Si el canciller Álvaro Leyva hubiese aplazado nueve días la condecoración a Florence Thomas, algunos la habrían confundido con el típico: “¡Pásela por inocente!”. En realidad, consolidó un apoyo incondicional.
De esta ceremonia, sorprende la retórica feminista de quien ha mostrado no serlo. “Buenos días a todas, todos y todes… Florence Thomas ha enseñado a domar al patriarca que todos tenemos dentro… desde el Ministerio hemos puesto la igualdad de género en el centro de la política exterior… Es nuestra responsabilidad como hombres reconocer las violencias de género, erradicarlas e impedir desde nuestras acciones diarias que sigan sucediendo… Por primera vez la palabra ‘feminista’ resuena por los pasillos, las salas de juntas y los espacios de esta entidad”. Días después, Leyva recordó en redes sociales que “hace seis meses me comprometí con los movimientos de mujeres, feministas y personas LGBTIQ+ a trabajar de la mano… Colombia necesita diseñar e implementar la política exterior con enfoque de género, conocida también como política exterior feminista. Así la llamaremos”, sentenció. En las fotos de ese momento histórico aparece Florence Thomas.
El escepticismo con tan loables propósitos no requiere machacar la pataleta machista del canciller con Martha Lucía Zamora o su renuencia para condenar a Hamás, verdugo de mujeres. Son más ilustrativas sus desavenencias con Laura Gil, la académica feminista que nombró viceministra y rápidamente destituyó. Los desacuerdos de Leyva con su subalterna subieron de tono. Culminaron con el despido de la funcionaria, considerado “inapropiado” y “un oso diplomático” incluso por gente del Pacto Histórico. La afectada se enteró de su salida en Viena, cuando participaba en la Comisión de Estupefacientes de la ONU. Con un lacónico comunicado, la Cancillería anunció su reemplazo por Elizabeth Taylor Jay, “una especialista en estudios feministas” que además es de la minoría étnica indígena raizal, a tono con la política de justicia racial. En la misma línea woke, Florence Thomas elaboró una lista de mujeres influyentes del 2021 que encabezó Francia Márquez por su “larga lucha de resistencia en cuanto a la cuestión afrodescendiente”.
Aunque Leyva nunca explicó por qué tumbó a Laura Gil, la razón habría sido difusa, no puntual. “Diferencias por el enfoque de género en la Cancillería podrían provocar la salida de la viceministra”, había anticipado la prensa. Ante los rumores, “diferentes organizaciones de mujeres, feministas y colectivos diversos” le dirigieron una carta a Gustavo Petro, donde señalaban que “Laura Gil ha representado de forma muy positiva el trabajo de las mujeres”. Así, según grupos activistas, la viceministra estaba ejecutando con buen criterio lo que meses después Leyva denominaría “política exterior feminista”.
Ante la crisis, Mauricio Jaramillo-Jassir, especialista en relaciones internacionales, anotó que “Laura Gil era una de las caras visibles del compromiso del Gobierno con una política exterior distanciada de las prácticas malsanas anteriores… Asimismo, se (esperaba) que por su recorrido y posturas… encarnase la promesa de una política exterior feminista”. Buscando entender por qué Leyva sacó a su encargada de Asuntos Multilaterales, Élber Gutiérrez de El Espectador, recuerda su “excesivo protagonismo” y, sobre todo, que sobresaliera “en los grandes foros internacionales en temas de género”.
Con buen desempeño en el exterior, Laura Gil opacó al canciller, que debió sentirse incómodo ante una mujer dinámica, preparada y autónoma que no necesita protección patriarcal. Además de cínico, el pretendido feminismo de Leyva es parroquial y limitado a mujeres excluidas o víctimas.
Florence Thomas silenció ese atropello de Leyva contra Laura Gil después de varios años destacándola como feminista. Fue más solidaria cuando en 2013 la misma académica renunció a Mañanas Blu porque su jefe y un colega la acosaban laboralmente. Se dijo que la censuraron, pero ella aclaró que solo hubo agresión verbal. Según varios testimonios, los comentarios machistas al aire eran frecuentes. “A la internacionalista Laura Gil la querían en Mañanas Blu, pero muda”, resumió la periodista Gloria Ortega. Algo así buscaría Álvaro Leyva para ejecutar su política exterior feminista.
Sobre aquel suceso, Florence Thomas escribió una columna en la que equipara a Laura Gil con Pili, una joven wayúu a quien en la película La eterna noche de las doce lunas encierran para el ritual de paso de niña a mujer. En una confusa amalgama, menciona amenazas, azotes, bofetadas, lapidaciones, infibulación, escisión del clítoris y feminicidio, para concluir que en ambos casos “está representada la eterna historia del encierro y silenciamiento de las mujeres”.
Las profesionales independientes que no piden protección sino que ejercen su derecho a la igualdad fastidian a algunas feministas centradas en minorías y victimismo. Machistas con poder como Leyva las impulsan, hasta las condecoran, por encarnar ese cómodo idealismo, políticamente impecable y ávido de reformas legales pero indiferente a los resultados. Ellas aceptan complacidas los honores de pendencieros que son dadivosos con quienes no los evalúan ni critican, sino que silencian sus descaches machistas.
Les deseo un 2024 menos cargado de guerras, rencillas, sorpresas e incoherencias.
