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                                                                                                                                Clasismo, resentimiento y conflicto

                                                                                                                                Las casitas de barrio alto cachaco apretaron un forúnculo, una dolencia secreta para la cual no existen ungüentos, bálsamos, inversiones sociales o tutelazos que la alivien.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El clasismo es la gran forma de discriminación colombiana, generalizada, ancestral e incorregible. Es una tara silenciada pero sería ingenuo pretender que, con sus secuelas, ha sido ajena al conflicto. Un minucioso trabajo sobre pandillas centroamericanas aborda ese punto que las grandes doctrinas han opacado. Su autor, Robert Brenneman, quiso corroborar la tesis “pobreza igual violencia” y encontró que, como pasa en Colombia, casi todos los marginados sobrevivían pacíficamente, pero en las entrevistas a pandilleros los eventos que le contaron “eran inseparables de profundas y duraderas emociones de vergüenza, rabia y resentimento”. Guerrilla, paras, narcotráfico y abusos estatales abundan en esas emociones o la consecuente retaliación. Fuera de los rehenes ultrajados, o la tirria de paras y fuerza pública con los más humildes, está la obsesión de los narcos por revirarle a los notables de sus ciudades, tal vez como respuesta a alguna humillación infantil. Un ejemplo ilustrativo fue Carlos Lehder que mantuvo como amante sirvienta, con delantal, a una joven de clase alta de Armenia. Una encuesta que hicimos con estudiantes del Externado a empresas bogotanas muestra que la principal diferencia que perciben entre sus empleadas no calificadas y ex guerrilleras es el resentimiento, un obstáculo tenaz para la reinserción del que nadie habla pero que requiere paliativos de lado y lado.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En la mesa de La Habana hay clasismo del duro: ciudad versus campo. La interacción social entre las partes ha sido mínima y en Bogotá Sergio Jaramillo señaló dificultades a nivel del lenguaje, extrañas a las negociaciones con el M-19, un diálogo entre pares de la élite urbana, unos en la legalidad y otros díscolos pero asimilables. Diferencias en forma de hablar, habilidad política, sensibilidad a la opinión pública, manejo de imagen o control de los medios -abismales con las FARC- reflejan brechas no sólo de clase sino de época. Los acuerdos con los rebeldes urbanos del Eme estuvieron precedidos de arreglos informales que han garantizado siempre las alianzas: guerreros emparejados con mujeres del enemigo, en este caso reforzados con miles de admiradoras, montones de amigos y mucho simpatizante. Tales vínculos, o un comandante papito, son impensables con farianos obsesionados por asuntos campesinos.

                                                                                                                                La propuesta de posconflicto agrarista, con amplio apoyo intelectual citadino, tiene el deje clasista de evitar mezclarse: mejor no revueltos, ni siquiera juntos. Invirtiendo billonadas para segregar ex combatientes y familias campesinas, el clasismo y el resentimiento persistirán larvados. Para prevenir la violencia, subversiva o de cualquier tipo, hace rato que el problema crucial no es el acceso a la tierra sino a la educación, y no en cualquier escuelita campestre. Eso obviamente no lo admiten los futuros gamonales; lo increíble es que les hayan llevado la corriente por tanto tiempo, sin avanzar un ápice en lidiar con su resentimiento.

                                                                                                                                Ver más…

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                                                                                                                                Las casitas de barrio alto cachaco apretaron un forúnculo, una dolencia secreta para la cual no existen ungüentos, bálsamos, inversiones sociales o tutelazos que la alivien.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El clasismo es la gran forma de discriminación colombiana, generalizada, ancestral e incorregible. Es una tara silenciada pero sería ingenuo pretender que, con sus secuelas, ha sido ajena al conflicto. Un minucioso trabajo sobre pandillas centroamericanas aborda ese punto que las grandes doctrinas han opacado. Su autor, Robert Brenneman, quiso corroborar la tesis “pobreza igual violencia” y encontró que, como pasa en Colombia, casi todos los marginados sobrevivían pacíficamente, pero en las entrevistas a pandilleros los eventos que le contaron “eran inseparables de profundas y duraderas emociones de vergüenza, rabia y resentimento”. Guerrilla, paras, narcotráfico y abusos estatales abundan en esas emociones o la consecuente retaliación. Fuera de los rehenes ultrajados, o la tirria de paras y fuerza pública con los más humildes, está la obsesión de los narcos por revirarle a los notables de sus ciudades, tal vez como respuesta a alguna humillación infantil. Un ejemplo ilustrativo fue Carlos Lehder que mantuvo como amante sirvienta, con delantal, a una joven de clase alta de Armenia. Una encuesta que hicimos con estudiantes del Externado a empresas bogotanas muestra que la principal diferencia que perciben entre sus empleadas no calificadas y ex guerrilleras es el resentimiento, un obstáculo tenaz para la reinserción del que nadie habla pero que requiere paliativos de lado y lado.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La propuesta de posconflicto agrarista, con amplio apoyo intelectual citadino, tiene el deje clasista de evitar mezclarse: mejor no revueltos, ni siquiera juntos. Invirtiendo billonadas para segregar ex combatientes y familias campesinas, el clasismo y el resentimiento persistirán larvados. Para prevenir la violencia, subversiva o de cualquier tipo, hace rato que el problema crucial no es el acceso a la tierra sino a la educación, y no en cualquier escuelita campestre. Eso obviamente no lo admiten los futuros gamonales; lo increíble es que les hayan llevado la corriente por tanto tiempo, sin avanzar un ápice en lidiar con su resentimiento.

                                                                                                                                Ver más…

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