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Colombia podría ser finalista del Mundial de Fútbol Femenino, el deporte de moda. Sin que se sepa por qué, entre futbolistas homosexuales las mujeres se destapan y los hombres no. Además, es alta la proporción de lesbianas en los equipos.
Sandra Paños, portera del F.C. Barcelona, es una exitosa jugadora profesional. Su pareja es mujer y no se esconden. De discriminación simplemente recuerda que le gritaban marimacha en el colegio cuando empezaba a aventurar en terrenos que eran considerados masculinos.
En el equipo de España para el campeonato, seis de las seleccionadas han hecho explícito en entrevistas o redes sociales que son lesbianas o bisexuales. El asunto es tan común que las futbolistas “son referentes para el colectivo LGBTI”. En esta copa, además de sus respectivos países, 85 jugadoras representarán los colores de la bandera arcoíris. Lideran las brasileñas con nueve, o sea, cerca del 40 % del equipo. Siguen Irlanda y Suecia con siete; Australia, Países Bajos y Alemania (seis); Colombia (cinco); Argentina, Noruega, Inglaterra e Italia (cuatro); Costa Rica, EE. UU., Francia y Suiza (tres); Canadá, Dinamarca, Nueva Zelanda, Filipinas y Suráfrica (dos), y Portugal (una). La revista Outsport estima un poco más: 96 jugadoras LGBT en 22 equipos.
En Colombia, la revista Semana, calificada de ultraderecha por el establecimiento progre, menciona cinco novias de jugadoras de la selección Colombia femenina e ilustra con fotos de todas las parejas. Para 23 futbolistas convocadas eso equivale a más del 20 %, o sea, una proporción cercana a 10 veces la observada en la población. El equipo de los EE. UU., que en este mundial tiene solo tres, para el Mundial del 2019 contaba con “cinco orgullosas jugadoras LGBTQ. Dos de sus estrellas estaban comprometidas y la entrenadora del equipo también era lesbiana”.
En las toldas masculinas del balompié la situación es radicalmente distinta. Los futbolistas gais fuera del armario prácticamente no existen. El silencio es tan sepulcral que cuando Joshua Cavallo, lateral izquierdo australiano del Adelaide United, se atrevió a decir: “Soy futbolista y soy gay”, se convirtió en noticia mundial. Era el primer jugador activo en salir del clóset en el fútbol de primera división de este país. Recibió mensajes de apoyo de colegas desde todo el mundo.
Confirmando que la homosexualidad es común entre jugadoras de fútbol, pero también pensando que los avances contra de la discriminación han sido globales, un reportero de la BBC le preguntó a la capitana de la selección de Marruecos si había muchas lesbianas en su equipo. Olvidaba que ese país sigue criminalizando la homosexualidad. Un funcionario de la FIFA tuvo que intervenir para aclarar que esa pregunta era demasiado política.
En Ghana, como en otros países africanos, donde la diversidad sexual sigue siendo un tabú a veces penalizado, es común que al mencionar el lesbianismo en los equipos femeninos las autoridades afirmen que esas costumbres son “importadas del extranjero”. Lo más lamentable es que con frecuencia los rumores sobre algunas jugadoras sirven de disculpa para el abuso sexual por entrenadores y personal masculino de los equipos. “Cuando no accedes a sus demandas, dirán que es porque estás involucrada en ese tipo de conducta”, anota una antigua capitana del equipo de Ghana.
El entrenador actual del equipo de Zambia está siendo investigado por abuso sexual. “Si él quiere acostarse con alguien, tienes que decir que sí”, le dijo a una periodista una jugadora que prefirió no ser identificada. “Es normal que el entrenador se acueste con las jugadoras de nuestro equipo”.
Lamentablemente, en algunos países salir del armario para una futbolista puede implicar que pierda la posibilidad de denunciar abusos. Al quejarse, corre el riesgo de ser expulsada del equipo y ser etiquetada como lesbiana en una sociedad que aún criminaliza orientaciones no heterosexuales. En la última década, reportes de Human Rights Watch en Ghana, Camerún, Malawi y Sudáfrica han documentado que la asociación entre ser futbolista y lesbiana ha impulsado violencia sexual, física y laboral contra ellas. El reporte de Ghana, por ejemplo, señala el caso de tres jugadoras acusadas de ser lesbianas que no solo fueron expulsadas de su equipo sino arrestadas.
Las futbolistas de muchos países se sienten orgullosas de su contribución a derrumbar mitos y tabúes garantizando los avances en los derechos sexuales. Eso requiere que previamente haya relativo control de la violencia y el abuso sexual en los equipos.
Sandra Paños alcanza a sugerir que la mayor incidencia de jugadoras LGBT va más allá del fútbol. “Es una realidad que en los deportes practicados por mujeres hay bastante cantidad de bisexuales, lesbianas o de otra condición sexual”. Esa es otra historia para la cual se podrían lanzar conjeturas políticamente incorrectas.