños que pretende Larsen es a causa del acoso sufrido del Rey emérito y de personas en su nombre, como un ex director del Centro Nacional de Inteligencia, para recuperar unos 65 millones de euros transferidos a la empresaria en 2012. Entre las amistades del enamoradizo monarca que lo ayudaron a mantener sin tropiezos sus aventuras parecen confundirse jeques petroleros con sabuesos convencidos de que una de las labores de los servicios inteligencia es la alcahuetería. Exactamente eso pensaba también el monarca.
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