La pazología logró imponer el mito que la guerrilla en Colombia es de origen rural, campesino y defensivo. La realidad es que su germen fue urbano, burgués, estudiantil y camorrista como el famoso médico insurgente argentino.
En enero de 1959 un apasionado líder estudiantil arengaba a los transeúntes en la Plaza de Bolívar en la capital. Condenaba la “dictadura económica” de Lleras Camargo por decretar un alza del transporte público. Cuando los castristas de la Sierra Maestra continuaban entrando a La Habana, Antonio Larrota, el energúmeno, fundaba el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC) para encauzar estudiantes “hacia las luchas del proletariado tanto urbano como rural”. Invitaba al pueblo a tomar las armas.
En 1961 Larrota viajó a Cuba, de donde importó el foquismo del Che Guevara haciéndole adaptaciones locales, como reclutar bandoleros para convertirlos en revolucionarios. Se le coló Aguililla, conocido matón a órdenes de gamonales políticos y quien, según Joe Broderick, acabaría asesinándolo para congraciarse con sus patronos. Habría entregado “en un viejo costal el cadáver del líder estudiantil”. En Bogotá el movimiento quedó espantado con ese crimen y por mucho tiempo invocó su heroico ejemplo.
El antecedente del MOEC fue un movimiento de la Universidad Libre con militantes del gaitanismo a los que se unieron estudiantes que contribuyeron a la caída del dictador, como Larrota, quien “se sentía traicionado por el primer gobierno del Frente Nacional ya que una vez derrocado Rojas Pinilla esperaban un nuevo orden constitucional diferente al de 1886″. Se trataba de un líder nato de la nueva clase media bogotana. Estudiante de derecho en la Universidad Nacional, había estado en la URSS donde intentaron atraerlo a la JUCO, sin éxito, pues él era gaitanista. Su amistad con el sobrino de Rojas Pinilla le permitió contactar al depuesto dictador, con quien compartía un rechazo profundo al pacto de Sitges que selló la paz entre liberales y conservadores. La ocasión se dio con el regreso al país de Rojas para el juicio que le haría el Congreso. La complementariedad fue evidente. “Antonio era un joven fundamentado políticamente, con experiencia agitacional y de probado liderazgo en el sector estudiantil y Rojas, un hombre de Estado, un expresidente caído en desgracia”. Ambos se oponían al Frente Nacional.
Gurropín buscaba que durante el juicio en su contra “se desatara algún tipo de reacción popular… con manifestaciones en la calle”. A la oportunidad de ese encuentro se sumaron la victoria castrista en Cuba y el alza en el transporte urbano.
Al movimiento estudiantil llegaban todo tipo de personas. “Cualquiera se integraba a las tareas agitacionales y ya quedaba matriculado. Por todas partes había grafitis con la sigla MOE…”. Se decía que se trataba de una propaganda de orinales, porque “en cualquier baño público se encontraba una alusión al movimiento…. El ambiente era efervescente entre los jóvenes que cada día engrosaban las filas” atraídos por los enfrentamientos con la policía. El desorden “era un elemento emotivo que los estimulaba cada día para apasionados discursos e incendiarias arengas”.
Según El Tiempo, en marzo hubo “bochornosos desórdenes en la capital” con “destrucción de automóviles y buses y rotura de numerosas vitrinas… no menos de sesenta vehículos fueron inmovilizados”. Latorre y otros líderes estudiantiles pasaron entonces a la clandestinidad. “Empezamos a pensar que esta vaina tenía que terminar como tenía que ser, Revolución Social. Había que tomarse el poder”. Así, optaron “por la acción clandestina cambiando sus nombres por alias, reuniéndose en secreto para darse una estructura orgánica que les permitiera convertirse en una organización político militar capaz de dar inicio a una insurrección popular armada”.
Los líderes estudiantiles decidieron reclutar “a antiguos combatientes y jefes de las guerrillas liberales del 50 para reeducarlos políticamente… algunos de ellos eran campesinos elementales, más motivados por pasiones básicas como el odio y el deseo de venganza que por idearios políticos o alguna sensibilidad social”. También acogieron “exmilitantes comunistas desencantados con la actitud revisionista y pacifista del Partido Comunista Colombiano (PCC)”.
Entre 1959 y 1962 el MOEC representó la revolución cubana en Colombia, principalmente a través de alguien muy apreciado por el Che Guevara: Larrota. En un viaje que hizo a Cuba acompañado por Raúl Alameda, proveniente del PCC, los dos rebeldes se enfrentaron. El Che, apoyado por Larrota, no quería ir a Bolivia sino a Colombia que “había tenido grupos armados y tenía una tradición de lucha armada”. Alameda se opuso: era prioritario apoyar las labores preparatorias para la insurrección. Alameda terminó peleado con el célebre argentino que quería empezar la revolución latinoamericana en Tacueyó pero que desistió por el desacuerdo irreconciliable entre los dos revolucionarios y se fue para Bolivia.
A pesar de la oposición de los comunistas, Larrota terminó internándose en las montañas de Colombia. Moriría asesinado por fuego amigo en circunstancias confusas. Después vendría Tirofijo apoyado por la intelectualidad urbana.
