Algunos líderes autoritarios de izquierda tienen una vida útil cada vez más corta. Los que desafían esa dura realidad se tornan patéticos.
Hace unos días el cantautor español Joaquín Sabina causó revuelo al confesar que “ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando”. Remató anotando que “la deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón justamente por haber sido tan de izquierdas”.
Aunque justificó su viraje mencionando el “fracaso feroz del comunismo” y la deriva de esta ideología en América Latina es imposible que en su diagnóstico no hayan influido las recurrentes pataletas de Pablo Iglesias, volátil gurú del socialismo indignado y extremo, además de fundador y cuasi propietario del simil de partido político llamado Podemos.
“Lo personal es político” podría ser el principal eslogan ideológico heredado de los movimientos feministas de la segunda ola. Para el polémico profesor universitario y luego caprichoso, autoritario y buscapleitos líder Iglesias la consigna más adecuada sería la inversa: lo político es un asunto personal y privado, que maneja a su antojo. Así como para los muchos corruptos del mundo la política es un negocio para enriquecerse hay otros para quienes el nombre del juego es levantarse lo que se atraviese, en sus términos.
En “Aquí mando yo. Historia íntima de Podemos” el periodista Luca Constantini relata el recorrido de Pablo Iglesias desde sus épocas activistas de estudiante universitario, hasta el declive de su conflictiva carrera política “indisolublemente asociada a las mujeres con las que ha tenido ‘rollo’. Desde sus años de Erasmus en Bolonia hasta su relación con la número dos de su propio partido, Irene Montero, los “líos de faldas” son un elemento determinante de la experiencia Podemos”. Al cambiar de pareja, favorecida y mimada, busca aislar a la anterior, incluso hundirla y hacer públicos sus desacuerdos.
Con Dina Bousselham, su asistente en el Parlamento Europeo, tuvo una relación confusa que terminó mal: ella denunció el robo de su teléfono, que estaba en poder de Iglesias. Se demoró varios meses en devolverlo y luego explicó que era para protegerla. Cuando terminó su relación con Tania Sánchez, ella perdió cualquier relevancia en Podemos. “De la noche a la mañana sus intervenciones dejaron de importar y fue enviada al ‘gallinero’ del Congreso, detrás de una columna”. Cuando aún salía con Tania conoció a Irene Montero, a quien pronto le ofreció que si ganaba las elecciones sería su vicepresidenta. Se casaron, tuvieron tres hijos y en este momento ella se siente tan insegura que monta continuamente escandalosas escenas de celos en el Ministerio de la Igualdad.
Su último conflicto es con la vicepresidenta segunda y ministra de educación Yolanda Díaz con quien Iglesias prácticamente no habla desde octubre de 2021. “Ni una reunión, ni un café, ni una comida, ni una cena. Apenas algunos mensajes. Solo se han visto dos veces en el último año, cuando han coincidido rodeados de gente en un par de eventos públicos… La división es tan profunda como probablemente irreparable”.
A finales de 2020 Yolanda Díaz quería renunciar al cargo de ministra, dejar la política y regresar a su Galicia natal para dedicarle más tiempo a su hijo. Pablo Iglesias la disuadió y tres meses después anunció que dimitía como vicepresidente para ser reemplazado por ella. También la postuló como futura candidata socialista para la presidencia. El pequeño detalle que ocultó es que su sucesora seguía pensando en dejar la política y que la estaba lanzando al ruedo sin consultarlo con ella. “Sabía que no podía decírselo a Yolanda. De hecho, si se lo hubiera comunicado no me habría dejado hacerlo” admitiría después. Ella se enteró por la prensa de la decisión que él tomó sin su permiso. Su equipo cercano la convenció de que aceptara. Decidió entonces apartarse de la influencia y supuesta protección del dominante colega.
En síntesis, Podemos es para Iglesias un coto de caza personal en el que hace y deshace a su antojo sin que nadie se atreva a contradecirlo, incluso cuando dice sandeces. Hace unos años, con la mayor tranquilidad, proclamó en una entrevista con el psicoanalista argentino Jorge Alemán que “los hombres feministas follan mejor”. Tratando de controlar el ridículo se refirió a “un dicho entre los sectores más gamberros del feminismo”. Su verdadera intención, concluyó, era ilustrar que “puede existir una masculinidad feminista”. Da grima pensar que semejante personaje pueda tener todavía cierta influencia no sólo dentro de la izquierda española sino latinoamericana.
Como acertadamente se preguntaba Carolina Sanín sobre Podemos, “¿es una especie de franquicia de la demagogia? ¿Una especie de McDonald’s de la política, instalable en cualquier lugar del mundo, con el combo de las cuatro o cinco consignas?”.
