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De manera ingenua el mandatario influencer piensa que reuniones y fotos con los embajadores de Israel y Palestina le permitirán evitar la condena a Hamás.
Para compensar su incontinencia tuitera y superar la crisis que él mismo manufacturó, Gustavo Petro recibió a los representantes en Colombia de los países en conflicto. Fue un buen gesto que se debe reconocer, pero volvió a eludir una responsabilidad crucial: reprobar el ataque de Hamás. Así, sigue aislado del consenso entre democracias consolidadas que exigen a las partes en guerra no confundir, bajo ninguna circunstancia, objetivos civiles y militares. Como su pasión es la protesta callejera, en Bogotá o Londres, el aspirante a líder internacional deberá aliarse no con pares gobernantes sino con manifestantes del mundo que a duras penas saben quién es.
En Colombia, hasta la élite intelectual favorable al cambio criticó el descache. “Lamento que el presidente Petro no se haya anclado en sólidos principios humanitarios (para) solidarizarse con todas las víctimas y condenar inequívocamente tanto el terrorismo de Hamás como las violaciones al DIH de Netanyahu”, anotó Rodrigo Uprimny. Carolina Sanín, expetrista, trinó que “el presidente sigue siendo el sanguinario que fue. Se le nota el entusiasmo de la guerra”.
¿Cuál es el origen de esa terquedad suicida del presidente? La razón no es ser de izquierda: Gabriel Boric y Pedro Sánchez lo son. En este garrafal yerro ha sido determinante su formación política en el M-19 con el sancocho nacional de ideologías que acabó priorizando la acción sobre la reflexión. El director de la Fundación Konrad Adenauer en Colombia, cercana a la democracia cristiana alemana, declaró que los trinos de Petro no lo sorprendieron. Señaló comparaciones equívocas, con “vocabulario y narrativas claramente antisemitas” para su “justificación implícita del ataque terrorista de Hamás”. Recordó la militancia en el M-19, grupo autoproclamado “solidario con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)” que en 1982 atacó la Embajada de Israel en Bogotá. El atentado, con bombas y metralletas, fue rápidamente reivindicado por sus autores. Era la típica audacia del Eme que el entonces embajador israelí calificó de “terroristas inspirados por la OLP” que sabotearon el año nuevo judío.
El antisemitismo palpable en ese ataque no llegó a la insurgencia latinoamericana por la izquierda sino por la extrema derecha argentina. Se manifestó públicamente a principios de los 60 cuando un comando israelí secuestró en Buenos Aires a Adolf Eichmann para llevárselo a juicio en Jerusalén. La acusación era por crímenes contra la humanidad. Declarado culpable y condenado a muerte, el oficial nazi fue ahorcado en junio de 1962.
El Movimiento Nacionalista Tacuara, surgido tras la caída de Perón, era un grupo fanático “muy juvenil, con bastante clase alta, exclusivamente masculino y con dos banderas principales: la restauración de la enseñanza religiosa en las escuelas y el combate a judíos e izquierdistas”. El representante de la Liga Árabe en Buenos Aires, considerada puente entre nazis refugiados y neonazis extranjeros, anotó que la lucha de Tacuara era la misma de los árabes. Aparecieron pintadas (“Queremos a Eichmann de vuelta”) y hubo atentados contra judíos. Ante las protestas de la comunidad, el Gobierno hacía poco. Era demasiado débil para enfrentar la complicidad policial con los nacionalistas o los muchos funcionarios pronazis. A principios de 1962 los militares derrocaron al Gobierno y pusieron uno de transición. El desorden impulsó el antisemitismo y la ejecución de Eichmann provocó ataques más graves. Un punto de quiebre fue el secuestro de Gabriela Sirota, joven de 19 años torturada, quemada con cigarrillos y marcada con una esvástica en el pecho. El atentado motivó la autodefensa judía y aceleró la emigración hacia Israel.
Esta derecha extrema compartía con la izquierda sus frecuentes divisiones por diferencias doctrinarias. Una de las facciones de Tacuara le sumó “Revolucionario” al nombre y emprendió acciones armadas nacionalistas y antiimperialistas. La dirigía Joe Baxter, niño rico, seductor y mujeriego, que impresionó a Perón exilado en Madrid, se entrenó militarmente en Argelia y colaboró con el Vietcong. El castrismo cubano fue el gran imán que atrajo a la rebelión personajes con orígenes bien disímiles, como este. La guerra de Argelia contra la colonización francesa también impulsó la insurgencia no solo en el campo sino en las ciudades.
Tacuara, primera guerrilla urbana argentina, es la abuela del M-19. Decenas de adolescentes de colegio pasaron por este veleidoso grupo para vincularse luego a Montoneros a la sombra de líderes elitistas, carismáticos y negociantes. El principio anarquista “actuar primero, pensar después”, que luego fue consigna explícita tupamara adoptada por el M-19, permitía deshacerse de ataduras ideológicas, incluso cambiar de bando entre contrincantes armados. En alguna parte del joven cerebro quedaban marcadas para siempre obsesiones, fantasmas, lealtades y enemistades que reforzaban el convencimiento de que luchar por el pueblo no causa daño. Se legitimaba así la visión asimétrica, sesgada y selectiva de la violencia política.