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Como en varios países, la segunda vuelta presidencial chilena en diciembre será una pugna entre dos visiones antagónicas del mundo: izquierda y derecha, ambas extremas.
José Antonio Kast (27.9%) del partido Republicano, “ultraderecha conservadora en los valores y muy liberal en política económica”, le sacó una pequeña ventaja a Gabriel Boric (25.8%), uno de los líderes estudiantiles que hace una década encabezaron protestas demandando educación gratuita; con apenas 35 años representa a la coalición Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista).
A pesar de algunas propuestas absurdas como detener los flujos de inmigrantes por el norte cavando una zanja, o tener nueve hijos y ser activo miembro del movimiento católico mariano que venera a la Virgen de Schoenstatt, el discurso de Kast ha calado en segmentos muy variados de la población, y no sólo en la clase acomodada y derechista. La agenda de Boric, con promesas de cambios profundos, que a raíz de la victoria de la constituyente parecía ganadora, ha despertado más apatía que apoyo. Los electores parecen cobrarle su dificultad para condenar la violencia en las protestas, el desgano para abordar temas que mucha gente considera cruciales, como la seguridad ciudadana y el crecimiento económico, y su alianza con el Partido Comunista.
No sorprende que Kast haya adoptado como eslogan para la segunda vuelta “libertad y democracia frente a comunismo”, que cual derechista colombiano haga alusión al castrochavismo, ni que acuse a su rival de querer “indultar a los vándalos que destruyen” o de “reunirse con terroristas y asesinos”. Es bien probable que su oposición explícita y acérrima al comunismo sea la razón por la que quienes votaron por él hayan hecho caso omiso de su identificación con el general Augusto Pinochet, quien se tomó el poder en Chile con un golpe de Estado contra Salvador Allende y es uno de los personajes más deformados e idealizados de la historia política latinoamericana.
Para muchos analistas, el Chile relevante se inicia con la tiranía y violencia de Pinochet. Hay una amnesia selectiva sobre lo que pasó antes. En particular se olvidan los errores y excesos cometidos por Allende, la interferencia soviética, cubana y norteamericana, la política de avestruz con la confrontación política, incluso el abierto estímulo a la lucha armada, y la monumental crisis económica, con enfrentamiento social, provocada por las dificultades y contradicciones de la llamada “Vía chilena al socialismo” que ya había fracasado antes de la llegada de los militares al poder.
A finales de 1971, Fidel Castro hizo una visita de tres semanas a Chile. Al despedirse con la ovación de millares de militantes de la Unidad Popular soltó una frase que resultó premonitoria: “No estamos seguros de que en este singular proceso el pueblo chileno esté aprendiendo y fortaleciéndose más rápidamente que los reaccionarios”.
El presidente y líder de la Unidad Popular ensayó tercamente, y en solitario, una fórmula en la que no creyeron ni los empresarios, ni los trabajadores radicalizados, ni los norteamericanos, ni los soviéticos. En el fondo, ni siquiera el régimen cubano que lo apoyó.
Desde su primer intento por llegar a la presidencia, en 1952, Allende no tuvo problema en aliarse con los comunistas más radicales. En 1970, al ganar las elecciones por un pequeño margen, aceptó que lo haría sin tener en cuenta a la mayoría de la población: “estoy aquí para hacer cumplir el programa de la Unidad Popular, que no es el programa de todos los chilenos”. Comentaristas de derecha empezaron a llamarlo el PACH: Presidente de Algunos Chilenos.
En una movida de infinita torpeza, dada la gran polarización, Allende le concedió indulto a varios terroristas del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) presos por crímenes atroces como asesinatos, bombas y secuestro. Según él, se podía suponer que no volverían a atentar puesto que ya había llegado el socialismo a Chile. Por otro lado, disolvió el Grupo Móvil de Carabineros, encargado de luchar contra grupos armados de extrema izquierda que operaban en todo el país. El gobierno no sólo se negaba a actuar contra los ataques violentos a predios rurales, sino que alentaba las expropiaciones.
Fidel Castro les dio un fuerte impulso a las guerrillas del continente agrupadas en la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), cuyo origen fue una conferencia celebrada en La Habana a principios de 1966. Allende, que presidía la delegación chilena, señaló la “obligación de acentuar la lucha... la huelga, la ocupación de tierras, la movilización colectiva, y la toma de conciencia… a la violencia reaccionaria se opondrá y opondremos la violencia revolucionaria”.
Torpeza económica, promesas incumplidas, radicalización, expropiaciones, pusilanimidad ante la violencia, incluso tradición de apoyo a algunas de sus manifestaciones y estrechos vínculos con la dictadura cubana abonaron el terreno para que la fracción de la población opuesta a su ideología viera con buenos ojos que alguien se opusiera como fuera a ese Salvador tan peculiar. Nuevas generaciones apoyan ahora a Kast contra Boric.