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                                                                                                                                Deseo espontáneo o reactivo

                                                                                                                                El Viagra demuestra que la sexualidad masculina es más simple que la femenina.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El Viagra revolucionó no solo el tratamiento de la impotencia masculina. Al inducir la búsqueda de un remedio contra la frigidez, hizo palpable la ignorancia sobre esa afección: múltiples intentos de las farmacéuticas para despertar la líbido femenina fallaron. Este fracaso prueba que las mujeres son sexualmente distintas a los hombres y que esa diferencia no es sólo cultural. El Viagra, útil en cualquier rincón del planeta, destaca lo pasmosamente sencilla y primitiva que es la sexualidad masculina, siempre con ganas. Cuando falla, se arregla con un artificio mecánico, como quien infla una llanta pinchada. La sexualidad femenina es bastante más compleja, impredecible y sofisticada, pues reside sobre todo en el cerebro, no tanto en los genitales. Por eso ha sido tradicionalmente reprimida.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                - Annie: ¡Constantemente!, yo diría que unas tres veces a la semana.

                                                                                                                                - Alvy: ¡Casi nunca!, si acaso unas tres veces por semana.

                                                                                                                                Con los mismos tres polvos semanales, ella manifiesta estar saturada y él, abandonado sexualmente. No es difícil adivinar quién lleva la iniciativa en esa pareja. En las colombianas, sin el psicoanalista, la misma escena debe repetirse. Según una encuesta del 2008, "3 o 4 veces por semana" es la frecuencia más reportada. Hace unos años especulé que ese supuesto equilibrio es en realidad el punto intermedio inestable de una perpetua negociación: si fuera por los espontáneos, el sexo aumentaría en cantidad, con calidad decreciente; si dependiera de las reactivas, ocurriría lo contrario.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Una década antes de las autoras noruegas, Meredith Chivers, sexóloga experimental, sugirió que las ganas masculinas pueden despertar el deseo femenino. Ejemplo extremo son algunas strippers: realmente las excita tener hordas de admiradores lascivos. Las obsesionadas por la autonomía y el consentimiento milimétricamente coordinado no se tragarán ese sapo. Pero según las sexólogas experimentales así funciona la líbido femenina: más basada en darlo que en pedirlo. En pareja, es algo como "no lo había pensado, pero si quieres, hagámoslo", para terminar ambos gozándolo. Cabe un paralelo con innumerables compromisos familiares, o planes promovidos por ella. Él no quiere, le da pereza, hartera, pero por darle gusto acepta, para acabar disfrutando juntos algo que a él le aburría. Así, entre concesión en esto por sacrificio en aquello, con cariño, se mantiene un armonioso ambiente de reciprocidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El exceso de ganas masculino beneficia a las mujeres. Incrementa el chance de los indudablemente saludables orgasmos, con su gloriosa carga de oxitocina. Algunas se las arreglan para ver en algo tan natural como el desbalance en el deseo un violento complot contra ellas. Pero sin esa asimetría muchas mujeres, como los viejitos sin Viagra, tendrían poco sexo. Y sería a la antigua, como recomiendan los curas: una vez al mes, cerca de la ovulación, en el pico de la fecundidad y del deseo. Además de la píldora, el impulso varonil ha sido clave para separar sexualidad de maternidad. Sobre los inconvenientes del superávit de ganas varonil sería redundante insistir. Hay sobreoferta de quejas que siguen ignorando la naturaleza, cuando el desafío es entenderla para civilizarla, alterando el entorno. Con extraordinaria flexibilidad, el homo sapiens siempre ha logrado adaptarse a situaciones cambiantes.

                                                                                                                                Ver más…

                                                                                                                                El Viagra demuestra que la sexualidad masculina es más simple que la femenina.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El Viagra revolucionó no solo el tratamiento de la impotencia masculina. Al inducir la búsqueda de un remedio contra la frigidez, hizo palpable la ignorancia sobre esa afección: múltiples intentos de las farmacéuticas para despertar la líbido femenina fallaron. Este fracaso prueba que las mujeres son sexualmente distintas a los hombres y que esa diferencia no es sólo cultural. El Viagra, útil en cualquier rincón del planeta, destaca lo pasmosamente sencilla y primitiva que es la sexualidad masculina, siempre con ganas. Cuando falla, se arregla con un artificio mecánico, como quien infla una llanta pinchada. La sexualidad femenina es bastante más compleja, impredecible y sofisticada, pues reside sobre todo en el cerebro, no tanto en los genitales. Por eso ha sido tradicionalmente reprimida.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                En Annie Hall, de Woody Allen, hay una escena memorable. En una pantalla dividida, ella por teléfono, él en un diván, le responden al analista la misma pregunta: ¿con qué frecuencia se acuestan ustedes?

                                                                                                                                - Annie: ¡Constantemente!, yo diría que unas tres veces a la semana.

                                                                                                                                - Alvy: ¡Casi nunca!, si acaso unas tres veces por semana.

                                                                                                                                Con los mismos tres polvos semanales, ella manifiesta estar saturada y él, abandonado sexualmente. No es difícil adivinar quién lleva la iniciativa en esa pareja. En las colombianas, sin el psicoanalista, la misma escena debe repetirse. Según una encuesta del 2008, "3 o 4 veces por semana" es la frecuencia más reportada. Hace unos años especulé que ese supuesto equilibrio es en realidad el punto intermedio inestable de una perpetua negociación: si fuera por los espontáneos, el sexo aumentaría en cantidad, con calidad decreciente; si dependiera de las reactivas, ocurriría lo contrario.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Ver más…

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