El exjuez mercachifle aprovecha su fama de progre global para atraer buenos negocios. Algo similar hacen célebres exmagistrados y académicos colombianos a quienes la justicia les preocupa poco.
No es simple especulación: hay evidencia de esa vergonzosa realidad. Un proyecto local de paz imaginativo, conceptualmente sólido, justo, factible, realizable y exitoso está a punto de naufragar por la privación de libertad de su principal promotor y líder, Calabazo, un expandillero sin los beneficios generosamente concedidos a criminales políticos por el santismo.
La reinserción de pandillas y renovación urbana del barrio Egipto iniciadas en pleno proceso de diálogo habanero no han sido los únicos esfuerzos para combatir la violencia y el deterioro urbano, pero sí las primeras iniciativas surgidas de los mismos expandilleros y habitantes del barrio. A diferencia de propuestas anteriores, con enfoque burocrático, de arriba hacia abajo, este ha sido un proyecto popular, empírico, inductivo, promovido desde la base.
Antes en el barrio hubo propuestas idealistas y grandiosas que no fraguaron. En 1986, el párroco quiso implantar un reciclaje de basuras similar al de la isla de San Andrés bajo el gobierno de Simón González. Las cifras eran tan alentadoras que varias universidades ofrecieron asesoría experta. Un año antes, la recién inaugurada Avenida Circunvalar produjo un gran deterioro urbanístico de la zona. Para contrarrestarlo, renombrados arquitectos concibieron un ambicioso plan de acción con el apoyo de la Corporación La Candelaria, el Departamento Administrativo de Planeación Distrital y estudios costeados por el Banco Central Hipotecario. El esfuerzo representaba apenas el 3% de la inversión total en la Circunvalar, pero no se hizo nada, porque, según un artículo de prensa de la época, “Egipto es un barrio modesto, habitado por pobres, sembrado de casas de inquilinato con propietarios ausentistas. Y no tiene padrino político”.
A diferencia de los grupos subversivos que por décadas han hecho soñar a la izquierda radical con tomarse el poder y revolcar arbitrariamente las instituciones con métodos castrenses los líderes comunitarios de Egipto son pequeños empresarios del rebusque, independientes, pragmáticos, decididos a enderezarse y emprender actividades legales. Más que ayuda estatal paternalista, buscan socios privados que los apoyen y financien. Son “constructores de su propio destino”. Es irónico que parte de la élite intelectual de un país saqueado por políticos corruptos o “servidores públicos” parásitos, rapaces e intocables, considere válido dialogar con guerreros poco arrepentidos, soberbios, más estatistas y autoritarios que cualquier burócrata en lugar de atender a quienes motu proprio se acogen a la ley, desarrollan iniciativas sin recursos públicos, sin reformas constitucionales, sin pretender transformar la sociedad.
Fundamental en el proceso de dejar atrás la violencia ha sido el ejercicio de “memoria histórica” en el que se empeñan los pandilleros reinsertados: recordar, reconocer y narrar los crímenes, para establecer una contundente diferencia con lo que está ocurriendo y, todavía más, con lo que harán por su futuro, sus hijos, su gente y su barrio. “No me interesa la plata, quiero que me recuerden por haber hecho el bien y ayudar a mi comunidad”, anota el Calabazo. Sabe que la plata que llega fácil y rápidamente también se esfuma.
La iniciativa estrella de estos expandilleros es la Fundación Breaking Borders especializada en guiar senderistas por los mismos parajes por donde atracaban. Una reflexión del cabecilla fue el punto de quiebre. Comprendió que su vida era el Cerro de Guadalupe; que él y los suyos siempre vivieron de ese bosque con magnífica vista. Por eso decidió seguir haciéndolo, “pero a lo sano”. Saben que a los turistas jóvenes extranjeros alojados en La Candelaria les gusta la naturaleza, el paisaje, las panorámicas de Bogotá, la comida típica y las artesanías, pero también los minuciosos relatos de cómo delinquían. Sumarle un componente criminológico a unas excursiones turísticas y ecológicas surgió por casualidad, como siempre ocurre con buenas ideas inductivas.
Todo este esfuerzo podría irse a pique porque el Calabazo, que está detenido, no es un magnate para contratar estrellas judiciales internacionales como Baltazar Garzón o sus patéticos imitadores en Colombia. Su defensa deberá pagarse sumando pequeños esfuerzos individuales desde la base. Invito a donar lo que puedan, cualquier cosa por encima de $25.000, en https://es.collectiveimpulse.org/donate.
Algo se ha recolectado, pero se requiere mucho más. Ojalá se animen a visitar Egipto, subir a Guadalupe para conocer “una de las historias más inspiradoras de transformación social en Colombia” y, sobre todo, a colaborar con una paz y una renovación urbana, tangibles, diseñadas en el mismo barrio, no desde La Habana por tecnócratas, charlatanes y estrellas mediáticas tratando con guante de seda a unos cínicos.
La Universidad Externado de Colombia tiene casi la obligación moral de colaborar generosamente con esta campaña para compensar la miopía, burocratización e indiferencia con la que la administración anterior trató este modesto proceso de paz surgido espontáneamente ahí al lado, en su vecindario.
