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Refundida entre un trino eterno para anunciar la salida de Ricardo Bonilla, apareció una revelación personal de Gustavo Petro: su admiración por Yanis Varoufakis, niño rebelde del establishment financiero occidental.
El infalible líder del Cambio lamentó que su ministro de Hacienda no hubiese tenido la capacidad intelectual, ni la altura moral, para enfrentar el ataque del gran capital. “Tiene que escoger entre Tsipras y el economista griego, ministro de Hacienda, Yanis Varoufakis… Antes de caer en la trampa tendida por la extrema derecha financiera y sus políticos y la gran mafia, yo prefiero que el doctor en economía, ingenuo por no tener práctica política, coja el camino digno de Varoufakis y renuncie y no se ensucie”.
Cuando el deber ser lo define a su arbitrio el gobernante que cree encarnar al pueblo es fácil que asimile cualquier desvío a una traición ideológica. Así, la izquierda queda sometida a sus caprichos. “Quienes critiquen cualquiera de los dogmas son acusados de no ser verdaderos progresistas… Señalados y perseguidos (para controlar) cualquier reacción desde la propia izquierda” anota Javier Benegas en La ideología invisible. Surgen entonces víctimas de izquierda sacrificadas en la cúpula del poder, como Bonilla. Sus yerros, según el adalid, no tuvieron que ver con las sospechas de corrupción, ni con la deslealtad por haberla denunciado. Mientras en el Gobierno siguieron funcionarios de centroderecha señalados por la justicia, y pese a ser “figura central del proyecto político”, el minhacienda cayó por su falta de experiencia política, por su perfil académico.
Al iniciarse el Gobierno, esa supuesta tara la exhibía con orgullo Mariana Mazzucato para una consultoría sobre “estrategia industrial verde”. Buscaba “apoyar al gobierno colombiano para una nueva aproximación audaz de política industrial que reimagina fundamentalmente el rol del Estado como moldeador del mercado”. La entonces admirada economista proponía “posicionar a Colombia como líder de una nueva y más inclusiva y sostenible forma de capitalismo”. O sea ni un ápice de la habilidad en tejemaneje político que ahora, reencauchado Benedetti, surge como requisito para administrar la cosa pública.
Sorprende constatar que Mazzucato, profesora-investigadora con incursiones en consultoría, critica su propia actividad secundaria cuando la ejercen otros a gran escala. Plantea que el “Gran Engaño” -como denomina al consulting- “debilita las empresas, infantiliza a los gobiernos y pervierte la economía”. Además, anota que la prestación de tales servicios a los gobiernos “se ha convertido en fuente de escándalos e intrigas en todo el mundo”. Aún así, y sin conocer las instituciones colombianas, iba a recibir una millonada por transformarlas como soñaba el petrismo, para vivir sabroso.
Contrariando las razones para echar a Bonilla, el nuevo modelo de mesías útil al país, Yanis Varoufakis, también proviene de las entrañas de la academia. Con dos posgrados ingleses, ha sido profesor en varias instituciones internacionales. De nuevo, es dudoso que conozca o le interese la Potencia Mundial de la Vida.
Eso sí, hay clara concordancia ideológica entre Petro y Varoufakis, considerado “una de las voces más claras de la política europea en contra del genocidio cometido por Israel”. Incluso coinciden en su afición por las causalidades opacas y tortuosas, como que las guerras en Medio Oriente “son esenciales para el equilibrio macroeconómico… la liberación de Palestina es importante porque es la única manera de que los americanos puedan ser libres”. Esta estrella mediática también comparte con el presidente del Cambio la incoherencia ideológica, pero no tiene reparo en reconocerla: “siempre me he definido como marxista libertario, raro, inconsistente, en el sentido de que estoy en desacuerdo conmigo mismo, como Marx”.
Sin embargo, hay grandes diferencias entre estos economistas. Una crucial es que el griego sabe macroeconomía y ha enfrentado en mesas de negociación a las entidades multilaterales que supervisan las finanzas públicas globales, mientras que a Petro le aburren esas reuniones contables y ya casi ni le interesa el neokeynesianismo de estudiante universitario. La narrativa anticapitalista de ambos difiere en sofisticación y verosimilitud. Mientras Petro machaca el cambio climático que provoca migraciones hacia el hemisferio norte y pone en riesgo la supervivencia de la especie, Varoufakis señala lo evidente: que los Estados nacionales ya son incapaces de controlar a las multinacionales de alta tecnología. Concluye que “el capitalismo está muerto. El nuevo orden es una economía tecno-feudal”.
De todas maneras, no deja de competir con Petro en retórica populista barata: “detrás de Alexa, de Amazon, hay un sistema totalitario centralizado creado para satisfacer a su dueño, Jeff Bezos”. No extraña que Varoufakis sobresalga como autor de ficción con varias novelas publicadas y bien vendidas. Por el contrario, los ensayos del Gurú del Cambio -e.g. compilaciones de trinos como la despedida a Bonilla- sólo los leerían petristas incondicionales y enemigos acérrimos mientras termina su mandato.