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Alguna vez le pregunté a un amigo casado y mujeriego de dónde sacaba disculpas para cada desliz. Su respuesta fue escueta: “cuento todo”.
Anotó que él narra los hechos. Para los detalles de un incidente, que con sólo reconocerlo queda blanqueado, “cualquier carajada sirve”. Esa misma ha sido la estrategia del M-19 para narrar su historia. Contaron sin agüero las audacias y, ya blindados, les agregaron carajaditas sobre el por qué. Hasta para las estadías en las fincas de narcos elaboraron una interpretación bien pasteurizada. “Los mágicos nos ayudaban y nos cuidaban pero jamás pedían un favor a cambio... Nos prestaban sus casas y fincas”. Jugando a varias bandas o tratando de llevarse a las altas cortes como rehenes no iban “con las armas al poder” sino que se sacrificaban por la reconciliación. Como para Ripley, pero convencieron.
Incluso un escrutiñador riguroso endosa la idea del violento menos malo del conflicto. El Grupo de Memoria Histórica (GMH) evoca la romántica figura que secuestró sin causar mucho daño: “el M-19 pretendía ganar simpatía entre la gente por la audacia y la espectacularidad de sus acciones, que no eran necesariamente letales”. Las víctimas eran “personas de sectores sociales poderosos que parecían hasta entonces invulnerables a los efectos del conflicto armado, lo que le dio un tinte justiciero a los hechos”.
Para no empañar esa imagen, el GMH no menciona que fue la primera guerrilla narcotraficante y aliada con grandes capos. También pasa por alto el contacto permanente con Manuel Piñeiro “Barbarroja”, responsable cubano de los movimientos revolucionarios en América Latina, borrando la interferencia del régimen castrista en el conflicto. El GMH ni siquiera hace alusión a las relaciones con paramilitares, que se remontan a un encuentro de cuatro enviados del M-19 con Henry Pérez, Ariel Otero y Gonzalo Rodríguez Gacha entre otros. “Pensaban que éramos muy eficientes en ciertas operaciones armadas, que manejábamos técnicas y tácticas muy novedosas… Estaban muy interesados en operaciones de infiltración con pequeños comandos”. Establecido el contacto, “Pizarro me recomienda atender las relaciones con las autodefensas. Cree que hay que persistir y profundizar esa relación. Me recomienda discreción y prudencia”. Así lo hicieron, por años.
Reconocidos los hechos, bastaba amañar la justificación. Con tan selectos aliados “el reto era construir otra visión, una mirada diferente, un nuevo escenario para nosotros y para las generaciones por venir”. Al GMH, que para otro detalle de la guerra sucia sí cita el libro con estos testimonios, le debió dar bochorno semejante pirueta mental y prefirió callar la alianza, pese a sus implicaciones. También silenció el acuerdo con Pablo Escobar para el episodio trascendental del conflicto.
Las referencias al Palacio de Justicia en “Basta Ya” son tan someras como dicientes. Se considera una acción representativa “por su carácter audaz y espectacular”, se anota que la “doble toma” al Palacio fue un profundo golpe para la justicia, se habla del proceso a Plazas Vega y, casi como un mal chiste, se incluye una foto del ataque suministrada por la Fundación Carlos Pizarro.
La verdad y la justicia jamás surgirán de una memoria parcializada y con semejantes lagunas. Tocará esperar un dramatizado del grupo que complemente la historia escrita a medias por ellos o sus allegados y refrendada oficialmente. Un buen libretista tal vez se le mida a atar cabos sueltos para que esa aventura armada por la paz sea verosímil y que realmente contribuya al “nunca más”.
La tarea de contrastar con otras fuentes los cuentos del Eme, abandonada por los historiadores, tampoco se han molestado en hacerla periodistas aún bajo el embrujo de esos rebeldes papitos misteriosamente aliados con los más villanos. Para despejar dudas y capotear incoherencias cómoda e ingenuamente recurren a los interesados. A Antonio Navarro le hacen entrevistas periódicas y le piden, por si acaso no ha quedado bien claro, que confirme otra vez si sabía o no del asalto al Palacio. Así hace la esposa de mi amigo cuando se angustia con algún chisme: le pide a él que la reconforte.