El célebre académico Boaventura de Sousa Santos (BSS) calibró mal la capacidad de emancipación de sus pupilas, que se rebelaron contra él.
La editorial Routledge acaba de publicar el libro Sexual Misconduct in Academia. El capítulo 12 de la obra es una autoetnografía en la que tres investigadoras, dos europeas y una estadounidense, acusan de acoso a BSS, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (CES) que optó por suspenderlo mientras concluye la investigación interna.
Las autoras señalan “encubrimientos institucionales para proteger a profesores estrella”. Según ellas, BSS “inducía a jóvenes debutantes en la academia a tener relaciones sexuales no siempre consensuales”. Además, le achacan robar ideas de subalternos.
Bastante admirado en Colombia por algunos sectores, BSS es una autoridad mundial en “teoría decolonial” y “epistemologías del sur”. La primera plantea “la descolonización de las jerarquías de dominación de esta civilización y la creación de otra más justa e igualitaria”. Impulsa alternativas a la globalización promoviendo emanciparse del eurocentrismo.
BSS niega las acusaciones y, contra sus prédicas, anuncia que “procederá legalmente contra las autoras” ante la justicia portuguesa. Ellas sí asimilaron el mensaje de anarquía epistemológica y judicial. En lugar de señalarlo como acosador, en clave decolonial, lo acusan de incesto académico y extractivismo sexual e intelectual.
El incesto académico consiste en contratar estudiantes para dinámicas clientelistas en la universidad. Esta práctica conduce al extractivismo intelectual. “Abundan historias de asistentes mal remunerados cuyo trabajo era usado en sus libros. Ser asistente del Profesor Estrella era visto como un trabajo informal e intermedio a la espera de una beca o un contrato laboral”. Así, BSS podía escribir docenas de artículos al año además de viajar por el mundo a seminarios como “Desafíos de la democracia para superar la crisis”, invitado por el Centro de Pensamiento Colombia Humana en junio de 2021.
Las disparidades de poder en el CES facilitaban el extractivismo sexual que se iniciaba con eventos sociales para impulsar relaciones entre investigadores. Varias alumnas recibieron instrucciones de asistir a estos agasajos para integrarse. Al celebrar el final de curso, un ritual era tomarse fotos con BSS y recitar sus poemas. Se bebía mucho y se podía terminar al amanecer bailando y cantando.
En una cena BSS abrazó a una estudiante. El gesto, aparentemente inocuo, se alargó. Un colega le aclaró que tal comportamiento era común y debía tener cuidado. Había expectativas de “relaciones con beneficios” con las investigadoras que BSS asesoraba. Si manifestaban sentirse molestas les replicaban: “Si fuiste es porque quisiste”.
Con el #MeToo, las paredes del campus hablaron. “El grafiti gritaba lo que nadie osaba denunciar”. Una estudiante, al leer en una pared “Fora Boaventura, todas sabemos”, entendió su incomodidad. No estaba sola. Se sintió motivada para hablar. Supo de varias compañeras que habían tenido problemas con un protegido de BSS que flirteaba con ellas a toda hora.
La red de chismes se activó y otra estudiante internacional decidió terminar la tesis en su país pues BSS le había puesto la mano en la rodilla invitándola a profundizar su relación como contraprestación por el apoyo académico. Apareció una nueva pinta donde se acusaba a BSS de haber violado a una estudiante. Alguien borró los grafitis, pero reaparecieron.
Los rumores sobre affaires de BSS alrededor del mundo eran tolerados por su prestigioso estatus. Los estudios feministas críticos son un campo importante de investigación en la universidad que también ofrece un programa de Ph.D. con especialización en acoso sexual en el entorno laboral. Algunas investigadoras feministas integran los comités éticos y son voces públicas influyentes en derechos LGBT. Pero, en lugar de proteger a las mujeres que sufrían abusos, las reprimieron.
En la academia “los hombres feministas en público pero abusadores en privado son cada vez más comunes”. Mantienen relaciones estrechas con minorías que protegen su reputación cuando se les acusa. El gesto de una feminista muy conocida y cercana a BSS es ilustrativo: cubrió con su chaqueta uno de los grafitis mientras alguien venía a limpiarlo.
Las reacciones continuaron. Una exalumna de otro continente acusó en redes sociales al protegido de BSS llamándolo depredador sexual. Rápidamente recibió amenaza de acciones penales contra ella. La prioridad siempre fue salvaguardar el prestigio internacional de la institución a cualquier costo.
Ya publicado el libro, otra discípula se unió al escrache. Moira Ivana Millán, weychafe (guerrera) mapuche y activista argentina, líder del movimiento de recuperación de tierras indígenas, trinó que BSS “es un abusador sexual y he sido una de sus víctimas. Escribiré mi testimonio, para la justicia y para el mundo. (Hasta ahora) callé porque no me sentía con fuerza para denunciar”. Parece que falló el pronóstico de un compatriota suyo: “Nadie te va a creer, es la palabra de una salvaje contra la de un intelectual, una india contra el gurú de la izquierda en Portugal”.