Si el canciller Álvaro Leyva hubiese aplazado nueve días la condecoración a Florence Thomas, algunos la habrían confundido con el típico: “¡Pásela por inocente!”. En realidad, consolidó un apoyo incondicional.
De esta ceremonia, sorprende la retórica feminista de quien ha mostrado no serlo. “Buenos días a todas, todos y todes… Florence Thomas ha enseñado a domar al patriarca que todos tenemos dentro… desde el Ministerio hemos puesto la igualdad de género en el centro de la política exterior… Es nuestra responsabilidad como hombres reconocer las violencias de género, erradicarlas e impedir desde nuestras acciones diarias que sigan sucediendo… Por primera vez la palabra ‘feminista’ resuena por los pasillos, las salas de juntas y los espacios de esta entidad”. Días después, Leyva recordó en redes sociales que “hace seis meses me comprometí con los movimientos de mujeres, feministas y personas LGBTIQ+ a trabajar de la mano… Colombia necesita diseñar e implementar la política exterior con enfoque de género, conocida también como política exterior feminista. Así la llamaremos”, sentenció. En las fotos de ese momento histórico aparece Florence Thomas.
El escepticismo con tan loables propósitos no requiere machacar la pataleta machista del canciller con Martha Lucía Zamora o su renuencia para condenar a Hamás, verdugo de mujeres. Son más ilustrativas sus desavenencias con Laura Gil, la académica feminista que nombró viceministra y rápidamente destituyó. Los desacuerdos de Leyva con su subalterna subieron de tono. Culminaron con el despido de la funcionaria, considerado “inapropiado” y “un oso diplomático” incluso por gente del Pacto Histórico. La afectada se enteró de su salida en Viena, cuando participaba en la Comisión de Estupefacientes de la ONU. Con un lacónico comunicado, la Cancillería anunció su reemplazo por Elizabeth Taylor Jay, “una especialista en estudios feministas” que además es de la minoría étnica indígena raizal, a tono con la política de justicia racial. En la misma línea woke, Florence Thomas elaboró una lista de mujeres influyentes del 2021 que encabezó Francia Márquez por su “larga lucha de resistencia en cuanto a la cuestión afrodescendiente”.
Aunque Leyva nunca explicó por qué tumbó a Laura Gil, la razón habría sido difusa, no puntual. “Diferencias por el enfoque de género en la Cancillería podrían provocar la salida de la viceministra”, había anticipado la prensa. Ante los rumores, “diferentes organizaciones de mujeres, feministas y colectivos diversos” le dirigieron una carta a Gustavo Petro, donde señalaban que “Laura Gil ha representado de forma muy positiva el trabajo de las mujeres”. Así, según grupos activistas, la viceministra estaba ejecutando con buen criterio lo que meses después Leyva denominaría “política exterior feminista”.
Ante la crisis, Mauricio Jaramillo-Jassir, especialista en relaciones internacionales, anotó que “Laura Gil era una de las caras visibles del compromiso del Gobierno con una política exterior distanciada de las prácticas malsanas anteriores… Asimismo, se (esperaba) que por su recorrido y posturas… encarnase la promesa de una política exterior feminista”. Buscando entender por qué Leyva sacó a su encargada de Asuntos Multilaterales, Élber Gutiérrez de El Espectador, recuerda su “excesivo protagonismo” y, sobre todo, que sobresaliera “en los grandes foros internacionales en temas de género”.
Con buen desempeño en el exterior, Laura Gil opacó al canciller, que debió sentirse incómodo ante una mujer dinámica, preparada y autónoma que no necesita protección patriarcal. Además de cínico, el pretendido feminismo de Leyva es parroquial y limitado a mujeres excluidas o víctimas.
Florence Thomas silenció ese atropello de Leyva contra Laura Gil después de varios años destacándola como feminista. Fue más solidaria cuando en 2013 la misma académica renunció a Mañanas Blu porque su jefe y un colega la acosaban laboralmente. Se dijo que la censuraron, pero ella aclaró que solo hubo agresión verbal. Según varios testimonios, los comentarios machistas al aire eran frecuentes. “A la internacionalista Laura Gil la querían en Mañanas Blu, pero muda”, resumió la periodista Gloria Ortega. Algo así buscaría Álvaro Leyva para ejecutar su política exterior feminista.
Sobre aquel suceso, Florence Thomas escribió una columna en la que equipara a Laura Gil con Pili, una joven wayúu a quien en la película La eterna noche de las doce lunas encierran para el ritual de paso de niña a mujer. En una confusa amalgama, menciona amenazas, azotes, bofetadas, lapidaciones, infibulación, escisión del clítoris y feminicidio, para concluir que en ambos casos “está representada la eterna historia del encierro y silenciamiento de las mujeres”.
Las profesionales independientes que no piden protección sino que ejercen su derecho a la igualdad fastidian a algunas feministas centradas en minorías y victimismo. Machistas con poder como Leyva las impulsan, hasta las condecoran, por encarnar ese cómodo idealismo, políticamente impecable y ávido de reformas legales pero indiferente a los resultados. Ellas aceptan complacidas los honores de pendencieros que son dadivosos con quienes no los evalúan ni critican, sino que silencian sus descaches machistas.
Les deseo un 2024 menos cargado de guerras, rencillas, sorpresas e incoherencias.