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Un grupo de militares que solían reunirse disgustados por el acercamiento de Chávez a Cuba, Irak e Irán preparó un pronunciamiento para las marchas de abril del 2002. Al anochecer del 11, el comandante del ejército anunció que no acataría órdenes presidenciales. Otro general comunicó que el presidente había renunciado. Pedro Carmona aclaró que estaba al frente de un gobierno de transición cívico militar y que revertía varias medidas adoptadas por el régimen socialista.
(Oprima aquí para leer la primera parte de esta columna)
Como respuesta surgió un cacerolazo para que Chávez aclarara su situación. Quienes apoyaron la insurrección no salieron a defenderla mientras que los sectores populares se tomaron las calles en un claro contragolpe. El comandante del ejército condicionó su respaldo al nuevo gobierno: debía rectificar las medidas dictatoriales. Los militares se dividieron. El 15 de abril Chávez retornó a Miraflores.
El fallido golpe reforzó los vínculos del régimen con Cuba. “Con la bendición de Castro, Chávez colocó cubanos dentro de su círculo íntimo para reforzar la seguridad… Comenzó una purga del servicio de inteligencia y de altos rangos militares”.
Hugo Carvajal, un teniente coronel que había colaborado en el golpe de 1992, fue nombrado en la Dirección de Inteligencia Militar (DIM). En dos años llegó a manejarla y quedó luego al mando del servicio de contrainteligencia con una importante inyección de capital en nuevas tecnologías. Años después, ya fuera del cargo, fue sancionado por el Departamento del Tesoro norteamericano por ayudar a la guerrilla colombiana a contrabandear cocaína. Los cargos por tráfico de drogas siguen pendientes. En septiembre de 2021, Carvajal fue detenido en Madrid. Tratando de evitar su extradición hacia los EE. UU. logró que le permitieran confesar ante la Audiencia Nacional sobre los vínculos entre ETA y las Farc, que conoce en detalle. Este siniestro personaje pudo ser más relevante para el conflicto colombiano que varios comandantes farianos, para no hablar del pueblo campesino. La necesidad de no menospreciar las decisiones individuales de ciertos personajes también aplica para la guerra.
En julio de 2007 Chávez nombró ministro de Defensa a Gustavo Rangel quien al posesionarse proclamó la conveniencia de “un nuevo pensamiento militar para contrarrestar el enemigo real”. Negó que Venezuela fuera refugio de la guerrilla colombiana. Cuando en 2008 el ministro de Defensa Juan Manuel Santos señaló que Iván Marquez, Timochenko y Grannobles se encontraban bien protegidos del otro lado de la frontera Rangel reviró: “no aceptamos, no permitimos y no somos afectos a la idea de que se viole nuestra territorialidad”. En pocos años, el realismo santista mutó hacia el cliché de la guerrilla campesina más vieja del mundo consistente con el relato colectivista de Rangel.
A final de ese año Chávez fue derrotado en el referendo sobre los límites a su mandato. Prometió entonces una nueva ofensiva para alcanzar sus objetivos. Impulsó conversaciones sobre seguridad con Cuba que condujeron a la firma de dos acuerdos cruciales para los servicios de inteligencia. Según el primero, el ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba “supervisaría una reestructuración del DIM y asesoraría para la creación de nuevos órganos dentro del servicio”. A su vez, Venezuela enviaría grupos de hasta 40 oficiales a La Habana para entrenamiento en espionaje, con hojas de vida previamente supervisadas. Parte fundamental de la formación consistía en infiltrarse dentro del ejército para controlarlo. El segundo acuerdo creó un grupo de especialistas cubanos que enviaría asesores para inspeccionar unidades militares y entrenar soldados en Venezuela.
En 2011 el DIM se transformó en Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) para incluir tareas como frustrar sabotajes surgidos desde adentro en las FFAA. Con el nuevo entrenamiento cubano, los agentes se infiltraron en los cuarteles estableciendo férreos controles. “Historias de detenciones y torturas por parte de agentes de DGCIM, a veces con máscaras de esqueleto y pasamontañas, se extendieron por las filas”.
Un año después de la muerte de Chávez en Cuba se desplomó el precio del petróleo. Los esfuerzos de Nicolás Maduro por reactivar la economía fracasaron. Las condiciones de los miembros de las FFAA se hicieron aún más duras, hasta afectar la alimentación y su peso corporal. Aumentaron las deserciones y la DGCIM se tornó verdaderamente implacable. Se extendió la vigilancia y se generalizaron las escuchas telefónicas, incluso a oficiales superiores.
Lo que ocurre hace años en Venezuela, sin que nadie lo entienda a cabalidad, ha tenido repercusiones definitivas en el conflicto colombiano. Esta evidencia se podría seguir ignorando, pero mejor sacar de ella algunas lecciones. Uno, la guerra no fue un mero problema campesino doméstico: siempre tuvo una dimensión internacional. Dos, aunque haya mercados e instituciones globales, la realidad es local, no nacional, ni continental. Tres, una democracia no puede permitir que gobiernos extranjeros definan su agenda de seguridad. Cuatro, el objetivo de los servicios de inteligencia debe ser la verdad, no defender un líder, un partido o una ideología. Cinco, el fanatismo político mata la verdad.
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