La pazología logró imponer el mito que la guerrilla en Colombia es de origen rural, campesino y defensivo. La realidad es que su germen fue urbano, burgués, estudiantil y camorrista como el famoso médico insurgente argentino.
En enero de 1959 un apasionado líder estudiantil arengaba a los transeúntes en la Plaza de Bolívar en la capital. Condenaba la “dictadura económica” de Lleras Camargo por decretar un alza del transporte público. Cuando los castristas de la Sierra Maestra continuaban entrando a La Habana, Antonio Larrota, el energúmeno, fundaba el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC) para encauzar estudiantes “hacia las luchas del proletariado tanto urbano como rural”. Invitaba al pueblo a tomar las armas.
En 1961 Larrota viajó a Cuba, de donde importó el foquismo del Che Guevara haciéndole adaptaciones locales, como reclutar bandoleros para convertirlos en revolucionarios. Se le coló Aguililla, conocido matón a órdenes de gamonales políticos y quien, según Joe Broderick, acabaría asesinándolo para congraciarse con sus patronos. Habría entregado “en un viejo costal el cadáver del líder estudiantil”. En Bogotá el movimiento quedó espantado con ese crimen y por mucho tiempo invocó su heroico ejemplo.
El antecedente del MOEC fue un movimiento de la Universidad Libre con militantes del gaitanismo a los que se unieron estudiantes que contribuyeron a la caída del dictador, como Larrota, quien “se sentía traicionado por el primer gobierno del Frente Nacional ya que una vez derrocado Rojas Pinilla esperaban un nuevo orden constitucional diferente al de 1886″. Se trataba de un líder nato de la nueva clase media bogotana. Estudiante de derecho en la Universidad Nacional, había estado en la URSS donde intentaron atraerlo a la JUCO, sin éxito, pues él era gaitanista. Su amistad con el sobrino de Rojas Pinilla le permitió contactar al depuesto dictador, con quien compartía un rechazo profundo al pacto de Sitges que selló la paz entre liberales y conservadores. La ocasión se dio con el regreso al país de Rojas para el juicio que le haría el Congreso. La complementariedad fue evidente. “Antonio era un joven fundamentado políticamente, con experiencia agitacional y de probado liderazgo en el sector estudiantil y Rojas, un hombre de Estado, un expresidente caído en desgracia”. Ambos se oponían al Frente Nacional.
Gurropín buscaba que durante el juicio en su contra “se desatara algún tipo de reacción popular… con manifestaciones en la calle”. A la oportunidad de ese encuentro se sumaron la victoria castrista en Cuba y el alza en el transporte urbano.
Al movimiento estudiantil llegaban todo tipo de personas. “Cualquiera se integraba a las tareas agitacionales y ya quedaba matriculado. Por todas partes había grafitis con la sigla MOE…”. Se decía que se trataba de una propaganda de orinales, porque “en cualquier baño público se encontraba una alusión al movimiento…. El ambiente era efervescente entre los jóvenes que cada día engrosaban las filas” atraídos por los enfrentamientos con la policía. El desorden “era un elemento emotivo que los estimulaba cada día para apasionados discursos e incendiarias arengas”.
Según El Tiempo, en marzo hubo “bochornosos desórdenes en la capital” con “destrucción de automóviles y buses y rotura de numerosas vitrinas… no menos de sesenta vehículos fueron inmovilizados”. Latorre y otros líderes estudiantiles pasaron entonces a la clandestinidad. “Empezamos a pensar que esta vaina tenía que terminar como tenía que ser, Revolución Social. Había que tomarse el poder”. Así, optaron “por la acción clandestina cambiando sus nombres por alias, reuniéndose en secreto para darse una estructura orgánica que les permitiera convertirse en una organización político militar capaz de dar inicio a una insurrección popular armada”.
Los líderes estudiantiles decidieron reclutar “a antiguos combatientes y jefes de las guerrillas liberales del 50 para reeducarlos políticamente… algunos de ellos eran campesinos elementales, más motivados por pasiones básicas como el odio y el deseo de venganza que por idearios políticos o alguna sensibilidad social”. También acogieron “exmilitantes comunistas desencantados con la actitud revisionista y pacifista del Partido Comunista Colombiano (PCC)”.
Entre 1959 y 1962 el MOEC representó la revolución cubana en Colombia, principalmente a través de alguien muy apreciado por el Che Guevara: Larrota. En un viaje que hizo a Cuba acompañado por Raúl Alameda, proveniente del PCC, los dos rebeldes se enfrentaron. El Che, apoyado por Larrota, no quería ir a Bolivia sino a Colombia que “había tenido grupos armados y tenía una tradición de lucha armada”. Alameda se opuso: era prioritario apoyar las labores preparatorias para la insurrección. Alameda terminó peleado con el célebre argentino que quería empezar la revolución latinoamericana en Tacueyó pero que desistió por el desacuerdo irreconciliable entre los dos revolucionarios y se fue para Bolivia.
A pesar de la oposición de los comunistas, Larrota terminó internándose en las montañas de Colombia. Moriría asesinado por fuego amigo en circunstancias confusas. Después vendría Tirofijo apoyado por la intelectualidad urbana.