El exjuez mercachifle aprovecha su fama de progre global para atraer buenos negocios. Algo similar hacen célebres exmagistrados y académicos colombianos a quienes la justicia les preocupa poco.
No es simple especulación: hay evidencia de esa vergonzosa realidad. Un proyecto local de paz imaginativo, conceptualmente sólido, justo, factible, realizable y exitoso está a punto de naufragar por la privación de libertad de su principal promotor y líder, Calabazo, un expandillero sin los beneficios generosamente concedidos a criminales políticos por el santismo.
La reinserción de pandillas y renovación urbana del barrio Egipto iniciadas en pleno proceso de diálogo habanero no han sido los únicos esfuerzos para combatir la violencia y el deterioro urbano, pero sí las primeras iniciativas surgidas de los mismos expandilleros y habitantes del barrio. A diferencia de propuestas anteriores, con enfoque burocrático, de arriba hacia abajo, este ha sido un proyecto popular, empírico, inductivo, promovido desde la base.
Antes en el barrio hubo propuestas idealistas y grandiosas que no fraguaron. En 1986, el párroco quiso implantar un reciclaje de basuras similar al de la isla de San Andrés bajo el gobierno de Simón González. Las cifras eran tan alentadoras que varias universidades ofrecieron asesoría experta. Un año antes, la recién inaugurada Avenida Circunvalar produjo un gran deterioro urbanístico de la zona. Para contrarrestarlo, renombrados arquitectos concibieron un ambicioso plan de acción con el apoyo de la Corporación La Candelaria, el Departamento Administrativo de Planeación Distrital y estudios costeados por el Banco Central Hipotecario. El esfuerzo representaba apenas el 3% de la inversión total en la Circunvalar, pero no se hizo nada, porque, según un artículo de prensa de la época, “Egipto es un barrio modesto, habitado por pobres, sembrado de casas de inquilinato con propietarios ausentistas. Y no tiene padrino político”.
A diferencia de los grupos subversivos que por décadas han hecho soñar a la izquierda radical con tomarse el poder y revolcar arbitrariamente las instituciones con métodos castrenses los líderes comunitarios de Egipto son pequeños empresarios del rebusque, independientes, pragmáticos, decididos a enderezarse y emprender actividades legales. Más que ayuda estatal paternalista, buscan socios privados que los apoyen y financien. Son “constructores de su propio destino”. Es irónico que parte de la élite intelectual de un país saqueado por políticos corruptos o “servidores públicos” parásitos, rapaces e intocables, considere válido dialogar con guerreros poco arrepentidos, soberbios, más estatistas y autoritarios que cualquier burócrata en lugar de atender a quienes motu proprio se acogen a la ley, desarrollan iniciativas sin recursos públicos, sin reformas constitucionales, sin pretender transformar la sociedad.
Fundamental en el proceso de dejar atrás la violencia ha sido el ejercicio de “memoria histórica” en el que se empeñan los pandilleros reinsertados: recordar, reconocer y narrar los crímenes, para establecer una contundente diferencia con lo que está ocurriendo y, todavía más, con lo que harán por su futuro, sus hijos, su gente y su barrio. “No me interesa la plata, quiero que me recuerden por haber hecho el bien y ayudar a mi comunidad”, anota el Calabazo. Sabe que la plata que llega fácil y rápidamente también se esfuma.
La iniciativa estrella de estos expandilleros es la Fundación Breaking Borders especializada en guiar senderistas por los mismos parajes por donde atracaban. Una reflexión del cabecilla fue el punto de quiebre. Comprendió que su vida era el Cerro de Guadalupe; que él y los suyos siempre vivieron de ese bosque con magnífica vista. Por eso decidió seguir haciéndolo, “pero a lo sano”. Saben que a los turistas jóvenes extranjeros alojados en La Candelaria les gusta la naturaleza, el paisaje, las panorámicas de Bogotá, la comida típica y las artesanías, pero también los minuciosos relatos de cómo delinquían. Sumarle un componente criminológico a unas excursiones turísticas y ecológicas surgió por casualidad, como siempre ocurre con buenas ideas inductivas.
Todo este esfuerzo podría irse a pique porque el Calabazo, que está detenido, no es un magnate para contratar estrellas judiciales internacionales como Baltazar Garzón o sus patéticos imitadores en Colombia. Su defensa deberá pagarse sumando pequeños esfuerzos individuales desde la base. Invito a donar lo que puedan, cualquier cosa por encima de $25.000, en https://es.collectiveimpulse.org/donate.
Algo se ha recolectado, pero se requiere mucho más. Ojalá se animen a visitar Egipto, subir a Guadalupe para conocer “una de las historias más inspiradoras de transformación social en Colombia” y, sobre todo, a colaborar con una paz y una renovación urbana, tangibles, diseñadas en el mismo barrio, no desde La Habana por tecnócratas, charlatanes y estrellas mediáticas tratando con guante de seda a unos cínicos.
La Universidad Externado de Colombia tiene casi la obligación moral de colaborar generosamente con esta campaña para compensar la miopía, burocratización e indiferencia con la que la administración anterior trató este modesto proceso de paz surgido espontáneamente ahí al lado, en su vecindario.