El célebre académico Boaventura de Sousa Santos (BSS) calibró mal la capacidad de emancipación de sus pupilas, que se rebelaron contra él.
La editorial Routledge acaba de publicar el libro Sexual Misconduct in Academia. El capítulo 12 de la obra es una autoetnografía en la que tres investigadoras, dos europeas y una estadounidense, acusan de acoso a BSS, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (CES) que optó por suspenderlo mientras concluye la investigación interna.
Las autoras señalan “encubrimientos institucionales para proteger a profesores estrella”. Según ellas, BSS “inducía a jóvenes debutantes en la academia a tener relaciones sexuales no siempre consensuales”. Además, le achacan robar ideas de subalternos.
Bastante admirado en Colombia por algunos sectores, BSS es una autoridad mundial en “teoría decolonial” y “epistemologías del sur”. La primera plantea “la descolonización de las jerarquías de dominación de esta civilización y la creación de otra más justa e igualitaria”. Impulsa alternativas a la globalización promoviendo emanciparse del eurocentrismo.
BSS niega las acusaciones y, contra sus prédicas, anuncia que “procederá legalmente contra las autoras” ante la justicia portuguesa. Ellas sí asimilaron el mensaje de anarquía epistemológica y judicial. En lugar de señalarlo como acosador, en clave decolonial, lo acusan de incesto académico y extractivismo sexual e intelectual.
El incesto académico consiste en contratar estudiantes para dinámicas clientelistas en la universidad. Esta práctica conduce al extractivismo intelectual. “Abundan historias de asistentes mal remunerados cuyo trabajo era usado en sus libros. Ser asistente del Profesor Estrella era visto como un trabajo informal e intermedio a la espera de una beca o un contrato laboral”. Así, BSS podía escribir docenas de artículos al año además de viajar por el mundo a seminarios como “Desafíos de la democracia para superar la crisis”, invitado por el Centro de Pensamiento Colombia Humana en junio de 2021.
Las disparidades de poder en el CES facilitaban el extractivismo sexual que se iniciaba con eventos sociales para impulsar relaciones entre investigadores. Varias alumnas recibieron instrucciones de asistir a estos agasajos para integrarse. Al celebrar el final de curso, un ritual era tomarse fotos con BSS y recitar sus poemas. Se bebía mucho y se podía terminar al amanecer bailando y cantando.
En una cena BSS abrazó a una estudiante. El gesto, aparentemente inocuo, se alargó. Un colega le aclaró que tal comportamiento era común y debía tener cuidado. Había expectativas de “relaciones con beneficios” con las investigadoras que BSS asesoraba. Si manifestaban sentirse molestas les replicaban: “Si fuiste es porque quisiste”.
Con el #MeToo, las paredes del campus hablaron. “El grafiti gritaba lo que nadie osaba denunciar”. Una estudiante, al leer en una pared “Fora Boaventura, todas sabemos”, entendió su incomodidad. No estaba sola. Se sintió motivada para hablar. Supo de varias compañeras que habían tenido problemas con un protegido de BSS que flirteaba con ellas a toda hora.
La red de chismes se activó y otra estudiante internacional decidió terminar la tesis en su país pues BSS le había puesto la mano en la rodilla invitándola a profundizar su relación como contraprestación por el apoyo académico. Apareció una nueva pinta donde se acusaba a BSS de haber violado a una estudiante. Alguien borró los grafitis, pero reaparecieron.
Los rumores sobre affaires de BSS alrededor del mundo eran tolerados por su prestigioso estatus. Los estudios feministas críticos son un campo importante de investigación en la universidad que también ofrece un programa de Ph.D. con especialización en acoso sexual en el entorno laboral. Algunas investigadoras feministas integran los comités éticos y son voces públicas influyentes en derechos LGBT. Pero, en lugar de proteger a las mujeres que sufrían abusos, las reprimieron.
En la academia “los hombres feministas en público pero abusadores en privado son cada vez más comunes”. Mantienen relaciones estrechas con minorías que protegen su reputación cuando se les acusa. El gesto de una feminista muy conocida y cercana a BSS es ilustrativo: cubrió con su chaqueta uno de los grafitis mientras alguien venía a limpiarlo.
Las reacciones continuaron. Una exalumna de otro continente acusó en redes sociales al protegido de BSS llamándolo depredador sexual. Rápidamente recibió amenaza de acciones penales contra ella. La prioridad siempre fue salvaguardar el prestigio internacional de la institución a cualquier costo.
Ya publicado el libro, otra discípula se unió al escrache. Moira Ivana Millán, weychafe (guerrera) mapuche y activista argentina, líder del movimiento de recuperación de tierras indígenas, trinó que BSS “es un abusador sexual y he sido una de sus víctimas. Escribiré mi testimonio, para la justicia y para el mundo. (Hasta ahora) callé porque no me sentía con fuerza para denunciar”. Parece que falló el pronóstico de un compatriota suyo: “Nadie te va a creer, es la palabra de una salvaje contra la de un intelectual, una india contra el gurú de la izquierda en Portugal”.