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Al igual que el repugnante nombramiento de Hernán Giraldo como gestor de paz, la vuelta de Armando Benedetti a la primera línea política parece relacionada con la manipulación de votos.
En ambos casos se estaría buscando garantizar en 2026 la continuidad del Gobierno del Cambio. Con soberbia y desparpajo, el embajador en Roma ante la FAO desembarcó en Bogota para anunciar que pronto tendrá despacho en Palacio. El incidente produjo indignación en el periodismo serio. Laura Arrieta, por ejemplo, colgó en X una “postal de indecencia y desfachatez”: Benedetti llegando a la Casa de Nariño con “pinta de gran señor, en camioneta con escoltas, a seguir viviendo de lo público porque algo sabe y tiene capacidad de chantaje”. La defensora del Pueblo cuestionó el nombramiento por machista. El asunto causó molestia entre los más leales alfiles y aliados de Gustavo Petro, incluso quienes se preocupaban por las ilegalidades supuestamente cometidas en la “Casa de Nari” hace unos años. Sobre la destreza de Benedetti para manipular elecciones basta oír la grabación de su rabieta con Laura Sarabia en 2023.
Verdad Abierta anotaba en 2020 que el poder de Hernán Giraldo en el Magdalena se basaba en unas muy buenas relaciones con “un grupo de comerciantes del interior del país que dominaban el mercado de Santa Marta” a quienes les garantizaba seguridad. Además, que desde los noventa “su poder era tal que controlaba la política en la Sierra y sus alrededores. Tenía dólares, armas y miles de votos de las veredas y corregimientos que dominaba”. En una versión libre de 2007, el mismo Giraldo reconocía que “inicialmente los políticos iban a la Sierra en busca de votos. Después yo me reunía con las juntas de acción comunal, discutíamos unos nombres y entre todos escogíamos un candidato por quien votar”.
En agosto de 2023, según Vera Salazar, quien ha seguido sus andanzas desde que lo apodaban Tornillo, “un Hernán Giraldo, rejuvenecido y consciente del poder y control, ha mantenido la estructura criminal que opera en la Sierra Nevada de Santa Marta y llevó a cabo un mandato electoral que se traduce en la presión de grupos armados para que campesinos, víctimas y personas vulnerables voten por el candidato que él escoja”. Esto era antes de ser nombrado gestor de paz por Petro, una infamia que causó menos malestar en la izquierda radical que el reencauche de Benedetti.
“Insensibles a las críticas internacionales, los autócratas modernos están utilizando tácticas agresivas para contrarrestar las protestas masivas y el descontento generalizado”. La lúgubre frase es de Anne Applebaum en su ensayo “Los malos están ganando” publicado en 2021. Pone como ejemplo la tranquilidad con la que Vladimir Putin organizó unas elecciones en las que prohibió que unos 9 millones de personas pudieran candidatizarse, ni que el conteo de votos resultara misteriosamente alterado. Sería llover sobre mojado repasar las manifestaciones públicas de rechazo a Petro. Así, según esta teoría, el demócrata habría mutado a autócrata y, camuflado, ya estaría refinando estrategias para manipular votantes.
Applebaum habla del “modelo Maduro” de gobernanza, un término acuñado por un activista para caracterizar a los gobernantes “dispuestos a pagar el precio de convertirse en un país totalmente fracasado, de entrar en la categoría de Estados fallidos”, aquellos que aceptan, incluso promueven, “el colapso económico, el aislamiento y la pobreza masiva si eso es lo que se necesita para permanecer en el poder”. Por un mesianismo impracticable agravado con torpeza para administrar y ejecutar, el Gobierno del Cambio se acerca a una absoluta despreocupación por los resultados. “Muchas buenas intenciones, muchas frustraciones y falta de una estrategia real para transformar al país” anota el Nobel James Robinson, colombianólogo consagrado. Agrega que su política es demasiado personalista, queriendo hacer todo ya sin prioridades definidas. El costo en falta de oportunidades y decrecimiento es inevitable. No sorprende el auge masivo de la emigración colombiana bajo este gobierno.
En otro estudio más reciente, Autocracy Inc., la misma autora busca elementos comunes al medio centenar de dictaduras vigentes en el mundo. Destaca como herramienta esencial la cleptocracia, “el conjunto de mafias administrativas y empresariales que se dedican al robo de los fondos del Estado… todos los sistemas autocráticos usan como lubricante la corrupción y el soborno”.
Aunque Petro pregona ser honesto y no tolerar la corrupción, los hechos lo desmienten, sobre todo los relacionados con personas de su entorno más inmediato que llegaron literalmente a enriquecerse con negociados o a cooptar la nómina de organizaciones estatales claves. El “modelo Maduro” original de ganar elecciones por pucherazo se ha vuelto difícil de ejecutar, por la complejidad técnica y las veedurías internacionales. Consecuentemente, se ha valorizado el savoir faire de los dos nuevos aliados petristas: soborno o coerción directa para las elecciones.