Algunos líderes autoritarios de izquierda tienen una vida útil cada vez más corta. Los que desafían esa dura realidad se tornan patéticos.
Hace unos días el cantautor español Joaquín Sabina causó revuelo al confesar que “ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando”. Remató anotando que “la deriva de la izquierda latinoamericana me rompe el corazón justamente por haber sido tan de izquierdas”.
Aunque justificó su viraje mencionando el “fracaso feroz del comunismo” y la deriva de esta ideología en América Latina es imposible que en su diagnóstico no hayan influido las recurrentes pataletas de Pablo Iglesias, volátil gurú del socialismo indignado y extremo, además de fundador y cuasi propietario del simil de partido político llamado Podemos.
“Lo personal es político” podría ser el principal eslogan ideológico heredado de los movimientos feministas de la segunda ola. Para el polémico profesor universitario y luego caprichoso, autoritario y buscapleitos líder Iglesias la consigna más adecuada sería la inversa: lo político es un asunto personal y privado, que maneja a su antojo. Así como para los muchos corruptos del mundo la política es un negocio para enriquecerse hay otros para quienes el nombre del juego es levantarse lo que se atraviese, en sus términos.
En “Aquí mando yo. Historia íntima de Podemos” el periodista Luca Constantini relata el recorrido de Pablo Iglesias desde sus épocas activistas de estudiante universitario, hasta el declive de su conflictiva carrera política “indisolublemente asociada a las mujeres con las que ha tenido ‘rollo’. Desde sus años de Erasmus en Bolonia hasta su relación con la número dos de su propio partido, Irene Montero, los “líos de faldas” son un elemento determinante de la experiencia Podemos”. Al cambiar de pareja, favorecida y mimada, busca aislar a la anterior, incluso hundirla y hacer públicos sus desacuerdos.
Con Dina Bousselham, su asistente en el Parlamento Europeo, tuvo una relación confusa que terminó mal: ella denunció el robo de su teléfono, que estaba en poder de Iglesias. Se demoró varios meses en devolverlo y luego explicó que era para protegerla. Cuando terminó su relación con Tania Sánchez, ella perdió cualquier relevancia en Podemos. “De la noche a la mañana sus intervenciones dejaron de importar y fue enviada al ‘gallinero’ del Congreso, detrás de una columna”. Cuando aún salía con Tania conoció a Irene Montero, a quien pronto le ofreció que si ganaba las elecciones sería su vicepresidenta. Se casaron, tuvieron tres hijos y en este momento ella se siente tan insegura que monta continuamente escandalosas escenas de celos en el Ministerio de la Igualdad.
Su último conflicto es con la vicepresidenta segunda y ministra de educación Yolanda Díaz con quien Iglesias prácticamente no habla desde octubre de 2021. “Ni una reunión, ni un café, ni una comida, ni una cena. Apenas algunos mensajes. Solo se han visto dos veces en el último año, cuando han coincidido rodeados de gente en un par de eventos públicos… La división es tan profunda como probablemente irreparable”.
A finales de 2020 Yolanda Díaz quería renunciar al cargo de ministra, dejar la política y regresar a su Galicia natal para dedicarle más tiempo a su hijo. Pablo Iglesias la disuadió y tres meses después anunció que dimitía como vicepresidente para ser reemplazado por ella. También la postuló como futura candidata socialista para la presidencia. El pequeño detalle que ocultó es que su sucesora seguía pensando en dejar la política y que la estaba lanzando al ruedo sin consultarlo con ella. “Sabía que no podía decírselo a Yolanda. De hecho, si se lo hubiera comunicado no me habría dejado hacerlo” admitiría después. Ella se enteró por la prensa de la decisión que él tomó sin su permiso. Su equipo cercano la convenció de que aceptara. Decidió entonces apartarse de la influencia y supuesta protección del dominante colega.
En síntesis, Podemos es para Iglesias un coto de caza personal en el que hace y deshace a su antojo sin que nadie se atreva a contradecirlo, incluso cuando dice sandeces. Hace unos años, con la mayor tranquilidad, proclamó en una entrevista con el psicoanalista argentino Jorge Alemán que “los hombres feministas follan mejor”. Tratando de controlar el ridículo se refirió a “un dicho entre los sectores más gamberros del feminismo”. Su verdadera intención, concluyó, era ilustrar que “puede existir una masculinidad feminista”. Da grima pensar que semejante personaje pueda tener todavía cierta influencia no sólo dentro de la izquierda española sino latinoamericana.
Como acertadamente se preguntaba Carolina Sanín sobre Podemos, “¿es una especie de franquicia de la demagogia? ¿Una especie de McDonald’s de la política, instalable en cualquier lugar del mundo, con el combo de las cuatro o cinco consignas?”.